viernes, 30 de noviembre de 2012

Noticias: Juan Carlos Mestre en el VI Encuentro Internacional de Literatura 3 Orillas

VI Encuentro Internacional de Literatura 3 Orillas. La Laguna, Tenerife

Juan Carlos Mestre será uno de los poetas invitados con tres intervenciones.








Recital. Poesía y conciencia: las estrellas para quien las trabaja
Viernes 30 de noviembre, 20:00 h. 
Sala de Cámara del Teatro Leal
La Laguna, Tenerife

Conferencia-recital
Sabado 1 de diciembre, 19:30 h. 
Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC)
Puerto de la Cruz, Tenerife

Lunes 3 de diciembre, 12:00 h. 

Aulario del Campus de Guajara
Universidad de La Laguna, Tenerife

jueves, 29 de noviembre de 2012

Noticias: Vanesa Pérez-Sauquillo, Premio Ojo Crítico de Poesía

Vanesa Pérez-Sauquillo, Premio Ojo Crítico de Poesía de RNE

La poeta Vanesa Pérez-Sauquillo ha logrado el Premio Ojo Crítico de RNE, en la categoría de Poesía, por decisión unánime, por su último libro Clímax road.

http://www.rtve.es/radio/20121128/vanesa-perez-sauquillo-premio-ojo-critico-rne-categoria-poesia/578646.shtml


Vanesa Pérez-Sauquillo publicó en Calambur el libro Invención de gato, en el año 2006.




miércoles, 28 de noviembre de 2012

Recital: Juan Carlos Mestre y Julieta Valero

Lengu'entrebescada
II Ciclo de Música Contemporánea y Poesía

SMASH ensemble
Con Joan Bagès i Rubi y poesía de Juan Carlos Mestre
Con Joan Riera Rosbusté y poesía de Julieta Valero

Auditorio de la Hospedería Fonseca
Miércoles, 28 de noviembre de 2012, 20:30 h
Calle Fonseca 2, Salamanca


http://www.usal.es/webusal/node/26343





martes, 27 de noviembre de 2012

Texto de presentación de La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, por Jordi Doce


La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre
Por Jordi Doce

El pasado viernes 16 de noviembre se presentó en el Ateneo de Madrid La bicicleta del panadero (Calambur, 2012), el más reciente libro de Juan Carlos Mestre: un acto multitudinario, lleno de emoción y de intensidad, que se cerró con la interpretación de algunos viejos poemas de Mestre en la voz y la guitarra de Amancio Prada.

A mí me tocaba decir unas palabras preliminares sobre el libro, y opté por leer un resumen improvisado de los cuatro folios que había escrito para la ocasión. Algunos amigos me han escrito para pedirme copia del texto, así que he decidido compartirlo en esta bitácora como un recuerdo de aquella noche y un homenaje, desde la cercanía y la complicidad, al autor de La tumba de Keats.

Este libro prodigioso de Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, 1957) se abre con dos sencillas palabras: «le dije». Dos palabras que son a la vez el gong inicial y el estribillo de un poema en prosa, el muy justamente titulado «Poema uno», en el que dos voces (o la cara y la cruz de una sola) dialogan intercambiando perplejidades y juicios, órdenes y quejas: le dije, me dijo, me dijo él, me respondió, eso es verdad respondí…
La acotación remite no sólo a una puesta en escena, la de los operarios –quizá los cómicos mismos– que preparan la sala antes o después de la función, sino también a una música: la música de la oralidad, de la palabra que pesa y pasa por la boca, del fluir hipnótico de las imágenes con que la conciencia trata de hacer justicia a la vida, de hacerla vivir. Esa voz –esa música– es la que sostiene La bicicleta del panadero de un lado a otro de los 298 poemas que componen el conjunto: una voz omnívora y exaltada a la vez que burlona, irónica, adepta al disfraz y el despiste, poseída por el demonio de una risa en la que se advierte, al fondo, la sombra magnética del absurdo. Una voz, en fin, que colinda con el charco negro de la pena pero también, de otro lado, con el ritmo febril, incitante, de las analogías y su juego de espejos encendidos.

