martes, 2 de julio de 2013

Reseña: El nervio de la República en Nuevo Mundo Mundos Nuevos

Enrique Villalba y Emilio Torné. El nervio de la República. El oficio de escribano en el Siglo de Oro
Aude Argouse
Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 05/04/2013


El nervio de la República fue publicado dos años después de un coloquio que tuvo lugar en Madrid en septiembre de 2008, organizado por la Universidad Carlos III y al cual tuve el privilegio de asistir. El encuentro reunía investigadores y profesores españoles y franceses sobre el tema de los escribanos en la España del Siglo de Oro. Los organizadores, y editores del libro que resulta de este coloquio, Enrique Villalba Pérez y Emilio Torné, son historiadores, especialistas en historia moderna. Enrique Villalba Pérez, reconocido autor de un estudio publicado en 2004 en la misma colección sobre los delitos cometidos por mujeres en Madrid del siglo XVI y XVII, es coordinador del Grupo de Investigación Cultural Litterae, de la Universidad Carlos III en Madrid, a cargo de la colección Biblioteca Litterae, dedicada a investigaciones sobre la cultura escrita en la España moderna. Emilio Torné, doctor en Documentación, es profesor de filología en la Universidad de Alcalá.

Tal vez debido a la doble competencia del equipo de coordinadores, la singularidad del encuentro de 2008, y por el mismo consiguiente la del libro, radica en la presencia simultánea de archiveros, filólogos, historiadores de la literatura y de la cultura escrita e historiadores de la historia social y cultural, reunidos sobre el tema de los escribanos. El nervio de la República... cuenta así con veinte contribuciones repartidas en tres partes, y encabezadas por una corta presentación de los editores. La primera parte se dedica al servicio del escribano, es decir al grado de profesionalidad y profesionalismo del encargado de la consignación y conservación de las escrituras públicas. La segunda parte insiste en el papel político del escribano, mientras la tercera parte trata de los usos de la memoria en la práctica escribanil. Los autores proponen estudios de casos de varias ciudades de la Península (Madrid, Granada, Málaga, Sevilla, Barcelona) y aproximaciones más generales en torno al desempeño del oficio en el contexto hispánico. También tratan de escribanos de corte, del número o del rey y abordan el oficio desde la triple perspectiva orgánica, formal y material. Sin embargo, las contribuciones, bastantes completas, pueden apreciarse de manera separada, sin tener en cuenta la división en tres partes, ya que varios temas abordados (la política, la memoria, la escritura) son transversales.

María Luisa Pardo, especialista del notariado sevillano, abre la compilación con un rápido recorrido historiográfico sobre los escribanos e insiste en la “necesidad del análisis en profundidad de los protocolos notariales”, citando a Tamar Herzog, destacada autora de un estudio sobre los escribanos de la América española. M. L. Pardo enfoca su trabajo en lo formal del oficio, es decir en el encuentro entre la voluntad del otorgante y la autoridad de los actos provenientes del quehacer del notario. La autora insiste en la importancia de la personalidad del escribano para interpretar su actuación y ofrece un interesante panorama de la inserción profesional de Juan Álvarez de Alcalá, notario de Sevilla durante diez y ocho años a principios del siglo XVI. Su contribución permite apreciar cómo la construcción de la memoria de varios linajes de la ciudad pasa por las relaciones personales desarrolladas entre actor y auctor, es decir entre el otorgante y el escribano. También, pone de relieve la importancia del contexto social en la producción de los actos notariales, “imbricados en el tejido de la ciudad”.

Los escribanos aparecen en otras valiosas contribuciones como artesanos de las relaciones sociales, tanto a nivel personal –con su inserción en las redes clientelares del reino de Granada, estudiada por Francisco Crespo Muñoz, o la obligación que se les hacía de comprobar su limpieza de sangre, como en el caso de los escribanos de Málaga estudiados por Eva María Mendoza García– como a nivel profesional, con la organización de las escribanías de Marbella, revelada por Alfonso Sánchez Mairena. Este autor destaca además la triple dimensión del ámbito de actuación de los escribanos: jurisdiccional, actuaria y notarial.

Los estudios del notariado, impulsados en España por la obra del historiador José Bono Huerta, pusieron al notario al centro del dispositivo de producción del archivo jurídico, y trataron de reconstituir una genealogía de las escrituras públicas, desde la perspectiva de la actividad notarial. Entiendo por escrituras públicas no sólo las escrituras emanadas del oficio del garante de la “fe pública”, sino también las escrituras que se encuentran en cualquier registro público, sea éste de escribanos, de notarios y también aquéllos provenientes de los libros parroquiales, de minas, etc., producidos para servir como prueba en justicia. Se distinguen esencialmente de las escrituras íntimas, tales como los diarios de vida, aunque, de cualquier manera, toda tentativa de taxonomía de las escrituras antiguas resulta sumamente insatisfactoria.

