domingo, 30 de octubre de 2011

Presentación: Libros de poemas, de Manuel Ríos Ruiz, en el CBA



Manuel Ríos Ruiz
Libros de poemas. Poesía reunida 
Calambur Poesía, 125, 560 p.
ISBN: 978-84-8359-226-7. PVP: 30,00 €



Presentan:
César Antonio Molina, Antonio Hernández y Emilio Torné


Miércoles 2 de noviembre de 2011, a las 19,30 h
Círculo de Bellas Artes. Sala María Zambrano
c/ Marqués de Casa Riera, 2. 28014 Madrid

sábado, 29 de octubre de 2011

Novedad: Libros de poemas (Poesía reunida), de Manuel Ríos Ruiz


Manuel Ríos Ruiz
Libros de poemas 
Calambur Poesía, 125, 560 p.
ISBN: 978-84-8359-226-7. PVP: 30,00 €

El primer y gran acierto de Ríos Ruiz ha sido desplazar la pasión andaluza del paisaje al lenguaje, de la historia al idioma.
Francisco Umbral

Después de haber editado La memoria alucinada (una amplia antología de su obra poética) y El gran libro del flamenco (enciclopedia en dos volúmenes y libro de referencia para flamencólogos y aficionados al arte flamenco), Calambur pone ahora en manos del lector esta poesía reunida, la totalidad de la obra poética de Manuel Ríos Ruíz, revisada y reordenada por el propio autor. Una obra cuyo acento intransferible, como bien señalara Francisco Umbral, ha sido el de convertir el poema, a través de una permanente reelaboración del lenguaje poético y desde la ya larga tradición del barroco andaluz, en un emisario de las emociones y experiencias tanto individuales como colectivas.
La trayectoria vital e intelectual de Manuel Ríos Ruiz (Jerez de la Frontera, 1934) se ha desarrollado esencialmente en dos ámbitos —la poesía y el flamenco— que conviven en una sola pasión, el lenguaje, devoción en la que se ha asentado la profusa obra poética de Manuel Ríos Ruiz (catorce poemarios hasta el momento) desde sus inicios. Ubicado habitualmente como poeta perteneciente a la difusa generación del sesenta y vinculado al no menos difuso barroquismo andaluz, su poesía se relaciona con otros compañeros de generación y de geografía, como Fernando Quiñones, Rafael Soto Vergés o Ángel García López.
No se trata en su poesía de realizar una operación decorativa desde la abundancia de imágenes y la riqueza léxica, sino de efectuar desde ambas una operación del lenguaje que abra la posibilidad de aquello a lo que Luis Rosales —refiriéndose a Góngora— denominaba la imaginación configurante, esa imaginación que convierte el lenguaje en caja de resonancia para los imprevistos significados. La poesía de Ríos Ruiz se desarrolla en esa temperatura poética en la que, paradójicamente, es la obsesiva construcción lingüística, el énfasis en la elaboración del lenguaje como ser autónomo, la que abre la fisura alucinada por la compleja expresión de la criatura humana. Una poesía en declarada gratitud con la tradición del idioma, de celebración expansiva, tanto formal como emocional en la estela de Whitman, y también de pesadumbre existencial en vínculo con el desengaño barroco o con el existencialismo desintelectualizado de Pavese. También en directa relación con esa otra devoción de Manuel Ríos Ruiz, el flamenco, que no deja de participar desde la raíz en la manera en que el poeta se ha vinculado con la poesía: asumiendo tanto histórica como estéticamente la antropología de la celebración y el duelo, asumiendo el respeto a una tradición y la necesidad simultánea de enriquecerla.
Desde La búsqueda, de 1963, hasta nuestros días, Manuel Ríos Ruiz ha publicado catorce libros de poesía que han sido galardonados, entre otros, con el Premio Béquer (Dolor de Sur, 1969), Boscán y Nacional de Literatura (El oboe, 1970), Nacional de Poesía Flamenca (Razón vigilia y elegía de Manuel Torre, 1978), Premio Villa de Rota (Plazoleta de los ojos, 1981), Juan Ramón Jiménez (Piedra de amolar, 1981) o Premio José Hierro (Juratorio, 1990).

