lunes, 2 de junio de 2014

Reseña: La poesía ha caído en desgracia, de Juan Carlos Mestre, en La Mula

La poesía ha caído en desgracia
Por José Agustín Haya de la Torre

La Mula, 26/05/2014

Esta nueva edición de La Poesía ha caído en desgracia es un nuevo libro. No solo son cincuenta y nueve poemas añadidos que duplican la primera edición, algunos de ellos provienen del poemario Las páginas del fuego, sino que varios de los textos publicados en 1992 han cambiado en su estética: del versículo han pasado a la prosa poética que es una variación relevante, pues transforma totalmente la lectura y la transmisión del mensaje y de lo sensitivo de la poesía, esa inaprehensible emoción que emanan las obras de arte cuando tocan las más profundas fibras humanas. Esta propuesta deja la sensación de dos voces: la íntima, que serán los textos en verso, y la que le canta al mundo, los textos en prosa. Al presentar los poemas de este último modo se propone un cambio de ritmo, un aliento distinto, que pareciera en su formulación busca complicidad hacia una expresión más cotidiana sin abandonar el lenguaje poético, que se basa en una encadenación de imágenes —destacan los elementos surrealizantes— que repontencian el plano simbólico antes que la anéctoda cope el sentido total del poema. Podemos situar como antecedente de este planteamiento a Edmond Jabès (la figura de la anáfora, presente en El umbral, en La arena o en El libro de las preguntas, tan significativa en la poesía de Juan Carlos Mestre) con quien la relación es también simbólica por la presencia de los elementos judíos, pero sobre todo por el modo en que Jabès establece distintas voces a partir de un diálogo que se resuelve en preguntas para confrontar desde sus textos la racionalidad y el olvido del bien común. La presencia de elementos del judaísmo, más explícitos en el anterior poemario de Mestre, La bicicleta del panadero (2012), es en parte la representación de la voz de los otros, que desde su marginalidad plantean que las diferencias constituyen una riqueza y no un motivo de separación en este mundo lleno de dolor.Revisar una obra y publicarla bajo una nueva estética es un riesgo que pocas veces un artista asume. Menos si esta ya cuenta con algún reconocimiento, como es el caso de La Poesía ha caído en desgracia de Juan Carlos Mestre (Visor 1992; Calambur 2014). En 1992 este poemario fue declarado ganador del II Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, por un jurado presidido por Rafael Alberti y compuesto por Luis Rosales, José Manuel Caballero Bonald, Félix Grande, Gonzalo Santonja, Juan Van Halen, Atiliano Soto, Luis Javier Moreno y José Luis Puerto.

Si bien no es la primera vez que Mestre revisa su producción, ya lo hizo con La visita de Safo (1983) que luego se tituló La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon (2012), así como al publicar en poemarios siguientes textos de libros anteriores, sin embargo no había llevado a cabo un replanteamiento tan arriesgado. El riesgo es en la poesía de Mestre parte de su esencia en varios niveles. No solo por la experimentalidad verbal, sino porque en sí su poesía es un planteamiento ético-estético tan urgente en estos tiempos donde los discursos de poder, convencionalismos y modos de producción convierten en suyo cualquier acto que les sea opuesto. Y no se trata de oposición como un grito o denuncia, sino como propuesta y respuesta ante esas formas de empoderamiento que enclaustran cualquier intento de libertad.
El filósofo Theodor W. Adorno se preguntó si se podía escribir poesía después de la Segunda Guerra Mundial y halló respuesta en la obra del rumano Paul Celan, quien perdió a su familia durante la guerra víctima del antisemitismo, por su renovadora propuesta ético-estética frente al elemento que finalmente nos convierte en humanos: la palabra, y más aún la poética pues este será el bastión de resistencia contra los actos que atenten la dignidad humana. Celan hurgó en un nuevo estilo-sonido que sea mensajero del recuerdo doloroso para hacer hincapié en los deteriorados valores de la sociedad del progreso y de la modernidad. La poesía de Mestre nos propone un viaje no solo a través de imágenes aparentemente inconexas, que se vincula con la música no solo buscando una dimensión espiritual con el silencio mismo de la palabra sino con el lenguaje más íntimo de las personas: el sonido de uno mismo. Cabe señalar que la relación de Mestre con la música es cercana, al punto que la reedición de Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (Calambur, 2005; Premio Adonais 1985) es acompañada por un disco en el que participan cantautores como Amancio Prada; en 2012 presentó junto a María José Cordero el espectáculo La música de las bicicletas en los que se musicalizan algunos poemas publicados en la reciente edición de La Poesía ha caído en desgracia
La citroneta azul
En una citroneta azul
haciendo sonar el claxon de la luna
voy de regreso al pueblo donde mis amigos
salen cada noche a esperar los ovnis.

Sueñan en el cielo las estrellas
y las fugaces sombras de las niñas muertas
elevan en los prados sus cometas
con recados para los platillos voladores.

Todo esto se podría decir de otra manera
si allá tras las cortinas del espacio
existiera el silabario, el colibrí, la esfera
del vagabundo aerolito de los pájaros.

Yo no espero otra luz que la tristeza
de quien regresa a una escuela abandonada
donde aletean todavía en la pizarra
las mariposas blancas de la melancolía.