Tomás Puñal Fernández, en su contribución sobre los escribanos madrileños en el siglo XV, califica la cultura jurídica de aquella época de mayormente escrita e insiste en la formación gramatical de los escribanos, llamados a garantizar la “fe pública”. A pesar de subrayar las solidaridades entre escribanos, funda su contribución sobre una supuesta ruptura entre la edad media y la edad moderna –cuestionada desde hace ya más de cincuenta años por G. Duby, entre otros– antes de concluir, de manera paradójica, con la existencia de una continuidad en la cohesión profesional de los peritos de la escritura pública. También se arriesga a proponer una nomenclatura escribanil que seguramente generará discusiones, ya que los títulos no reflejaban siempre una práctica uniforme y porque además, la distinción entre actividad privada y actividad pública, tomada de una concepción más bien decimonónica de la historia del derecho, no convence completamente el lector en su pertinencia. Por su lado, Carmen Losa e Ignacio Ezquerra abordan oficios particulares con valiosas precisiones y prudentes matices: la del escribano en el Concejo de Madrid y la del relator en el Consejo real, respectivamente.

Una meta anunciada del libro es superar la representación usual del escribano que oscila entre, por un lado, un poderoso y a menudo opaco manipulador de la escritura o, por el otro lado, un actuario absolutamente transparente, compilando datos mediante formularios preestablecidos. Esta figura ha sido, en consecuencia, receptora de una atención desigual por parte de la historiografía, atención que ha dependido de distintos factores: según el grado de interés por su desempeño notarial; en función de la negación de la pertinencia de su oficio de actuario; por razón del simple olvido, al momento de interpretar los documentos disponibles en los archivos históricos; y también, por último, a causa de la intervención del quehacer del escribano en su fabricación. Como si, entre la figura omnipotente del poder administrativo y aplastador de las voluntades individuales, por un lado, y la del escribiente que actúa como mera mano de un mandante imperativo, por el otro, no pudiera existir el abanico de situaciones en las cuales el escribano y el otorgante interactúan para fabricar un archivo consensuado, consignado y conservado.

Por lo tanto, los autores ratifican la necesidad metodológica de la contextualización del proceso de fabricación del archivo: reubican al escribano en el medio urbano en el cual trabaja5 y en el conjunto de las escrituras que se producen antes, durante y después de su actuación. Miguel Ángel Extremera, por ejemplo, estudia los principios de diferenciación de los escribanos a partir de sus relaciones con otros grupos profesionales para determinar los criterios culturales que les singularizan o asemejan; María José Osorio Pérez destaca los conflictos de intereses entre escribanos de Granada; Leonor Zozaya examina las consecuencias de la pérdida del título de oficio, la pedida de una copia nueva y el ejercicio sin título; Enrique Villalba y Fernando Negrero analizan la imagen pública de los escribanos, en sus conflictos con otros grupos sociales y profesionales.

Desde su vereda, mediante un estudio del dispositivo legislativo, Alicia Marchant Rivera analiza los escribanos desde un punto de vista más funcionalista, en sus relaciones con otros peritos de la escritura tales como los sacristanes o los mercaderes; Olivier Caporossi los reasienta entre las figuras del gobierno madrileño, poniendo así de relieve la faceta del escribano como auxilio primordial de la policía local. Este autor precisa también el rol fundamental del escribano en la elaboración de la memoria judicial, que califica de “fábrica conflictiva”, subrayando así el carácter consensuado de los actos pasados ante notario. Al respecto, la contribución de Ana Zabalza Seguín sobre los escribanos reales de Navarra presenta un aporte significativo en términos de proceso de asimilación e integración de los diferentes reinos que compusieron la monarquía hispánica, al presentar el escribano como “agente de cambio cultural” en el proceso de incorporación del reino de Navarra. En el mismo sentido van los estudio de Antonio Castillo Gómez sobre el escribano como mediador del escrito en la sociedad áurea y transmisor de memoria escrita, y el análisis sumamente esclarecedor de Laureà Pagarolas Sabaté sobre los archivos de protocolos de Barcelona.