miércoles, 26 de octubre de 2011

Novedad: Los maestros cantores, de Francisca Aguirre



Francisca Aguirre
Los maestros cantores
Prólogo de Olvido García Valdés
Colección Calambur 20 Años, 4, 64 p.
ISBN: 978-84-8359-233-5. PVP: 8,00 €
 



Francisca Aguirre (Alicante, 27 de octubre de 1930) pertenece a la generación de mujeres que tuvieron la vida más difícil de la España del siglo xx, la de quienes eran niñas durante la guerra. Se puede pensar que la de sus madres fue aún más dura, pues, adultas ya, tuvieron que encarar penuria y sufrimientos día a día, pero no lo creo: despertar a la vida, adquirir conciencia (aquello que se llamaba «uso de razón») durante una guerra civil —con todo lo que conlleva—, es lo más terrible que le puede ocurrir a un ser humano.
Compuesto entre 1992 y 2000, en
Los maestros cantores la autora hace ejercicio de gratitud y admiración por aquellos, tantos, que literalmente le han salvado la vida; son los hombres y mujeres que han acompañado su trayectoria espiritual, intelectual y moral. Se trata de un libro afirmativo y emocionante, que hilvana el diálogo con los nombres amados, dejándose conducir por su energía. El arte cura, sí, o, dicho de otro modo, sólo en el terreno del arte —vale decir, de la poesía— halla sentido la vida.

Olvido García Valdés, del prólogo a esta edición.


Después de Ensayo general. Poesía completa 1966-2000 (Calambur, 2000), Francisca Aguirre ha publicado La herida absurda (2006), Nanas para dormir desperdicios (2008) e Historia de una anatomía (2010). Su obra ha sido galardonada con los premios Ciudad de Irún, Internacional de Poesía Miguel Hernández y Alfons el Magnànim, entre otros, así como con el Premio de la Crítica Valenciana al conjunto de su obra.

martes, 25 de octubre de 2011

Reseña: Sesenta y cuatro caballos, de Antonio Pereira, en Encuentros con las letras


Antonio Pereira
Sesenta y cuatro caballos
Selección de Úrsula Rodríguez Hesles
Prólogo de Juan Carlos Mestre

Colección Calambur 20 Años, 3, 144 p
ISBN: 978-84-8359-228-1. PVP: 12,00 €




Encuentros con las letras, 21 de octubre de 2011
Por Santos Domínguez




Una vez estaba en la taberna el poeta inspirado haciendo su papel de poeta inspirado. Todos lo respetamos mucho en sus esperas de la voz misteriosa, aunque nunca se le haya visto una página terminada. Vino un parroquiano de la taberna con la alegría lúcida de los primeros vasos, y fisgó el renglón que campeaba en la hoja: Lenta es la luz del amanecer en los aeropuertos prohibidos. El verso hermoso, todavía único, con que iba a arrancar el poema.
El parroquiano suspiró:
—Es un buen empiece, poeta. Pero ahora qué.



Este es uno de los textos que forman parte de Sesenta y cuatro caballos, la generosa y representativa antología de la obra poética y narrativa de Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo, 1923 - León, 2009) que ha preparado Úrsula Rodríguez Hesles y que publica Calambur en la colección conmemorativa de sus 20 años.
Una antología en la que conviven en armonía los poemas de
Meteoros con los relatos de Recuento de invenciones, porque, como señala Juan Carlos Mestre en su prólogo El hilo de la cometa, “lo poético en Pereira es su narratividad”.
Pereira compaginó con naturalidad la poesía y el relato, porque sabía que eran géneros afines. Por eso en su poesía hay una clara voluntad de contar y en sus relatos brilla con frecuencia el fulgor de la poesía, la imagen y la palabra, porque hay una serie de vasos comunicantes entre sus cuentos y su poesía: el humor, la sugerencia de la palabra que va más allá de sus límites, la potencia imaginativa o la complicidad con los lectores:


No es tu mejor amigo quien regresa en la noche
y te trae pensamientos oscuros,
el perseguido por papeles de oficio,
el maniático insomne que comprueba las contras
y ve desde tu cama el crespón de la duda.
Apártalo aunque lleve el grosor de tus gafas
y por mucho que tosa aire de tus pulmones.
Lleva tus mismos trajes. Usa tu propio nombre.
Ése no te conviene.



