viernes, 15 de julio de 2011

Reseñas de El juramento de la pista de frontón, de John Ashbery

Revista Nayagua, nº 15 (II Época), junio de 2011

Flexiones antes de un calculado salto al vacío
Por Martín Rodríguez-Gaona
En 1962, la publicación de El juramento de la pista de frontón de John Ashbery supuso un punto de inflexión en la consolidación de las poéticas posmodernas. Su importancia e influencia, sumadas a la lentitud y la controversia con la que esta obra alcanzó dicha categoría, constatan que estamos frente a un libro mítico. La publicación de la versión castellana de este poemario representa un acontecimiento, pues quizás nos acerca al Ashbery más interesante como poeta para poetas, antes de su reiteración retórica —tan incesante como brillante— a partir de mediados de los setenta.

A inicios de una década marcada por grandes cambios, tras Some trees (1957) —quizá el primer libro de poesía más hermoso de la literatura estadounidense desde Harmonium de Wallace Stevens— Ashbery, ya exiliado en Francia, asume el reto de confrontar radicalmente la tradición modernista ( la de Pound, Eliot y sus continuantes como Robert Lowell), mediante el ejercicio de una escritura decididamente experimental. Con importantes vínculos con el estructuralismo, Oulipo y una serie de heterodoxos estadounidenses y franceses, Ashbery desarrolla una escritura que, en lugar de justificarse en su praxis (i.e. en su militancia vanguardista), paradójicamente es empleada para definir los limites de un universo discursivo sui generis. Así, de forma sutil y casi secreta, el poeta logra dos proezas: acotar una serie de temas que repetirá una y otra vez hasta convertirlos en marca de autoría y dar a conocer un libro que está considerado entre los fundadores de la vanguardia no adánica gestada en la segunda mitad del siglo XX.

Enefecto, El juramento de la pista de frontón da un paso mayor hacia la consolidación del desquiciante pastiche lírico de Ashbery. La confluencia del confesionalismo y lo absurdo, la cita culta y la vulgar, lo políticio y los intrascendente, todo está en estas páginas, aunque no por completo cohesionado por la argamasa del Ashbery posterior: la sublimidad de su oído, la maestría de su composción rítmica, tan invisible como precisa, aparece aquí sólo intermitentemente. En este libro Ashbery prefiere lo roto, el sinsentido, una escritura que explora las herencias del surrealismo y dadá para exponer una crisis de referencialidad que pocos intuían en el optimismo de la revuelta social de los sesenta (siguiendo el cuestionamiento se Gertrude Stein, sólo Jack Spicer y John Giorno exploran esta crítica estrictamente textual desde A la manera de Lorca y La máquina de poesía Giorno). Ashbery, en poemas como "Europa" o "Dejando la estación de Atocha", es el estratega aguafiestas que corta con la elocuencia, sea en su versión gentil o contracultural, para fundar otra basada en lo inestable, en el titubeo y la ensoñación.

La edición y la traducción, debidas al esfuerzo de Julio Mas Alcaraz, derrochan aprecio y cuidado, empleando distintos enfoques para aproximarse a un poeta por definición inasible. Los poemas son, ante todo, versiones, y se evita la literalidad ("¿Y qué pasa con la clave? ¿La llave?"). Así, el ensayo introductorio, informado, didáctico y bien estructurado, tiene como acierto no ser exhaustivo, pues la bibliografía sobre Ashbery, en su condición de auténtico clásico viviente, podría ser extenuante. Otro mérito del prólogo está en incidir en la dimensión política de la escritura de Ashbery, un aspecto decisivo en toda su propuesta y que se desarrolla oblicuamente. Esta edición se complementa con una amena e inteligente entrevista que retrata al poeta como un personaje agudo, ligero y amablemente distante, que expone sus conexiones con otras artes como la música y el cine. El libro cierra con una lectura de Jordi Doce que es una exposición, a manera de parábola, sobre el estilo y la trayectoria de John Ashbery.