Habla una voz, en efecto, pero quién la dice y desde dónde es algo que no está claro, que cambia o muta en cada página. La voz es la misma pero los personajes, las bocas y lenguas que hablan, los protagonistas, se transforman sin descanso hasta dibujar una constelación que abarca, en realidad, el mundo entero. «El poeta es un buzo en traje de luces», se lee en «Otra oportunidad», cuyo arranque es todo un lema o carta de creencia:

Hermoso como los caracoles que se juntan en el agua caliente se levanta el árbitro de las abejas en la plantación inagotable de los nuevos errores.
Poesía pudo ser un cerebro que bailoteaba fox-trox en el túnel de los átomos pesimistas y poesía la liebre del rey escaqueándose por la ventanilla invernal de las secretarias eclécticas.
Amó al pájaro que florece y al cerrajero incunable hervido por los profetas.

Es como si Mestre quisiera borrar una y otra vez sus propias huellas, el surco de esa bicicleta que culebrea por los caminos de tierra de la página, pero en vez de emplear una goma de silencio cubre su rastro con una profusión de palabras y de imágenes que se llaman unas a otras como los zarcillos de una enredadera. Este jugar suyo al despiste –y es un juego, aunque surja del horror vacui–, esta afición compulsiva al quiebro y la metamorfosis deja un hueco que al instante se llena de figuras, de formas que se convocan y transforman mutuamente:

No hay, hermano, ninguna versión definitiva sobre la noche, solo peces, camarones, lluvias y relámpagos que caen desde la iluminación sobre la rareza del mundo.

El libro entero está dictado por este afán de totalidad, de no dejar un solo palmo de lo real por escrutar o interpelar: no soy yo, nos dice, yo soy este y aquel, yo soy todos, la voz es la misma pero sólo es posible, sólo es decible y audible si la decimos entre todos. ¿Quiénes somos todos? Me parece que en este libro Mestre ha concebido su propio Juicio Final, una especie de segundo advenimiento al que la comunidad entera de vivos y muertos ha sido invitada para mirarse y descubrirse –revelarse– a la clara luz desde la imaginación. Si Antífona del otoño en el valle del Bierzo convocaba a las figuras del presente y los espectros del pasado para construir el mito de un lugar, aquí es todo el tiempo, todo el espacio, lo que es llamado a juicio antes de esfumarse casi en el último suspiro. El término «juicio» es inexacto y hasta injusto porque aquí no hay condena, no puede haberla. ¿Quién podría arrogarse ese derecho? La misma idea de condena es ajena o extraña al espíritu que anima el libro. Pero sí hay sentencias, resoluciones ocasionales en forma de invectiva o apunte burlón, ironías y desdenes compensatorios que reivindican, como bien dice el poeta Eduardo Moga, «a las víctimas frente a los victimarios, a los humildes frente a los engreídos, a los callados frente a los que mienten». Porque este juicio final que propone Mestre no viene sino dictado por la necesidad utópica, la urgencia de reparar los agravios de la historia y redimir a los desfavorecidos, los arrumbados, los que están al otro lado de la vara de medir y golpear del poder. Lo ha consignado hace muy poco Santiago Auserón con palabras que evocan, a mi oído, los ritmos y tonalidades de esta poesía:

Echamos de menos la verdad callada [de la utopía], la necesidad de donde mana el deseo de otro horizonte. La verdad de toda vieja utopía reside en eso que Deleuze y Guattari llamaban «le peuple à venir»: una comunidad que sólo admite desterrados, nómadas del vasto desierto interior, guerreros que huyen del bando de la avaricia, ciudadanos de un planeta devastado cuyas ruinas esconden un pozo de agua mítica, cuya frescura imaginaria es comparable tan sólo con el sinsabor de su perpetua dilación. (El ritmo perdido)

