jueves, 27 de junio de 2013

Noticias: "Hay momentos en la vida en los que te acompaña la suerte", César Cabezas sobre Juan Carlos Mestre

«Hay momentos en la vida en los que te acompaña la suerte»
La fragua literaria leonesa. Por Manuel Cuenyas. César Cabezas

Diario de León, 25/06/2013

César Cabezas Prieto se dedica a la Literatura desde hace muchos años y lo sigue haciendo con pasión y entrega, tanto en su labor narrativa como en la de profesor. Ejerció como Catedrático de Lengua y Literatura en el Instituto Álvaro de Mendaña de Ponferrada, y ahora como profesor tutor de la Uned y docente y coordinador de la Universidad de la Experiencia en el Campus de Ponferrada. Un excelente trabajo el suyo al frente de esta Universidad para Mayores, que disfrutan, aprenden (y enseñan, claro) con sus clases y sus actividades complementarias.

A principios de los 70 César Cabezas fue el profesor de Lengua y Literatura del Premio Nacional de Poesía, Juan Carlos Mestre, algo que ambos recuerdan con gran emoción y cariño. «Hay momentos en la vida en los que te acompaña la suerte. Siempre tuve muy claro, desde el principio, desde que lo conocí, que estaba ante un poeta; no ante un chico que escribía poesías, no, ante un poeta, con el don de la imaginación y de la técnica. Esa percepción se ha confirmado plenamente», rememora César a propósito del autor de La bicicleta del panadero. «Es impresionante», dice de este poemario editado en Calambur y premiado con el Nacional de la Crítica 2012 en Lengua Castellana. «Ha sido inolvidable, de lo mejor de mi vida profesional, además su valía como persona está a la altura de su valía como poeta», concluye con orgullo y satisfacción el profesor y narrador ponferradino a propósito de Mestre. No en vano, Cabezas es coautor del Bestiario, de Juan Carlos Mestre, dedicado al artista y poeta villafranquino, en el que subraya el valor de la tradición, de la cultura y su influencia, muchas veces de forma inconsciente sobre el escritor. «También destacaría, la enorme riqueza de la fauna presente en su obra y de su simbología», agrega César.

Por su parte, Mestre también recuerda con afecto a su profesor César Cabezas, «todo en él era irradiación de bondad… era la personificación del diálogo… El primer maestro que leyó mis balbucientes versos y no me dijo dedícate a otra cosa. Será impagable mi deuda con él, su confianza en mí (…) Eso me enseñó César, el camino de las palabras hacia la felicidad». El autor de La casa roja habla de su maestro como un «narrador elocuente que escribe cuentos mágicos y redentores, el lingüista elegante de los idiomas de la imaginación, el imprescindible hombre de nuestras tierras del Bierzo».

Cuentos mágicos, sí, algunos premiados en certámenes nacionales, como El autobús amarillo, y en ocasiones microrrelatos impregnados de humor y sensualidad como el que da título a su libro de relatos, ¡Ay, Arturo, Arturo…! Y que, según él, es un buen ejemplo de su concepción del cuento, y cuya técnica consiste en empezar a escribir por el final, como ya hiciera el maestro Poe, incluso el gran Antonio Pereira. «De esta forma se pueden introducir y dosificar todos los elementos de la narración, tanto los recursos expresivos como los indicios que se vayan vertiendo para anunciar el final sin desvelarlo». No obstante, César, a quien le gusta escribir con concisión e ironía, con espíritu satírico y expresividad, sobre temas y personajes que de alguna manera están cerca de sí, de sus preocupaciones, de sus intereses, de sus experiencias, reconoce que «cada escritor dispone de su librillo mágico con las fórmulas precisas para crear un cuento perfecto». A él le encanta la estética de la narrativa del escritor polaco Slawomir Mrozek, porque «sus cuentos son muchas veces un gancho a la mandíbula o una patada en la boca».