Después de la publicación de Pirografía en 2003 (una selección panorámica de los diez primeros poemarios, de 1957 a 1985) y Tres poemas en 2005 (quizá el texto más extenso y contundente de su propuesta, de 1973), además de otros siete títulos individuales, se puede afirmar que John Ashbery es el poeta de lengua inglesa vivo más influyente en la nueva poesía de nuestro idioma. Esto responde, ante todo, a la seducción de su lenguaje pero, cabría preguntarse si la superación de la pugna entre conocimiento y comunicación, que marcó la poesía española de fin de siglo, es el único motivo tras este hecho. ¿Podría ser que la consagración de John Ashbery, al sentar escuela, suponga la instrumentalización de un lenguaje de incertidumbres para mantener el statu quo? En todo caso, más allá de las usurpaciones y las mutaciones, de las acciones reparadoras o normalizadoras ante un tiempo de crisis, la poesía de John Ashbery encarna los riesgos, las posibilidades y las limitaciones de lo posmoderno y, por lo mismo, El juramento de la pista de frontón es una gran herramienta para quienes pretendan efectuar continuos y calculados saltos al vacío.


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Revista Piedra del Molino, n.º 14, primavera de 2011

Ashbery: un lírico collage
Por Beatriz Villacañas
A finales de los años cincuenta, un joven poeta americano, atrincherado en las vanguardias parisinas, preparaba ya munición para llevar a cabo un asalto poético. Neoyorquino, parecía también querer mostrar que la manera menos engañosa de percibir Nueva York y, desde ahí, América, era desde el otro lado del Atlántico. Con el Premio de Yale para Jóvenes Poetas a sus espaldas y la influencia de Auden, entre otras voces anglófonas, mñas el apoyo prácticamente incondicional de sus amigos de la "New York School", John Ashbery publica The Tennis Court Oath / El juramento de la pista de frontón (desde ahora JPF) en 1962. Ya el título semeja una declaración de intenciones. El cuadro inacabado de Jacques-Louis David, Le serment du jeu de paume, es aquí presencia textual y simbólica que no puede sino traer a la memoria aquel juramento de los diputados franceses, pistoletazo de salida de la Revolución Francesa. Sea o no declaración de intenciones, es evidente la relación entre el acontecimiento histórico plasmado en el cuadro y el punto de arranque de un libro que, enfrentado a la tradición, hace de este enfrentamiento principio y procedimiento. Lo que nos trae de nuevo a las vanguardias.

Imposible desligar JPF del surrealismo y del expresionismo pictórico. Ambos son no sólo influencia sino articulación misma de las pinceladas con las que Ashbery traslada la pintura y el cuestionamiento de lo real al lenguaje poético, evidenciando a su vez influencias de poetas franceses como Pierre Reverdy y Rsaymond Roussel. Es, por tanto, JPF un libro radicalmente experimental. Esta experimentación y su radicalidad se fundamentan en la propia sustancia del experimento, pues éste aparece como entidad matriz desde la que puede fundarse la realidad misma, una realidad que no se presenta ya como objeto de observación y de sentido, sino como construcción lingüística. "Construcción" es palabra clave respecto a JPF, pues aquí el andamiaje verbal es el poema. Ashbery evidencia preocupaciones filosóficas y políticas, pero su conocimiento en ambos ámbitos se manifiesta más que como idea, como forma.

Podría decir que aquí la forma es la idea. Que la sintaxis, forzada en sus límites, desestructurada y reconstruida por Ashbery, es lo que hace cada poema. Así, una composición como "Cuánto tiempo más podré habitar el sepulcro divino" es, más que su evidente raíz platónica y bíblica, un largo retazo experimental, una representación fragmentada y múltiple de una realidad que se presenta precisamente así, fragmentada y múltiple y sin sentido específico. Del mismo modo, poemas como "Europa", "América", "Fausto" o "Saliendo de la Estación de Atocha" son formas de realidad múltiple y contradictoria más que referencias unitarias de carácter geográfico, político o literario.

Lo onírico. lo sensual, la visión crítica, la reflexión, el amor, el sexo, son piezas de un collage que reta a lo unívoco. No se trata, desde luego, de misterio, nada hay parecido a los poemas de Emily Dickinson, contundentes manifestaciones del enigma, que, en sí mismo, es un significado, sino del rechazo al significado mismo, de su no reconocimiento como entidad posible, siquiera necesaria. En esto, Ashbery aparece como el poeta de la posmodernidad. Aunque su vanguardia, como toda vanguardia, haya terminado siendo la de ayer, JPF ha sido, y sigue siendo, sustento del cuestionamiento posmoderno de lo real y de la tradición basada en verle y darle a lo real un sentido. JPF y los libros posteriores vendrían a ser imagen especular de la fragmentación y la multiplicidad posmodernas, de la coexistencia de elementos y discursos dispares, de la desaparición de rangos estéticos. Ashbery ya no es un poeta contracorriente, sino un poeta en el que esta épica se contempla.