En torno a la intermediación del escribano, que suele también desaparecer de la mayoría de los estudios de historia social y cultural a pesar de ser elaborados a partir de documentos notariales, el ya mencionado Alfonso Sánchez Mairena aborda el tema del escribano intérprete, en el caso de Marbella (intérprete de la lengua árabe). Amalia García Pedraza y Juan María de la Obra Sierra abordan con razón la política de instrumentalización de los escribanos en la Granada del siglo XV. Al respecto, apuntamos que, en el caso de la América colonial, la desvanecida figura del escribano puede surgir repentinamente cuando se trata de interpretar documentos notariales cuyos otorgantes son mujeres, indios o indias. En este caso, una crítica dirigida a la “validez” de las “fuentes” para conocer la “realidad histórica” consiste en menospreciar la expresión de una voluntad personal de los otorgantes, debido a la supuesta “coerción” ejercida por los escribanos, desde su pericia de las escrituras jurídicas, sobre una población ágrafa. Como si el lenguaje jurídico pudiera impedir al jurídicamente incapacitado expresar en debida forma una intencionalidad propia en los actos jurídicos que produce.

Al respecto, la contribución de Tamar Herzog plantea el papel del escribano tanto en la propagación de la cultura jurídica en los territorios americanos como en la construcción socio-cultural e institucional de la memoria indígena. Afirma así que “la introducción de los escribanos en el mundo nativo era un instrumento que participaba en la empresa que visaba a cambiar los indios” respecto a las formas de “almacenar información”. Pedro Rueda aumenta las vías de reflexión sobre este tema con su estudio sobre la circulación de los formularios de escribanos desde una perspectiva planteada en términos de mundo Atlántico; Reyes Rojas subraya la “inmediata necesidad de escrituración” puesta de manifiesto en América y plantea el tema de la recepción del ars notariae en los nuevos territorios mediante la publicación temprana de libros sobre la práctica judicial del escribano. Sobresale la importancia del notariado sevillano en esta expansión.

De hecho, las contribuciones aseveran la inscripción de la labor de los escribanos dentro de los mecanismos de elaboración de la información requerida para gobernar, que no necesariamente tenía que ver con “la” verdad sino con la constitución de verdades imprescindibles en el proceso de toma de decisión al momento de hacer justicia. Establecen por lo tanto el rol del escribano en la conformación de la cohesión social mediante su actuación en el buen gobierno de la ciudad.

El libro editado por E. Villalba y E. Torné se inscribe también en la corriente de la historiografía de la cultura escrita, incentivada en Francia por los estudios de Roger Chartier y compartida España por James Amelang, Carlos Alberto González y Fernando Bouza Álvarez. Cabe valorar entonces este esfuerzo de juntar experiencias provenientes de horizontes diferentes: el de varias corrientes historiográficas y el de los archiveros, ambos estrechamente ligados y dependientes de la competencia del escribano. No sólo este actuario es el nervio de la república, sino que se revela como nervio del archivo, es decir la tanto materia del historiador como la del archivero: materia escrita, pensada, intencional y voluntaria, a pesar de vehicular también los “testimonios involuntarios” mencionados por M. Bloch.

En este sentido, este libro constituye nuevamente una llamada a trabajar juntos, tanto para elaborar las herramientas de navegación en el mar oceánico que representan los archivos notariales, como para interpretar esos documentos, que son productos del transcurso de la vida cotidiana de hombres y mujeres del pasado, y producidos para ser usados en justicia. Este libro se inscribe por lo tanto en la reflexión actual sobre la lectura del archivo que, desprendida del positivismo histórico, vuelve a descubrir y reformular las ventajas del análisis crítico de textos. Se desarrolla a partir de las propuestas de M. Foucault y de J. Derrida9 en torno al archivo como dispositivo de poder, e invitan a leer el archivo desde su propio punto de vista, y no sólo a contra-pelo.

Este conjunto de contribuciones me parece ir en el mismo sentido que los significativos aportes en el campo de la historia social y cultural de Simona Cerutti sobre el archivo como proceso, debido a su performatividad intrínseca, y también, pero ahora en un terreno americano, las reflexiones emprendidas en Chile por Luz Ángela Martínez en el campo de los estudios literarios sobre la performática de la escritura en los siglos XVI y XVII, incluyendo el testamento.

Espero que, desde ese marcado, renovado, reiterado y de abierto interés por la figura del notario en el mundo hispánico, se puedan desarrollar aún más estudios comparativos que nos permitan reflexionar sobre la noción de contemporaneidad, en tanto objeto histórico revelado por la producción de textos y escrituras en varias épocas. Aunque el libro no lo presente así, vemos en este intento una llamada suplementaria para “derribar los tabiques”, no solo de las disciplinas, sino también de la periodización histórica, y para abarcar los movimientos e impulsiones que emanan del estudio de los archivos notariales, lo que ha sido llamado “pulso del archivo” notarial.



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