Sabemos ya que todo juicio final es, en realidad, la oportunidad de un nuevo comienzo, la tabla rasa que permite remprender la marcha en plenitud, sin viejos lastres ni adherencias: un envite hacia el futuro que abreva y repone fuerzas en un pasado mítico, quizá inexistente salvo en el espacio de una imaginación sin la cual no podríamos comprender nuestra propia vida. Sabemos también que en la idea de utopía alienta siempre una pulsión apocalíptica, el deseo de romper con todo, de romperlo todo para ver qué subsiste, qué sigue siendo válido. Pero en la utopía de este hijo de panadero no hay lugar para la explosión destructiva: el fuego purificador es más bien, aquí, un fuego de artificio que alumbra y hace brillar todo aquello que nombra, que lo exalta y lo celebra dándole nueva vida. La risa liberadora y hasta carnavalesca de Mestre sólo tiene un destinatario: la arrogancia del poderoso, la seriedad impostada del pedante, el podio no menos impostado de la autoridad y sus secuaces… Cumple con creces aquella irreverencia, aquel espíritu libertario y heterodoxo que Valente invocaba con sorna en «Bajemos a cantar lo no cantable», uno de sus mejores poemas tempranos:

propongamos (…)

un trompo al justiciero general de a caballo,

una falsa nariz al inocente,

pan al avaro,
risa al cejijunto,
al astado burócrata una enjuta ventana
con vistas al crepúsculo,
al rígido bisagras,
llanto al frívolo,
gladiolos al menguado,
tenues velos al firme,
un ángel mutilado al siempre obsceno,
falos de purpurina a las dulces señoras…

«Risa al cejijunto...» Nadie como Mestre, desde una posición estética tan poco deudora de Valente, ha cumplido entre nosotros este programa casi dadaísta. Nadie tampoco ha encarnado mejor en su poesía esa definición de la alegría que dio el poeta gallego: «infatigable loro azul del aire». Esa risa disuelve también –era inevitable– ese género de pedantería que puede ser la crítica o la teoría literaria, en especial cuando se arroga condición de árbitro o de fin que ignora los medios. Mestre neutraliza una y otra vez a los críticos por el nada sencillo método de prever o adelantarse a sus objeciones y fecundar con ellas la escritura, el poema mismo:

Ustedes tienen aparato teórico me dijo un día un poeta quechua. Qué va, le respondí yo, apenas una gruesa capa de tocino con que mantenernos a flote cuando las aguas se ponen frías y los razonamientos nos llegan al cuello.

Conviene leer este libro de principio a fin. Leerlo en su despliegue, en sus desvíos y ramificaciones. Conmueve, bajo esa lectura, el sentimiento de duelo con que nace. Un duelo que va matizándose y modulándose conforme avanza hasta convertirse en una melodía de contrabajo capaz de sostener las acrobacias más sorprendentes. El duelo tiene causa biográfica –la pérdida del padre, cuya figura está detrás de las vetas más elegíacas y hasta sentimentales del libro: «la reina la Luna envejecida por la noche del padre»– y también una fuerte dimensión colectiva: surge de contemplar el paisaje en ruinas de una sociedad atravesada por la codicia y el olvido de su pasado, una sociedad que no acaba de articularse como proyecto colectivo y que deja sin atender los reclamos cada vez más perentorios de la imaginación. El paisaje de estos poemas iniciales es sombrío, crepuscular: una «Tierra de los significados» barrida por la tos del viento y poblada por cangrejos ermitaños que no saben mirar al frente sin caminar hacia atrás:


Poco antes de borrarse del todo el Sol echa un vistazo a las cabras y a los cangrejo.
Luego no queda ni un alma, las madres toman la fiebre con la mano y los suicidas vuelven otra vez a la cama 
En el piso de arriba los ratones hacen un ruido de novias en sandalias
No brilla tanto la timidez de las estrellas, debe de ser el cigarrillo de los filósofos sobre  el océano
Es lo posible, la ceniza de las palabras que caen desde un extraño mundo como copos de nieve

Algo así parece declarar, con la fuerza misteriosa y secreta de un anagrama, la frase que dibujan al tocarse los dos extremos del libro. Si «Poema uno», como vimos, se abre con la expresión «le dije», el poema final, «Últimas palabras», concluye con un sintagma de rara sugerencia: «la muerte y sus nombres». El poema no se llama «Últimas palabras» por casualidad: su designio es mostrarnos sin velos ni embozos el desvanecimiento de ese mismo mundo que ha sido convocado a juicio poético: «La ley desaparece el mundo desaparece las chozas se desploman los diamantes se licuan (…) las prisiones desaparecen los cubos de los hospitales la muerte y sus nombres». Aquí, de nuevo, lo personal y lo colectivo se entrelazan y se dejan leer a la vez. La muerte del padre y la muerte del mundo es una; la pérdida es desaparición física y también silencio, estación término para el poeta de las imágenes locuaces y los «versículos como venas henchidas».