Excelente la edición bilingüe de Calambur en la que hay que destacar una traducción y una introducción, asimismo excelentes, de Julio Mas Alcaraz. El exquisito cuidado puesto es éstas se completa con una ilustrativa entrevista a John Ashbery y con unas más que oportunas notas, todo obra de Julio Mas Alcaraz. La edición se cierra con un brillante epílogo de Jordi Doce.

Reseña de Los bosques de la mirada (Poesía 1984-2009), de Basilio Sánchez, en la revista Turia

Revista Turia, n.º 99, junio-octubre de 2011

La experiencia de lo íntimo

Por Javier Lostalé

La lectura de la poesía reunida de un autor nos permite mantener con él un diálogo que va mucho más allá del encuentro fortuito, o buscado, con alguno de sus libros. Para ello es necesario que en ella exista una visión del mundo coherente, donde podamos cuestionarnos nuestra propia vida a través de iluminaciones o desvelamientos y avanzar en la aventura humana de conquistar territorios sólo alcanzables mediante el pensamiento poético, que encarna cuanto toca, y esas zonas de misterio derivadas de la tensión propia del proceso creativo. Visión coherente del mundo en toda su complejidad que posee la obra de Basilio Sánchez publicada entre 1984 y 2009 y recogida en un volumen publicado por la editorial Calambur bajo el título Los bosques de la mirada, donde se incluyen siete libros y una serie de poemas inéditos. Entre esos libros se encuentran títulos memorables como Los bosques interiores, la mirada apacible, Al final de la tarde, para guardar el sueño o Las estaciones lentas.

Naturaleza, memoria y palabra creadora se entretejen en la poesía del autor extremeño hasta alumbrar un ámbito interior donde constantemente se abren esas galerías con las que el sueño mina la realidad, y donde todo está dotado de una movilidad anímica que hace necesaria la protección de un suelo firme, de "una casa como metáfora de la poesía" a la que se refiere Miguel Ángel Lama en su esclarecedor texto introductorio. Casa, refugio y a la vez atalaya desde la que acoplar la mirada a un paisaje exterior transformado, como muy bien señala Ada Salas, en visiones. Lugar también donde protegerse del frío, "signo de lo que está falto de vida o que necesita el aliento de ella", en palabras de Lama.

Lo simbólico entraña toda la obra de Basilio Sánchez, como enseguida deducimos del título bajo el que se ampara, Los bosques de la mirada, representación —pensamos— de lo laberíntico, de la intersección del sueño y de las lianas de la memoria. La Naturaleza, su vegetación, la respiración de los animales y la rotación de los días y estaciones son la transubstanciación de la intimidad del ser humano: "He escuchado mi nombre en las inmensas / cavidades del aire. / Soy el árbol / que nace de su sombra, / el que florece / con las últimas luces del año del deseo, la conciencia también de la existencia de los otros (…) Veo el hilo de humo blanco de las lavanderías / y el carbón subterráneo, / a la mujer que cruza con su hijo el río de los lodos / y a los hombres que pasan por los desfiladeros / con sus sacos de hojas 7 en el amanecer de las hogueras". por eso a medida que avanzamos en la lectura sentimos en su intemperie el paso del tiempo: "El tiempo es un recinto asolado / por las murmuraciones de las aves (…) Se presiente la lluvia. En las ventanas / el paso de los años ha dejado fisuras, / recodos inquietantes, humedades azules, medimos en su temperatura lo eterno y lo efímero, habitamos un silencio germinador y lo que todavía no hemos llegado ser, e incorporamos a los ausentes, a los muertos, a nuestra propia vida, hasta el punto de que sean ellos los que recuerden (…) Muchas veces he cerrado los ojos / para que nuestros muertos, a través de nosotros, pudieran recordar".

La memoria tiene un carácter basal en la creación de Basilio Sánchez, pues fundamenta lo que Luis García Jambrina denomina "proceso reflexivo sobre la condición humana y sobre su precariedad", imbricándolo en el sueño y prestándole así un horizonte que va mucho más allá del recuerdo de lo vivido: "¿Beber de la memoria, apaciguar con ella tanta sed persistente? (…) la ceguera del hombre / en el que la mirada de los signos, / de los ojos del sueño, / de todo lo sagrado que hay en la memoria (…) En el fondo, quizás / un hombre es siempre una casa cerrada / y esa casa cerrada es su memoria".

