miércoles, 20 de febrero de 2013

Reseña: Trazar la salvaguarda, de José Luis Puerto, en El Norte de Castilla

Trazar la salvaguarda, José Luis Puerto.
Fermín Herrero

El Norte de Castilla, 16/02/2013 

En la duración del infinito
 

A través de poemas en forma de oración, letanía, invocación, cántico u ofrenda, siempre con «un decir que nos salva», levanta José Luis Puerto en ‘Trazar la salvaguarda’ el territorio, poco frecuentado, de todo lo que nos guarda y defiende: el rito del darse, el tiempo antiguo, la melodía de la sangre, lo femenino, los adentros, la ceremonia, la celebración. Un espacio propio, libre de ruido del mundo, desde el que sigue creciendo una obra poética que alcanza con este su noveno volumen.

En este sentido, ya en el título, que reitera de manera paralelística la estructura sintagmática de ‘Proteger las moradas’, es apreciable esta originalidad. Son contados los autores que acuden al infinitivo, con un valor prácticamente sustantivado, que en este libro, como en el precedente, indica una plenitud durativa, paradójicamente desde la promesa de una potencialidad a priori imperfectiva. El justo el impulso poético, y aún vital, que alienta en cada poema, que lleva a él, lo que determina la protección duradera.

De la misma manera que él advirtiese en un artículo que simplemente los títulos podían servir de guía para cartografiar la obra de Claudio Rodríguez, así, puede seguirse la trayectoria poética de J.L. Puerto. Es más, cada nuevo título abarca los anteriores —que como sintagmas recurrentes de su mundo interior siguen apareciendo en las entregas sucesivas— y supone una ampliación de su poética en marcha, una nueva conquista hacia el centro de su significado. Para alcanzar ese centro, «otra vida más alta», nada es baladí, si siquiera las citas de obertura donde se da primacía a la experiencia interior, a su ritmo que pertenece al alma, el país errante de Marc Chagall, y que es necesario nombrar, sin descanso, al modo inspirado del arrebato hölderliano, frente al poder y la usura del mal. El grueso del libro lo conforma el apartado inicial ‘Hilos del tiempo’, al que se agregan, por su concomitancia de clima espiritual, dos paquetes, una con textos ambientados en Marruecos, que ya comentamos aquí, y otra que reúne el acercamiento, la reinterpretación de cinco mitos de ascendencia clásica.

En esta labor protectora de la poesía, para que nadie profane «lo sagrado que lo habita», «la cifra de la gracia», se da un paso más allá, se delimita un terreno protegido, con derecho de asilo, y el poema se convierte, hasta «hacerse comunión», en epifanía, en una especie de sortilegio encaminado a la salvación, hacia la que indefectiblemente se dirige. De tal modo que se alcanza, se logra la mirada clara, como la del propio autor en persona, compasiva, de una transparencia honda solo manifiesta en los clásico, y de un desprendimiento, hijo de la humildad —«siempre los más humildes, los atentos,/oyen lo más hermoso»— se lee ‘Con todo lo que nace’, poema incluido en ‘Sagrado invierno’, ejemplar por lo difícil, que en cada aventura poética que nos entrega es mayor, si cabe.

La obra de J.L. Puerto ha llegado a la convicción de que la vida es un don recibido que rara vez nos merecemos y ante el que solo resta el agradecimiento, sin pedir nada a cambio —«siempre lo más hermoso es aquello que no nos pertenece», especifica el poeta en un texto adelantado del libro en el que seguramente se encuentra inmerso— y cuya manifestación última, la belleza, es el espacio en el que la poesía tiene la obligación de ponernos a salvo, de ser el cobijo frente a la tormenta del mundo del que se hablara Bob Dylan, justamente el que topografía este libro de lo salvado, aunque no en el sentido de aquel en el que se sentaban y registraban las mercedes, gracias y concesiones que hacían los reyes. De ahí que se acoja desde el principio a la duración del infinitivo, donde se cifra en última instancia lo trascendente, al lugar de lo sagrado, que necesita, en cualquier época, pero sobre todo en este tiempo tan desabrigado, salvaguarda y protección, tareas que ha cargado sobre sus espaldas poéticas con singular cuidado, en el sentido heideggeriano, y acierto el autor de ‘Trazar la salvaguarda’.

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