La lectura, insustituible

César Cabezas, que es además un gran lector y crítico literario, sabe que para escribir uno debe leer, cuanto más mejor. Su tesis al respecto es definitiva: «Si quieres escribir debes leer mucho y si quieres escribir bien tienes que leer mucho más». Y lo demás son paparruchas, porque «la función de la literatura es sorprender expresivamente al lector, para que el mensaje llegue a él con más fuerza. Hay que aprender a sorprender, leer detenidamente para reflexionar sobre los recursos de la imaginación del escritor. Existen, además, muchas publicaciones sobre cómo aprender a escribir literariamente. Primero lee, después escribe».

En la actualidad, César Cabezas, que también ha realizado investigaciones en el campo de la experimentación pedagógica de la Lengua, con algunas publicaciones, está con un proyecto que, según él, le cuesta mucho sacar adelante. Se trata de un conjunto de textos, «sobre 2.200 textos de todo tipo. Poemas, aforismos, microhistorias...», aclara, algunos de los cuales figuran ya en el volumen VII de la Antología de Escritores Bercianos, editada por el Instituto de Estudios Bercianos.


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jueves, 20 de junio de 2013

Presentación: Perú y la guerra civil española. La voz de los intelectuales


Presentación: Carta blanca, de Rafael Saravia, en Ávila


Presentación del poemario de Rafael Saravia, Carta blanca
El poeta estará acompañado por Mario Pérez Antolín

Sábado, 22 de junio de 2013, 13:00 horas
Librería Letras
Paseo de San Roque, 12. Ávila


Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en La Crónica de León

José Luis Puerto atribuye a la poesía un poder de protección
R. Jiménez
La Crónica de León, 17/01/2013

La idea de protección y capacidad que atesora la palabra creativa para ayudar al ser humano a sobrellevar su dolor sustenta la obra poética de José Luis Puerto, también crítico, editor, profesor de literatura y etnógrafo, que acaba de publicar su noveno poemario, ‘Trazar la salvaguarda’ (Calambur).


“La poesía, así ha sido en mi caso, permite configurar territorios donde está presente lo sagrado, el sentido de la protección y otro elemento como es su facultad para curar heridas, apaciguar el dolor de la existencia”, ha explicado a la agencia Efe José Luis Puerto (La Alberca, Salamanca).


Ocurre también en ‘Trazar la salvaguarda’, cuyo título alude precisamente a esa condición de parapeto o protección que ofrece la poesía a quien recurre a ella “para ponerse a salvo del caos y la destrucción”, ha insistido este autor que, con el libro ‘Señales’ (1997), obtuvo en 1997 el Premio Jaime Gil de Biedma.
La palabra, desprovista de la máscara “que oculta al ser humano en muchos lenguajes contemporáneos”, obra entonces como un “hilo de emoción, de tiempo y de memoria” hasta conformar espacios “que trascienden la realidad, donde impera el espíritu y la belleza es la resultante de una manera de ser y estar en el mundo”, ha añadido.


Esas demarcaciones o áreas de seguridad “son como los muros y los hitos que antiguamente jalonaban determinados espacios considerados sagrados y situados junto a la entrada de las iglesias, ‘dextro’ lo llamaban en la Edad Media”, ha comparado el escritor además de con los círculos que los niños trazaban en la tierra durante sus juegos.


Poesía sin estridencia, intimista, donde la belleza se manifiesta en las cosas más pequeñas, a veces inadvertidas como la naturaleza o el paso de las estaciones, rezuman los versos de “Trazar la salvaguarda”: “Madera de castaño,/ Protege este lugar, tú que lo habitas/ Mucho antes que nosotros”, escribe en una de las primeras composiciones.


El poemario consta de cuatro partes, la más extensa de las cuales, (‘Hilos de tiempo’) tiene a la naturaleza y sus ciclos, el discurrir de la vida, el mundo de la memoria, el rumor de los seres próximos y la desaparición de los más queridos como protagonistas de versos íntimos y emotivos.


Esa dualidad entre la gracia, como anhelo y conciencia de plenitud al que aspira al ser humano, y la herida, fruto de la devastación del tiempo y que precisa curación, es recurrente en la obra poética de Puerto y ya aparece en ‘Señales’ (1997), su quinto poemario después de ‘El tiempo que nos teje’ (1982), ‘Un jardín al olvido’ (1987), ‘Paisaje de invierno’ (1993) y ‘Estelas’ (1995), y al que siguieron ‘Las sílabas del mundo’ (1999), ‘De la intemperie’ (2004) y ‘Proteger las moradas’ (2008).