Casa cerrada, lugar donde se engendra la palabra poética, tercero de los elementos, junto a la Naturaleza y la memoria, que son pilares de Los bosques de la mirada. No se trata de hacer una metapoética, sino de amanecer la vida mediante las palabras, de nombrar el latido de las cosas, de poseer lo que albergan de resurrección, de reconciliación y de curación, y de estar a través de ellas con el otro. para todo ello la casa deberá levantarse "sobre la roca dura de la pérdida, / sobre la perfección del sueño, / de todos los deseos insatisfechos". Y el que escribe deberá recluirse en el espacio más íntimo: "Me obstino en la palabra que se dice al oído, / que empaña los cristales, / que humedece los bordes de la página". Deberá asimismo ser consciente de su ignorancia: "Sé que lo que conozco / es sólo una comarca de lo que no conozco, / que todo lo que he escrito no es, al cabo, / más que un carro de bueyes transportando /de una página a otra, / por el camino ciego del asombro, de la perplejidad, / una misma pregunta, un expectante / e idéntico silencio (…) Lo preguntas ahora. / Un poema no es nada y, sin embargo, / quizás por un momento, / alguna vez consigue redimirnos / de nuestra originaria condición de exiliados". Igualmente sabrá que de tal modo la escritura grafía la existencia que la transpira "al derramarse, / sobre la noche del poema, la otra noche del mundo". Y que a su esencia corresponde la alteración del pulso del tiempo: "Allí, junto al laurel de las bodegas, /frente a los desconchados azules de los muros, / aquello que lo salva: la escritura / que en su despojamiento, en su deliberada lentitud, / su mano hace girar como una llave / para que en este instante, / muchos años después, en otro extremo ( de la misma ciudad, / la mesa de madera en la que escribo, / y en la que intuyo a veces un confuso / deseo de trascendencia, / pueda doblarse un poco por sus goznes, / comenzar a ceder". la casa de las palabras, su espíritu enhebrador de toda la existencia, se desmoronaría sin la presencia silenciosa (en toda la poesía de Basilio Sánchez escuchamos un silencio último) de la amada: "Mientras andas descalza por la casa / sin hacer ningún ruido, como el aire / que se enreda por la verja, yo me afano / en reparar golpes, / las manchas de humedad, los desconchados / de estas cuatro paredes que los poemas necesitan".

La lectura de Los bosques de la mirada al fundir el aliento primario de la Naturaleza con lo íntimo humano y una memoria próxima a la ensoñación, nos sitúa en un espacio simbólico y visionario revelador en toda su desnudez de la condición humana. Esto sólo es posible cuando existe un poeta con potente imaginación y gran capacidad para la creación de un universo, como es el caso de Basilio Sánchez. La publicación de su obra reunida nos enriquece a todos.

lunes, 11 de julio de 2011

Reseña de 28010, de Marta Agudo


Revista 330 ml

El lenguaje y yo
Por Eduardo Moga

Marta Agudo (Madrid, 1971) ya había anunciado en Fragmento, su primer poemario (2004), la propuesta radical en la que ahora profundiza, y que depura. Dividido en cuatro partes, de once breves poemas en prosa cada una, 28010—un título que es también un código postal— presenta a un yo quebrantado, inconcluso, en acuciante lucha por construirse, o por sobrevivir a la destrucción. Una identidad que no ha acabado de fraguar, compuesta por lajas dislocadas, por fragmentos que la realidad disemina, se proyecta en un texto asimismo descoyuntado, pleno de aristas y arañazos, arrasado de estupor. Esa identidad, en 28010, solo puede aglomerarse mediante el lenguaje: sus textos no son sino revelación de la naturaleza lingüística que nos constituye, y de los conflictos —o la desquiciada lucidez— a que esa condición verbal nos expone. El primer poema de la primera sección, «Fonética», que reflexiona explícitamente sobre el lenguaje y las ficciones que permite elaborar, entre ellas nosotros mismos, empieza así: «Me llamo Marta. Me llaman Marta…». Lo mismo se dice en una pieza de la última parte, «Secuencia», dedicada al análisis del flujo temporal y de la configuración —o desfiguración— sucesiva de nuestro yo: «Me llamo Marta, me llaman Marta, y me persigue el idioma en que se expresa el moribundo...». En este mundo hecho de lenguaje, el ser pena su desarticulación y su vacío: motivos de fuerte impronta existencial, como el naufragio, la ausencia, el miedo o, sobre todo, los de connotaciones patológicas —la herida, la parálisis, la enfermedad, el dolor—, revelan un sufrimiento basal y un malestar con ese yo devastado, y con los otros yos infernales que lo acosan, que despierta la voluntad de desaparecer, bien refugiándose en un espacio propio, sin hostilidad —«hexágonos de miel»—, bien diluyéndose en una fuga reparadora, indistinguible a menudo de la caída. Con un estilo abrupto y fisurado, pero cuyos hiatos conecta, como una membrana, la pasión metafórica, 28010 acredita una voz genuina, audaz, deudora de la mejor tradición experimental.