Aunque vinculado a la generación del medio siglo por motivos cronológicos y al grupo leonés por afinidades personales o relaciones de amistad, Antonio Pereira construyó, como poeta y como narrador, una obra profundamente personal, al margen de modas y movimientos episódicos.
Sus primeras publicaciones fueron poemas que vieron la luz en las revistas
Espadaña y Alba, y por el camino de la poesía continuaría transitando en sus primeros libros, reunidos más tarde en el volumen titulado Contar y seguir (1972), de título tan machadiano como significativo, porque enuncia la relación profunda que hay entre su obra poética y su narrativa.
Y de ahí la convivencia natural de la poesía y la narrativa en estos
Sesenta y cuatro caballos. El propio Pereira lo explicaba así:

“Siempre me he considerado poeta, lo mismo cuando escribo en renglones cortos y medidos que llaman versos que cuando escribo todo seguido.”

“En mis libros de cuentos hay textos tan próximos a la poesía que no tendría inconveniente en incluirlos en un Adonais.”

Esta cuidada antología da un perfil completo del escritor que nos dejó textos memorables como esta
Oración que cierra el libro:


Señor ya sabes mis cuidados con el butano y los grifos
todo lo cierro bien pero es difícil desentenderse
inspecciono la antena
las macetas con tantas criaturas que por debajo pasan
sufro mucho Señor
y aunque te agradezco no haberme hecho cirujano
ni conductor del autobús escolar
te pido que un ratito te quedes responsable
que aguantes todo esto mientras voy a un recado
y cualquier día no vuelvo.



 http://encuentrosconlasletras.blogspot.com/2011/10/sesenta-y-cuatro-caballos.html

domingo, 23 de octubre de 2011

Tres poemas de "Sesenta y cuatro caballos", de Antonio Pereira


SESENTA Y CUATRO CABALLOS

Los Pereira (o Pereyra) que salen en las enciclopedias heráldicas se nos hacen algo molestos a quienes somos sus parientes de la rama pobre, y es por lo tacaños y esa manera que tienen de saludar, como si diesen los buenos días desde encima de la montura.
Ellos descienden derechamente de don Gonzalo Pereira, pero poco se parecen al antepasado dadivoso.
Lo escribió Pedro de Bracelos: Que teniendo el don Gonzalo treinta y dos caballos, en un solo día regaló todos a distintas personas. La cosa huele a invención y adorno.
Pero sigue la Crónica con que en ese mismo día los volvió a comprar don Gonzalo, aquellos treinta y dos caballos, para así poder regalarlos a otras tantas personas de su estima, y entonces el caso se hace creíble, porque a los bebedores del anochecer nos resulta más fácil aceptar lo enorme que lo mediano.


Antonio Pereira
Sesenta y cuatro caballos



Selección de Úrsula Rodríguez Hesles. 
Prólogo de Juan Carlos Mestre.
Colección Calambur 20 años, 3. 144 págs.
ISBN: 978-84-8359-228-1. PVP: 12,00 €


EL PUDOR ERA UN METEORO

El pudor era un meteoro
el pudor era un meteoro como la lluvia y el viento
el pudor era un meteoro como la lluvia y el viento y el fuego de santelmo
el pudor era un meteoro como la lluvia y el viento y el fuego de santelmo y la nieve y el rayo
el pudor era impredecible más que todos los meteoros juntos
porque no hay cabañuelas para el pudor,
sabes que va a llegar,
no dónde, cuándo,
si con la furia de la tormenta,
si en el agua sumisa de las lágrimas.

… Y la tarde pasaba larga larga,
jugando a un botón más, oh riesgo hermoso.