“Desciende a lo pequeño,/ A esa brizna de hierba,/ A esa gota de lluvia/ que te salvan (...)”, propone al lector en otro pasaje de un libro donde también recrea algunos mitos clásicos relativos a Ulises, Sísifo, Antígona, Prometeo o Ícaro, y que cierra con un texto en prosa.
Puerto es licenciado en Filología Románica por la Universidad de Salamanca y catedrático de Enseñanzas Medias en el Instituto Lancia de León, ciudad donde reside desde hace casi quince años.


Cofundador de la revista ‘Encuentros’ y editor de la colección ‘Pavesas. Hojas de poesía’, ambas en Segovia, es también autor de los libros en prosa ‘Las cordilleras del alba’ (1991) y ‘El animal del tiempo’ (1999), así como de diversos estudios de etnografía como ‘Teatro popular en la Sierra de Francia’ (1990), ‘Paseos por Las Hurdes’ (1995), junto a Ramón Grande del Brío, y ‘El Camino de Santiago en la literatura’ (2004), entre otros.



José Luis Puerto en La Crónica de León

Reseña: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en La Provincia. Diario de Las Palmas

Transgresión y conciencia
José A. Luján
La Provincia. Diario de Las Palmas, 31/01/2013

Juan Carlos Mestre, (Villafranca del Bierzo, 1957), Premio Nacional de poesía 2008, colabora desde hace 20 años con Luis Arencibia, artista canario afincado en Madrid. Hoy inaugura en la Sala José Saramago de Leganés una exposición sobre su obra plástica. Su poesía se caracteriza por la ruptura con el orden lógico del discurso.

En ‘La bicicleta del panadero’ Juan Carlos Mestre transita entre la memoria cultural y la ilógica del discurso.

Parece un riesgo en los tiempos que corren afrontar la edición de una obra poética de casi 500 páginas como ha hecho la editorial Calambur con ‘La bicicleta del panadero’ (2012), de Juan Carlos Mestre. Pero no sólo es la cuestión volumétrica sino la propia factura de los poemas lo que genera una novedosa inquietud en cualquiera que trate de acercarse a su contenido. Estamos acostumbrados a apoyar el sentido crítico en determinadas clasificaciones para impregnarlo de cierto marchamo académico. En este caso, descartadas las vías de ‘poesía de la experiencia’ y ‘poesía del conocimiento’, la obra de Mestre se enmarca en lo que él mismo determina, aunque sin total convencimiento, como ‘poesía de la conciencia’, que es donde manifiesta moverse nuestro autor. Le hemos seguido el rastro a un reciente libro de George Steiner, ‘La poesía del pensamiento’ (Taurus, 2012), con el fin de comprobar si nos encontrábamos ante otro derrotero clasificatorio y hemos constatado que lo que hace Steiner es indagar en qué medida la poesía está presente en la producción filosófica de la cultura occidental; es decir, cómo los textos positivistas y metafísicos, en su discurso reflexivo, se hallan impregnados de lirismo o de ciertas metáforas, e incluso parábolas, lo que daría pie a una cierta proximidad de los géneros filosófico y literario. No es, pues, el camino que tratamos de escrutar.

Sin embargo, estos textos de Mestre propician una hermenéutica en el sentido de “Insurgencia poética” que define Javier Rodríguez Marcos (El País, 25.01.13) y que ayudan a situarlos en el panorama de la creación poética actual en el marco de la lengua española. En este reciente análisis, el crítico sostiene: ”Ahora, con la resaca de todas las burbujas, la cruda realidad se ha colado de nuevo en la poesía, aquella que Celaya, optimista, consideraba un arma cargada de futuro. Es cierto que autores como Jorge Riechmann, Juan Carlos Mestre o Isabel Pérez Montalbán nunca apagaron las alarmas y que la conciencia cívica ha estado siempre presente en la obra de Luis García Montero, pero esta vez la indignación atraviesa las generaciones”.