http://revista330ml.blogspot.com/2011/07/el-lenguaje-y-yo.html


viernes, 8 de julio de 2011

Reseña de Poesía fundamental (1976-2005), de X. L. Méndez Ferrín, en El Cultural (El Mundo)

El Cultural (El Mundo), 8 de julio de 2011

Méndez Ferrín: Poesía fundamental

Por Túa Blesa

Personalidad fundamental de la Galicia contemporánea por su actividad política, Xosé Luís Méndez Ferrín (Ourense, 1938), no ocupa un lugar menos fundamental por su obra literaria, y en particular, por la poética. Tan fundamental que podría decirse que ha sido fundacional de la tradición reciente, del resurgimiento de la poesía gallega, pues Con pólvora e magnolias, de 1976, fue un libro que ha marcado un hito en la actualización de la escritura en gallego y no es sólo ésa su significación. Un libro que, al decir de Antonio Gamoneda, estaría en la clave del "materialismo histórico-visionario", que parece caracterización adecuada y no sólo para ese libro. En efecto, uno de los principios e la escritura de Méndez Ferrín es político, transformador de la realidad. y otro no es ajeno a la indagación en el lenguaje y, por tanto, no menos transformador. Uno y otro tienen sus propios mitos: Ho Chi Minh o Che Guevara y William Blake o Rimabud, por mencionar algunos. A la geografía, historia y mitología galleguistas, que nunca faltan en su obra, se les entretejen otras del más diverso origen que hacen que lo social adquiera una dimensión universal. Se escribe, pues, de lo real, pero se hace con un habla alucinada, llena de imágenes y de referencias culturales, de saltos en el espacio y en el tiempo, que recuerda no poco a Ezra Pound en los resultados.

En el fondo la nostalgia de una patria y una lengua, si no perdidas, disminuidas, y el parangón con la Aquitania que dio a los trovadores, Irlanda, pero también Prisciliano y todas las herejías, heterodoxias y disidencias. Y con la nostalgia el sueño del restablecimiento, aunque sea por la palabra. Poeta excelente, todavía no lo suficientemente divulgado en español, este volumen reúne en edición bilingüe cinco de sus libros, con anotaciones sobre personajes y lugares mencionados y citas o ecos literarios siempre oportunas, y debería ser ocasión para el conocimiento y reconocimiento que se le deben a un poeta que, en gallego, viene escribiendo una poesía actual y de la mayor altura. ¿Será esta la ocasión?

domingo, 3 de julio de 2011

Los toros furtivos, de Javier Villán, e Insurgencias, de Antonio Hernández, en el blog de M. Fco. Reina