Sin embargo, a lo largo de los casi trescientos poemas que componen el libro el humor y la belleza saben ganar la partida y proponer figuraciones verbales que nos deslumbran por su potencia visionaria, su red ilimitada de vínculos y correspondencias, la voracidad de sus anáforas y enumeraciones, el tam-tam celebratorio de sus letanías... Figuraciones en las que hallamos, transmutada, la huella declarada de todos sus mentores, de Whitman a Rosamel del Valle, de Dylan Thomas a Antonio Gamoneda, de Jaime Sáenz a Violeta y Nicanor Parra... «Asumir nosotros el misterio de las cosas», dice con perspicacia el rey Lear refiriéndose a él y a su hija Cordelia, la callada, la que guarda silencio incluso bajo coacción. No otra cosa es lo que ha hecho Juan Carlos Mestre en todos sus libros, del primero al último: asumir el misterio de las cosas en su infinita variedad, en su riqueza imperfecta y consoladora. «Lo igual es esa niña que contesta no, lo igual es la mano que cierra la puerta», leemos en «Argonautas». Mestre no es un poeta igual, entre muchas otras razones, porque sigue siendo el muchacho que responde sí, la mano que abre la puerta.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Reseña: Los motivos del salvaje, de Ángel Antonio Herrera, en El Cultural

Los motivos del salvaje, de Ángel Antonio Herrera
Por Túa Blesa
El Cultural, 18-24 de mayo de 2012

La voz que sustenta estos poemas es la de quien se piensa a mitad del camino de la vida, para decirlo con palabras memorables de Dante. Hay desde el primer verso del libro conciencia de ello: “La desdicha que me apague ya escogió su noche”. Tal posición condiciona todo su discurso y lo fuerza a volver la vista atrás, recordarse niño –“si digo dicha digo también infancia” –y también en etapas posteriores, y nombrar el gozo, irrecuperable salvo por la pálida imagen que guarda la memoria.

Sin embargo, esto no implica que el personaje caiga en un rosario de lamentaciones. Sus palabras son apasionadas, no en vano dice que son suyos “los motivos del salvaje”. Así, el resultado es una tensión sin solución que da vitalidad a los poemas. Más les da la vida, pues provienen de ahí, de esos sentimientos contradictorios, y así se declara: “va en el decir mi dolor, y va mi consuelo”, uno de los múltiples casos de unión de opuestos, una de las figuras claves de estos poemas y que puede entenderse como la expresión del conflicto básico del sujeto, ya apuntado, en un libro, por cierto, rebosante de imágenes, arrebatado. Ángel Antonio Herrera (Madrid, 1965), con varios libros de poesía, narrativa, etcétera, vuelve a dar aquí muestra de su arrebatamiento y su pericia poética.


viernes, 23 de noviembre de 2012

Reseña: El niño que bebió agua de brújula, de Julio Mas Alcaraz, en Quimera

El niño que bebió agua de brújula, de Julio Mas
Por Raúl Quinto
Quimera, número 342, mayo de 2012

Conocido principalmente como traductor de poesía estadounidense, Julio Mas Alcaraz (Madrid, 1970) nos ofrece con su segundo poemario, tras Cría del ser humano (Vitruvio, 2005), uno de los libros más estimulantes de los últimos años. Una guía para perderse de uno mismo, y, de paso, de la poesía más reconocible y gastada. El niño que bebió agua de brújula alude directamente a cada uno de nosotros, como actores-marionetas de un mundo donde todo está aparentemente decidido de antemano. Dice Mas: Nuestras madres, de pequeños, cada mañana, nos daban una cucharada de agua de brújula (p. 32). Para no perder nunca el Norte, para no extraviarnos de lo que se supone que ha de ser. Y este libro es un compendio de estrategias para rebelarse. Un manual para el desaprendizaje del mundo.