En el caso de este poema, después de recitado el texto Maria José Cordero canta en español la canción “Pequeño vals vienés” de Leonard Cohen que se basa en un poema de Federico García Lorca, como lo hiciera años antes el cantautor de flamenco Enrique Morente. No es casualidad que esto ocurra así; Cohen no es solo un cantante de agudas letras, sino un poeta lírico que ha sabido “hablar con su tiempo” como Mestre. Y Federico García Lorca constituye la reivindicación de la memoria de la sociedad española ante los hechos que los poderosos siempre quieren ocultar como si no hubiera pasado nada durante la Guerra Civil.

Como comenta el poeta y crítico Carlos Ordóñez sobre la primera edición de La Poesía ha caído en desgracia a este libro le “subyace el tema de la muerte pero también la reivindicación de la palabra y la imaginación como antítesis de la “desgracias”. Un libro que presenta un amplio registro de arquetipos que crean una mitología del misterio a través de un lenguaje que en apariencia puede resultar próximo al automatismo surrealista, pero que más bien parte del equilibrio entre la palabra como instrumento de indagación de la realidad y el rescate de “aquellos pensamiento con los que curar las heridas producidas por la razón, como escribiera Novalis”. Esta propuesta ha sido repotenciada en esta edición con los textos agregados, además de que renuevan su dimensión.

Finalmente, cabe mencionar que ya en algunas librerías de Lima se pueden encontrar varios libros de este poeta. Además, hace un año se publicaron dos antologías sobre la obra de Mestre: Un poema no es una misa cantada (Lustra Editores) y La imagen de otro espacio (Sarita Cartonera).A contracorriente de lo que podría expresar el título que agrupa este conjunto de textos, este poemario puede considerarse una advertencia del camino de los seres humanos. Una advertencia que busca la reflexión más sincera y sencilla sobre las catástrofes, pero también sobre las propuestas generosas que se han dejado de lado por mantener sistemas de poder que cedan el espíritu de las personas. Evitar esta situación, desde un lugar integral, solidario, respetuoso, es parte del mensaje de este libro. Si son olvidados estos conceptos, es ahí cuando la poesía cae en desgracia, cuando perdemos nuestra humanidad.

Acá unos poemas de La Poesía ha caído en desgracia:

Elogio de la palabra

Esta palabra no ha sido pronunciada contra los dioses, esta palabra y la sombra de esta palabra han sido pronunciadas ante el vacío, para una multitud que no existe. Cuando la muerte acabe, la raíz de esta palabra y la hoja de esta palabra arderán en un bosque que otro fuego consume. Lo que fue amado como cuerpo, lo escrito en la docilidad del árbol único, será consolación en un paisaje lejano.

Como la inmóvil mirada del pájaro ante la ballesta, así la palabra y la sombra de esa palabra aguardan su permanencia más allá de la revelación de la muerte.

Solo el aire, únicamente lo que del aire al aire mismo trasmitimos como testamento de lo nombrado, permanecerá de nosotros.

La luz, la materia de esta palabra y el ruido de la sombra de esta palabra.

Selva Negra

Hablan del Ser, hablan del Tiempo y de las formulaciones vacías de lo santo, hablan de las aguas abandonadas por la Presencia y de los ríos que ya no son de Heráclito. La noche borra las huellas de los dioses y la equivocación entra en la esencia del relato: las abejas son envenenadas por la culpa, los crímenes civiles piensan durar mil años. En su cabaña de verano un viejo Heidegger habla del templo como rostro de la persona, y habla de las plantas y de los animales que carecen de mundo. Cuanto dice permanecerá en lo dicho como otra parte de la verdad, una renovación de la esencia del saber absoluto y su metamorfosis en enigma inamovible del mal.

Pastor

Ha dormido sobre las heridas donde la tierra balbucea sencillas palabras. En alcobas alquiladas y en pueblos deshabitados falsifica monedas, libera alimañas y trafica con escorias. En su madriguera ha mordido la mano del destino como lo haría un salvaje. No ha respetado la ley, ni ha tenido en cuenta la nostalgia de Dios. Nadie lo espera, está enfermo y su único beneficio es el sufrimiento. Vaga por los bares más bien monótono a la espera de algún centenario, se detiene en las esquinas suplicando un poco de estrella a los adúlteros. Las mujeres derraman sus botellines en la grieta donde se destroza como los boxeadores y todos lo desprecian y nadie agradecido lo reconoce. Es el pastor a la puerta de los lavatorios públicos, la noche le ha prestado su informe para que dé testimonio y sea algo feliz entre los furtivos, los horneros, los adolescentes.

La poesía ha caído en desgracia

La poesía ha caído en desgracia y las salamandras azules del mediodía entran en la ruina de sus vasijas ceremoniales con los ojos desorbitados por el sol de la muerte.

Toda necesidad ha desaparecido, la olorosa cebada en las alacenas vacías, el arca con las semillas de sésamo.

Todo lo que ha arrastrado el viento sobre la tierra húmeda había sido hermoso en la voz de mi padre, la suave hierba del dialecto y la agonía de los petirrojos en el avellano.

Ninguno de nosotros ha sido escogido por la verdad, otros fueron los días destinados a la belleza, otros los pasos del eremita que caminaba en la nieve, digno en la desolación como un árbol sagrado.

Hemos entrado en el silencio, ya no hay nadie tras los hayedos blancos, pero a veces el corazón todavía escucha los celestes cuclillos del invierno, el ruido vivo de la muerte frente a las ventanas cerradas.

Ahora, aún jóvenes, soportamos la mudez ante las jaulas de la sabiduría.

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