Estando muy avanzada la Feria taurina de San Isidro, con la consolidación de José Mari Manzanares que salió por la puerta grande de Las Ventas, como ya sucedió unos días antes en La Maestranza de Sevilla donde hizo historia con el indulto de un toro, y la de otras jóvenes figuras de su generación como Sebastián Castella o El Juli, parece conveniente tratar y recomendar algunos de los libros que versan directa o indirectamente el tema de la tauromaquia. Uno de ellos, con prólogo del académico Pere Gimferrer es el que le da título a este artículo, Los Toros Furtivos, del escritor y crítico taurino Javier Villán. Este volúmen, editado por Calambur, es una serie de irónicos relatos con gran conocimiento del tema y buena pluma, en un estilo que recuerda a veces los esperpentos valleinclanescos y, en otros, la sabia literatura de José María de Cossío. En palabras de la crítica literaria Pilar Castro, estos textos “son, para entendernos, su embestida y su estoque contra las prohibiciones que rondan la fiesta de los toros. Y son, frente a ella, la posición de quien decide dar respuesta al “abolicionismo antitaurino” sirviéndose de la exageración crítica de Rabelais y el magisterio de la ironía cervantina. En palabras de Gimferrer , que abre esta preciosa edición (ilustrada con mimo por Gonzalo Torné), en nombre de quienes no disimulan su descontento: ya que “debemos quedarnos en el callejón, el mejor burladero es el sentido del humor”. El catalán Gimferrer hace una defensa a ultranza del libro, inteligente, argumentando los valores culturales de la tauromaquia diciendo que «Hay que responder al abolicionismo con las armas de Swift, de Rabelais, de Cervantes e incluso de Petronio. Éste es el camino elegido lúcidamente por Javier Villán».
Existe una enorme tradición intelectual sobre la tauromaquia, más allá del exotismo que fascinó a Orson Welles o a Hemingway, que va desde los Machado a Unamuno, pasando por Federico García Lorca, Rafael Alberti, o José Ortega y Gasset. Uno de los poetas contemporáneos que más han defendido la tauromaquia desde la intelectualidad y la poesía es el maestro Antonio Hernández, natural de Arcos de la Frontera, cuya obra poética completa, con el título de Insurgencias, se ha editado también por Calambur y presentado como se merece en la sede del Instituto Cervantes de Madrid. Una de las cosas que más profundamente han calado en mi manera de concebir el mundo, y esto es extensible a mi interés por determinadas figuras de las artes y las letras, es el compromiso real, las apuestas en las que la vida se ha puesto encima de la mesa con cada línea o cada verso escritos. Apunto todo esto porque, aunque en algún momento de juventud, y ahora que ya no lo soy tanto, algún malintencionado me colgó el San Benito de “niño terrible”-dándome en el palo del gusto en vez de insultarme porque adoré a Rimbaud desde adolescente-, calificativo que te endosan los acomodaticios, siempre me sentí atraído y fascinado por las personas, y los escritores en particular, que anteponen su honestidad a otros premios, en el sentido más extenso, de los que otros gozan con la condición de renunciar a la decencia y a sus principios. Entre estas figuras, también adornado por toda clase de atributos feroces, una de las más preclaras en coherencia y exigencia literaria que he seguido es la de este poeta arcense Antonio Hernández, Premio Nacional de la Crítica por el poemario ”Sagrada forma”. Huelga decir, aunque lo haré, que este es un libro en el que nada es gratuito, como acostumbra el poeta, mucho menos su título, que anuncia un fulgor de madurez poética, versos de desgarramiento hondo y verdad descarnada, de desnudez sin paliativos, brasa que se pueden permitir los que nunca usaron máscaras, y elaboraron su obra con la urdimbre de la belleza sin renuncias, que siempre resulta hiriente para los que vendieron su alma a la nada. Los volúmenes recogen una vivísima y apasionada-incluso en el desapasionamiento-reflexión sobre el amor, la muerte y la soledad en la que Hernández vuelve la vista a sus querencias literarias y personales, sin pirotecnias, con el peso y la maestría que dan el talento y un alto oficio. Un ejercicio soberbio de sabiduría y sinceridad poética para disfrutar.

viernes, 1 de julio de 2011

Reseña de 28010, de Marta Agudo

Poesía digital.es

El sentido del destinatario

Por Sofía Castañón

Siempre sabemos a dónde ir. Cómo no saberlo a golpe de Tom Tom, de GPS, de callejero en realidad aumentada. Cómo no saber a qué hora llegaremos a. Cuál es la dirección de. El destino, el destinatario, son más ciertos que nunca, ahora que todos podemos saberlo todo. Otra cosa es entender. Porque tener una dirección no es siempre saber cuál es el sentido. Y hace falta en esto de las indicaciones, o los poemas.

Para Agudo, en 28010, las coordenadas suenan, se organizan, nos ubican, narran. Un timbre, un envío, el sentirse destinatario de. Poco importa el "de". El "de" lo es todo. Importa ser destinatario. Reconocerse en un nombre, en un significante al que una misma significa. Por eso en todo lo que rechazo palpita mi postura; y entre lo que fui y no fui, mis frustraciones; y entre lo que soy y seré, una bandada de verbos, siente la poeta al deletrear su propio nombre, en un ejercicio de identidad que identifica como "Fonética". Bajo este nombre transcurre la primera parte de un poemario centrado en la búsqueda, consciente de lo que eso supone, conocedora la voz poética de la tradición que rodea ese tema, asumiendo los vicios de quien busca con palabras, ganándose el respeto entonces de todos aquellos que andan buscando y casi ni lo saben: Dadme mis letras para recomenzar. Dadme aunque sea un cero, pero uno completo, cuadrado y sin fisuras.