Algo tan antiguo como la mística. Enajenarse del uno, del tiempo y del espacio, desubicar las coordenadas de lo real. Eso. Si nos tienen dicho que lo real es la sucia urgencia de las cosas. Rebelarse. Y Mas lo hace ya desde la cita de Baudelaire que abre el libro: una declaración de guerra que reclama lo espiritual frente a la carcoma del mundo. Una vulgaridad que el poeta señala con el dedo para subvertirla. Las cadenas de la tecnología y el falso progreso, la crueldad humana como metástasis de tanto camino equivocado. Contra eso se rebela este libro.

Y en ese proceso de desnudamiento de lo aprendido, hay dos frentes a los que los poemas se entregan con ferocidad: el tiempo y el yo. Porque es necesario derrotar y desmantelar el tiempo y su tiranía lineal, por ello el tiempo se desplegará en sus innumerables planos, momentos y espirales, lugares y personas. Como una suerte de mística cubista. Intentando mostrar el todo de algo que por definición es inasible. Porque eso es romper la brújula que desde el nacimiento nos señala el camino preciso hacia el final inevitable. Y así es que sucede que Hoy la muerte no está (p. 144). Ese despojamiento del tiempo se conjugará, inevitablemente, con una liberación de la soga del ego (p. 152). Si uno nos conduce y el otro nos limita, la rebeldía es borrar esas fronteras. Vomitar el agua de brújula para intentar estar en el mundo de otra forma. Una forma donde la belleza pueda someter a la pesadilla, donde la naturaleza entierre bajo sus dunas toda barbarie humana, producto de la servidumbre al tiempo y a la individualidad. Frente al materialismo enfermo capitalista: la poesía. Como antídoto o carta de navegación. Frente a la vulgaridad pactada el, tal vez ingenuo, retorno al hombre hecho de/en naturaleza. A la placenta del origen, donde el rito y el asombro pintaban la vida de colores intensos.

Así, dentro de esa búsqueda/pérdida se atraviesan diferentes planos (composición cubista) o Tiempos, como se llaman cada una de las desordenadas secciones. Cada tiempo, cada espacio, como huella necesaria que deshacer: los signos de la ciudad, de los bosques o de los desiertos; del mar, donde se yuxtaponen las metáforas preciosas con la realidad despiadada de los migrantes ahogados o los desastres ecocidas. Como ocurrirá también con el espacio-tiempo del inconsciente disuelto en un ritual lisérgico tan antiguo como la propia poesía (Tiempo 8). Algo parecido a lo que ya propusiera Arthur Rimbaud. Seguimos ahí después de tantos años. La trinchera alucinada de la poesía frente al mundo-máquina. El intento de ser como esa Ella que aparece de vez en cuando en el libro, una Ella libre, sin brújula, que vive el reino de la belleza y del amor pese a la dictadura cotidiana de lo previsto.

El niño que bebió agua de brújula se me antoja un libro necesario, destinado a durar. Confirmando que la poesía española perdió, afortunadamente, el Norte y que en la dispersión de las voces y las estéticas los lectores hemos salido ganando. Libros como este siguen haciendo falta, aunque solo sea para intentar responder, en vano, a preguntas tan cruciales como ¿Qué ocurre con los profetas que dudan o con los ancianos la primera vez que ven el mar? (p. 185).


jueves, 22 de noviembre de 2012

Reseña: El gato negro del amor, de Kepa Murua, en El Ciervo


El gato negro del amor, de Kepa Murua
Por Isabel Alamar
El Ciervo, número 734, mayo de 2012

Este veterano autor con once títulos ya de poesía a sus espaldas nos sorprende ahora con El gato negro del amor, sin duda, una de sus obras más intimistas, en la que el tema fundamental es el amor, pese a que nos hable también de la ruptura, del abandono, de la nostalgia o de la soledad, y es que Kepa Murua empezó a escribir este libro a raíz de su separación, no olvidemos entonces tener en cuenta o recordar el valor terapéutico que a veces posee la escritura.