Los recursos temáticos que se desvelan en el ‘continuum’ de estos trescientos textos son memoria, paisaje, ideología política, referencia cultural, etc. tratados con ironía e iconoclastia. Planteada así se podría colegir que estamos ante una poética ortodoxa en su temática; sin embargo, no es verdad dado que el autor, en efecto, parte de un cúmulo experiencial, de su estar en el mundo, pero toda esa cosmovisión la coloca en el otro plano de la realidad, en el pozo oscuro donde se fragua el crepitar de la poesía, que luego deviene en poema. Cruza la línea roja de la experiencia ontológica y se instala en la no-experiencia de la racionalidad, ese foso oscuro, intangible a la razón. Y desde allí emerge su mundo poético basado en el logos, en la palabra, en el discurso que aflora en el poema de una manera incoherente, agramatical en su no-sentido semántico. Es el estallido del significado. Y todo ello con la conciencia de que cuando hablamos de literatura, de poesía expresada, estamos en efecto en otra realidad. En todo acto de habla se produce una relación con un referente. Pero el referente aquí tiene otro sustento, de tal manera que no existe en su formulación fenomenológica sino que emana desde el propio significado de la palabra.

Estamos en el barroquismo del silencio comprensible. Es verdad que en el discurso del poema aparecen algunos fragmentos textuales que a modo de aforismos le otorgan dimensiones reflexivas al texto. Pero, no obstante, el discurso se vuelve iconoclasta en todos los órdenes. No tratemos de buscar la lógica del sujeto y del predicado como soportes de un significado esperado y mucho menos su sentido. En cada secuencia versal nos encontramos ante una sorpresa nueva, creadora. Es justamente lo que el poeta, con clara visión deconstructivista, quiere subvertir. Este aspecto lo plantea Félix de Azúa (Anagrama, 2002) cuando define la deconstrucción como “una rebelión contra la jerarquización logocéntrica”, a la vez que aclara que “es el propio texto el que destruye cualquier posibilidad de encontrarle un sentido, y de ese modo libera infinitas lecturas”.

¿Dónde radica, pues, la conciencia? El creador, y en su caso el yo poético, tiene conciencia de que el discurso tradicional es una moneda sin valor, no ayuda a la estética ni a la liberación (“Lo que ya se ha dicho no es necesario volver a repetirlo”). Surge, pues, un logos innovador, con la rotunda explosión de la palabra. Acaso estos textos podrían ser analizados con la perspectiva de la escritura automática puesta en curso por el dadaísmo en 1924, por lo que no extraña que la obra esté dedicada a Francis Picabia, fundador del movimiento dadaísta. Podría también aducirse a las fuentes del inconsciente y al surrealismo. Sin embargo, considero que Mestre, conocedor de la tradición literaria, indaga más a fondo en las sugerencias sintácticas y semánticas que genera el texto creativo: “El desorden exacto de los átomos no es muy diferente al de las palabras armonizadas en la oficina”. O cuando en el “Búho de Minerva” (pág.14) cita Berlín, acto seguido alude a la muralla de Lugo, un encadenamiento del significado sugerido por un pensamiento en ebullición. Estas son algunas claves de su creación, que aflora en este momento de la historia, cuando el eurocentrismo se halla sumido en una crisis económica y emocional que atenaza todos los sentidos del hombre, cuando la sociedad se ha vuelto líquida (Zygmunt Bauman), cuando se desvanece el discurso de la sociedad del bienestar. Recordemos que el dadaísmo surgió como consecuencia de la Gran Guerra, que había dejado sin valor el discurso decimonónico de la sociedad burguesa, surgida al amparo de la revolución industrial. Entonces y ahora, estos artefactos poéticos devienen en alternativa al logocentrismo hegeliano que trata de ordenar el mundo, cuando ya de por sí es puro caos y desorden de la realidad.

‘La bicicleta del panadero’ es una esplendorosa orgía expresiva, convertida en lo que podría ser un manifiesto de la cultura occidental que parte de un entramado mundo de sugerencias y subvertido desde el impacto lingüístico. El autor parte de la memoria de un mundo cultural que pivota en sus referentes ideológicos o de un paisaje remoto que, siendo su cosmovisión acumulada, somete a una traslación que alcanza el escenario de su personal taller poético, formado en las oscuridades del inconsciente, y que articula en destellos de la ironía, de la ilógica y de lo irracional. Todo ello atravesado por la iconoclastia, la vuelta del calcetín oloroso a pisada ancestral, o por las evidencias de poemas de conciencia crítica e ideológica como, entre otros muchos que salpican la obra, "La tumba del apóstol", donde se cruzan las denuncias entre religión y dictadura.