Como pequeños cuentos estáticos configura Marta Agudo 28010. Una sucesión desencadenada por el timbre, porque en la literatura siempre llega alguien. Y con el timbre, anagnórisis. Lo complicado es el reconocimiento propio, la construcción de una identidad, y entenderla. Y más aún, reencontrarla pasado el tiempo, cuando parece que todos los muebles están colocados y "mira, tú, dónde demonios estaba aquella cómoda y qué diantres hace aquí esta estantería". Y en el origen qué fue: ¿el verbo o el nombre? El primero hizo al segundo y éste para afirmarse empleó un procedimiento negativo: si "no planta", si "no perro", si "no ojo"…; expectativa hasta que el adverbio "sí" pudo ser enunciado. Después el resto de partículas: "antes", "hasta", "no obstante", "todavía". Repetición tras repetición para ir creando oraciones: llanura… Las cosas, las casas, los hogares que poco a poco vamos siendo y en los que nos hacemos espacio y de los que nos expulsamos, algunas veces. Condensa Agudo esa evolución de espacio cerrado y a la vez abierto, de paredes y patio de luces. Como si al abrir una ventana el ritmo del vivir se transformase (Cuando llegue patios abandonados, memorias de oscuros exterminios, aunque, paredes adentro, hexágonos de miel).

En este entender quién es el destinatario de la dirección escrita (mucho más allá de un código postal, aunque sí código, siempre código), hay cuatro partes: "Fonética", "Sintaxis", "Geografía" y "Secuencia". Como si las tres primeras glosasen la última, con lo que suena, lo que se ordena y lo que ubica. Los elementos para contar una historia que en el tiempo alberga lo que una magdalena proustiana, esa maldita costumbre que tienen los sabores o el olfato de llevarnos a otro tiempo. Quizás duren estos poemas, en el tiempo físico (que no es necesariamente el más real), lo que dura sostener con las manos un sobre, un paquete, que no unas palabras. En otro hilo de tiempo, sostener esas palabras se dilata, se fragmenta. Dice Agudo: Y si la verdadera patria del hombre es el idioma: las pausas, las curvas, sus ritmos informales, habré de callarme para recomenzar, frotarme las manos hasta que desaparezcan las huellas dactilares y en la explanada abierta de la palma poder sembrar carteles, opúsculos, las cadencias de mi sintaxis o la precocidad de un niño, consciente de ser niño, que muestra sus venas rotundas hacia el aire.

Si hay un motor de avance en 28010 hay, al margen, otro movimiento. Uno que oscila entre un sentimiento crítico (muy libre, en su forma, en sus modos, en su dar pasos con un trazado difuso pero convencido) y un pesimismo leve, que no quiere evitarse, a modo de polvo que se deja ahí con los años. No por mucho madrugar soñarás más certidumbres, dice la voz crítica que ya conoce la certidumbre de lo dislocado.

El vecindario de 28010 recuerda, desde la mirada de la poeta, al universo de José Carlos Fernandes, en la colección gráfica La peor banda del mundo: quienes pasan los días así piensan en el "tiempo" o el "espacio". Si el primero no existe, qué hacer entonces con el segundo. Un niño al que le da miedo el espacio: montes, playas, cosas que esperan y esperan por algo.

Existe, además, un ejercicio de reconstitución (Rebobinar y desdecir la saliva que aquí me trajo), con el que entender que toda ubicación hasta el momento era en sí metáfora. Si has de contar (que es hacer), has de ser (que es ser). Elaborarse, convertirse una en respuesta a su propia cuestión. Marta Agudo desmenuza lo aprendido (y poco se aprende fuera del lenguaje, el dolor, que está ahí, el latir, que va por su cuenta) y lo coloca frente al reflejo de un espejo cuarteado. Lo analiza como se ve el cuerpo de algunos animales en las carnicerías. Más estudio que compasión para encontrar lo que sabe que hay de fondo. Y si existe el miedo, que existe ante la ausencia de certezas, permanece la decisión de que esto es justo lo que hay que hacer: No hay cordillera sin dos ni zanja sin cuerpo vivo.

Porque viva, Marta Agudo se cuenta. Porque libre, se busca.