Un aspecto muy importante en El gato negro del amor es su estructura que se hace notar en el estilo, donde se nos muestra un lenguaje sencillo, casi austero, pero firme que le confiere un ritmo pausado y sosegado a todo el poemario, relajado, propicio para la reflexión; y en el tono, unas veces más poético y otras más narrativo, pero siempre tierno y evocador, que se encarga de presidir todos los poemas en busca de la emoción del lector. Un libro que contiene profundas reflexiones, de una gran belleza, que nos dejan sin aliento porque pertenecen al género de las grandes verdades de todos los tiempos. 

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Concierto recital: Juan Carlos Mestre y María José Cordero

La música de las bicicletas
Concierto recital de Juan Carlos Mestre y María José Cordero.
Música en otoño

Teatro Municipal Bergidum. Ponferrada
Viernes, 23 de noviembre de 2012, 21:00 h

Calle Ancha 15, 24401 Ponferrada (León)

http://www.teatro.ponferrada.org/

Reseña: El niño que bebió agua de brújula, de Julio Mas Alcaraz, en Culturamas

El niño que bebió agua de brújula, de Julio Mas 
Por Pilar Martín Gila
Culturamas, abril de 2012


Como es sabido, lo que da cuenta del desorden es la voluntad de ordenar; el desorden como una espera que el orden quiere resolver (podría decir Barthes). Tal vez, en una primera instancia, podemos observar el poemario de Julio Mas Alcaraz como un trabajo sobre el desorden, o la desorientación, de un mundo que para encontrar ese norte que señala una aguja imantada sobre el agua, ha de entrar en el agua misma. Esto hace Julio Mas: sumergirnos en otras corrientes. El lector sabe que está en otra relación por la referencia numérica en los Tiempos y los poemas, y sabe que está en otra construcción porque lo dicho se sitúa en la zona intempestiva de algo que se vive en lo inaccesible. Así, en el Tiempo 4, que inicia el poemario, tras el Frontispicio de Gamoneda, el orden inverso en la numeración de los poemas, deja la impresión de haber caído en un remolino que arrastra hacia uno de los centros posibles. Y ahí comienza la visión, en la encrucijada de secuencias de un mundo duro, enmarañado, el quebrado espinazo de toda bestia contemporánea, como lo escribió Mandelstam en su siglo, y cuya fuerza aquí radica en distinguir, desde dentro de la maraña lo que es y no es maraña. Veo al macho que se aproxima a las crías; al ser vivo que devora al ser vivo; al hombre ahogando galgos de las ramas. // Pero hay fresnos que mueren despacio cubiertos de líquenes naranjas. Y rocas que en su interior guardan una antiquísima gota de agua. […]


Y distinguir hace posible volver a ligar, que unas cosas del mundo tengan relación con otras cosas del mundo, esto es lo que hacen los poetas, y lo que hace la memoria cuando invoca más allá de su propio recuerdo, una primitiva religión en su sentido de religar, un acto en el que todo vuelve a anudarse. Es posible que algunos de mis antepasados / fueran hacia el este / […] / locos que mientras el resto cazaba / ataron las cuerdas que unían el cielo a la tierra / y pintaron caballos, venados y serpientes / para seducir en secreto a las hechiceras. // De ellos descendemos los poetas. Es el fondo común del que emerge el individuo y celebra ese nacimiento en lo concreto como una experiencia universal. Que no apaguen las hogueras esta madrugada. / Que las bandas de música se metan desnudas al agua y esperen siete olas mientras la rueda llameante desciende girando desde lo alto de una montaña hasta llegar a la costa. / Que no mueran los niños por un día. // Porque juntos preparamos las memorias de sus voces. […] Y al final, cerrado el último poema, hechos los agradecimientos e indexado el desorden, la apertura de un camino escondido, que por tener su espacio secreto, no conviene aquí desvelar. Tu exploración de lo posible ha terminado. Y ahora, méceme. Como jamás pensaste que lo volverías a hacer.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Presentación: La bicicleta del panadero, de Juan Carlos Mestre, en el Ateneo de Madrid



JUAN CARLOS MESTRE en el ATENEO DE MADRID
Presentación de su libro La bicicleta del panadero


XIX CICLO LOS VIERNES DE LA CACHARRERÍA
Acompañarán al poeta: Miguel Losada (anfitrión), Jordi Doce (presentador), los músicos Manu Clavijo (guitarra) y Juan Fernández (violín), y Amancio Prada.