(José A. Luján es catedrático de Lengua Castellana y Literatura. Ejerció la docencia en el IES “Pérez Galdós” de Las Palmas de Gran Canaria.)


Reseña: 28010, de Marta Agudo, en La Columnata

28010
Luis Luna
La Columnata, 14/05/2013

El primer libro de Marta Agudo, Fragmento, había presentado la excelente obra de una poeta con años de indagación en lo poético. La prosa poética desplegada en su nuevo libro es de una lucidez e inteligencia que desarma al lector. En Fragmento, Agudo se valía de la segunda persona poética como medio de objetivización; aquí el ‘tú’ se vuelve ‘yo’ extrañado, que necesita de la reinvención de todas las coordenadas posibles para encontrar su ser y su estado en ese ser. Para hacerlo, la reflexión sobre el lenguaje, vínculo único con lo que nos rodea, se agudiza y se somete a forzamientos realmente valiosos.

Estamos, por tanto, ante la creación de un ente ficcional que pueda representar(se) en un escenario en ruinas. El primer poema de la sección “Fonética”, de corte adánico, nos empuja hacia la creación de ese ser mediante el nombre: “Me llamo Marta. Me llaman Marta. Fui bautizada en escenarios sin dueño hasta que mis ojos fueron, poco a poco, dilatándose en ficciones”. Una vez creado este ser de lenguaje, el extrañamiento va a invadir poco a poco cada poema hasta hacerse: “Renglón o trazo que no ciñe ni termina. Cobijo de piel que, amortiguada, dirige cada herida hacia su hechura. Pero expulso lo que absorbo porque no llego a escribirlo, amontono curvas de conciencia y en procesión angosta por la calle avanzo con dedos afilados”.


Se configura un ser para el dolor, construido en andamios débiles, con un nombre a tientas. Y en esa tesitura debe también establecerse una sintaxis, o lo que es lo mismo, una forma de relaciones con el conjunto que, por descontado, también van a ser problemáticas: “La sintaxis del ausente, sus días incrustados. Fascismo de todo tiempo y lugar”. Y también “el mundo y yo, inicio y fin, la inverosímil coordinación entre el tiempo y las venas. A cada segundo los centímetros se imponen y la edad convoca a las excusas. La madre y el bulto del lenguaje. La gran, la grande y más grande quebradura”.


Establecidas todas las coordenadas, la poesía, forcejeo con el lenguaje, sigue su discurso ahondando cada vez más en la relación entre el ser individual y el ser social, forzados a dialogar sin posibilidad de subterfugios. Este diálogo debe ser, dentro de las coordenadas del libro, llevado a cabo por el propio lector, como método de inmersión en la problematicidad propia de una fragmentación y herida cada vez mayor. Así pues, los textos nos van emplazando continuamente a la reconstrucción, a la indagación en nuestro propio ego como problema.


Es ese diálogo el que se promete fructífero a través de la lectura de 28010, un texto sorprendente, de una altura y calidad envidiables dentro del panorama nacional de la poesía contemporánea.


28010 en La Columnata

Tercer fin de semana en la Feria del Libro de Madrid

La Feria del Libro de Madrid 2013 finalizó el pasado domingo y queremos compartir con vosotros algunas imágenes de los últimos días. Os damos las gracias a todos los que hayáis pasado por la caseta de Calambur este año.


































miércoles, 12 de junio de 2013

Segundo fin de semana en la Feria del Libro de Madrid

Compartimos con vosotros algunas fotos del segundo fin de semana en la Feria del Libro de Madrid. En la caseta 232 de Calambur Editorial estuvieron Antonio Hernández, Juan Carlos Mestre, Enrique Falcón, Niall Binns, Olga Muñoz Carrasco, Matías Barchino y Mercedes Chozas. Lectores y amigos pasaron por allí a saludarnos.