Viernes, 16 de noviembre de 2012, 21:30 h
Salón de Actos, Ateneo de Madrid
Calle del Prado 21, 28014 Madrid


Ateneo de Madrid

martes, 13 de noviembre de 2012

Encuentro: Juan Carlos Mestre en Jaén


JUAN CARLOS MESTRE en JAÉN

El poeta y artista visual Juan Carlos Mestre presenta en Jaén su nueva libro La bicicleta del panadero, dentro de la programación de ‘Letras Capitales’ del Centro Andaluz de las Letras (CAL).

Intervendrá Juan Carlos Mestre, presentado por Juan Manuel Molina Damián.

Jueves, 15 de noviembre de 2012, 19:00 h

Biblioteca Pública Provincial de Jaén
Calle del Santo Reino 1, 23003 Jaén

Agenda tu cultura





jueves, 8 de noviembre de 2012

Encuentro: Francisca Aguirre en la Biblioteca Nacional

FRANCISCA AGUIRRE en la BIBLIOTECA NACIONAL

Ciclo Premios Nacionales de la BNE

Jueves, 8 de noviembre de 2012, 19:00 h.
BNE, Salón de actos. Pº de Recoletos, 20-22. 28071 Madrid.
Entrada libre, aforo limitado.


Francisca Aguirre ha publicado en Calambur Los maestros cantores, prólogo de Olvido García Valdés, Madrid, 2011, y Ensayo general (Poesía 1972-1999), Madrid, 2000.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Novedad: China destruida (y otras flautas, dulces y traveseras), de Pablo Jauralde

China destruida (y otras flautas, dulces y traveseras)
Pablo JauraldeCalambur Poesía, 132. 476 p.
ISBN: 978-84-8359-241-0
PVP: 25 €


El profesor Pablo Jauralde —célebre por sus investigaciones filológicas y en especial por la biografía de Francisco de Quevedo— presenta su quinto libro de poemas. Una ambiciosa obra llena de vitalidad, que despliega sensibilidad y conocimiento, humor y ardor, dulzura y rabia… La ambición temática tiene su correlato, y su sustento, en las abundantes audacias formales.

Pablo Jauralde Pou ha publicado cuatro libros de poesía:
Sin embargo
Trizas bruces
Calcetines rojos
El año del ombligo


Su actividad literaria —y aun otras—pueden seguirse a través de un blog hanganadolosmalos@blogspot.com que almacena unas tres mil entradas.


2

quiero el mar y también quiero las golondrinas;
que alguien entienda lo que quiero, quiero;
el día cuando vuelve es lo que quiero;
si la tarde se va, cuando declina.

Quiero lo que será y lo que termina,
y lo que permanece también quiero,
lo que llegó al final y lo primero,
violonchelo, trombón y mandolina.

Quiero el verso pulido y melodioso
y la palabra con rigor pensada
y me gusta también si destemplada
acaba en verso vil y escandaloso.

Un modo de armonía y de distancia
en tanto que resuelvo qué prefiero.


387

El objetivo es ser, intensamente,
recorrer los caminos que se cruzan,
cumplir pasiones, tiempos y tristezas,
no poner límite al conocimiento,

asomarse sin miedo a los silencios,
permanecer sin que nos mueva nadie, 
la plenitud de las limitaciones,
nuestro modo de ser irremediable;

intensamente ser con los sentidos
intensamente ser con las ideas
intensamente ser con las personas
intensamente ser con la emoción;

y aun si todo parece que termina,
imaginar soñar crear seguir