-------

ORACIÓN 

Señor ya sabes mis cuidados con el butano y los grifos
todo lo cierro bien pero es difícil desentenderse
inspecciono la antena
las macetas con tantas criaturas que por debajo pasan
sufro mucho Señor
y aunque te agradezco no haberme hecho cirujano
ni conductor del autobús escolar
te pido que un ratito te quedes responsable
que aguantes todo esto mientras voy a un recado
y cualquier día no vuelvo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Novedad: La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon, de Juan Carlos Mestre


Juan Carlos Mestre La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon
Calambur Poesía, 127, 128 p.
ISBN: 978-84-8359-219-9. PVP: 13,00 €

La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon fue desde sus inicios un libro abierto. Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, 1957) lo comenzó a escribir en el verano de 1974, a raíz del suicidio de su amigo, el joven poeta Gilberto Núñez Ursinos, a quien dedica «Elegía en mayo», primer poema que Mestre reconoce como tal. Textos de adolescencia que formaron parte de Siete poemas escritos junto a la lluvia (1981) y que agrupados con las entregas aparecidas en la mítica revista Ajoblanco (1980) o la Nueva Estafeta (1981) conformaron su primer libro, La visita de Safo (1983), finalista en la Bienal de Poesía de León en 1980. Hasta ahí el viaje iniciático, al que se suman poemas de diferentes épocas, editados en revistas como Ínsula
(1986) o en diversas publicaciones underground, en un excéntrico proceso de creación.


Alejado del habitual concepto de reedición, este libro reúne por vez primera aquellos poemas, editados ahora en su mayoría sin otras variantes que las tipográficas, y revisitados otros no desde la voluntad de mejora sino desde el cuestionamiento de su propia e ininterrumpida búsqueda. Una búsqueda que nace en la adolescencia del poeta, cruza su primera juventud y desemboca en la incorporación de textos contemporáneos, poemas en la cercanía de Keats quien, aquí, en la conversación con la melancolía de la muerte y las metamorfosis, se llama también John Winston Lennon.

La visita de Safo y otros poemas para despedir a Lennon nos muestra una poética en constante fuga, un diálogo con el amor, con las cifras de su destino y con la plenitud de lo que sin ser definitivo es el testimonio invisible de una conciencia que fue presagio y es ahora anticipación de la futura poesía de Juan Carlos Mestre.


miércoles, 19 de octubre de 2011

Reseña: 28010, de Marta Agudo


Marta Agudo
28010
Calambur Poesía, 120, 74 p
ISBN: 978-84-8359-215-1
 



El Cuaderno
Semanal de cultura de La voz de Asturias 
Nº 1 / Domingo 16 de octubre de 2011 de 2011
Por José María Castrillón



La reversibilidad del pensamiento sobre su propia acción impone una doble alianza. Nos permite la adaptación de nuestros planes, la precisión de las actuaciones; nos capacita para la prudencia y el cálculo, para la mentira y su disposición en ficciones más o menos consoladoras e ilusionantes. Pero en la misma medida nos encadena a la duda metódica, a la incertidumbre; nos deja, no pocas veces, al desabrigo de la culpa o de la depresión. Más pronto que tarde, la recursividad del pensamiento conduce al cuestionamiento de la propia identidad: «Yo soy diferente de todas mis sensaciones. No logro comprender cómo. No logro ni siquiera comprender quién las experimenta. Y por cierto, ¿quién es ese yo del comienzo de mi proposición?». Las palabras de E. M. Cioran espigan uno de los polos de la modernidad: la inconsistencia del sujeto, la identidad como problema. La fuerza con la que este asunto enraíza en el discurso posromántico no obedece únicamente a los novedad de su presencia en el acontecer histórico de la literatura, ni siquiera a su entronque con las teorías biológicas y antropológicas modernas, sino a que da testimonio del ser humano como una figura compleja y obsesiva, conformada entre espejos por imágenes proyectadas ad infinitum. En 28010 Marta Agudo (Madrid, 1971) golpea la superficie especular buscando su reverso, intentando comprender la disposición de los espejos, entrever, al menos, su trama. Inútil para el escéptico: tras el espejo, otro espejo; pero la angustia no con-cede y la autora (se) pregunta por su existencia «sitiada en el cero, en la mañana más blanca del mundo». El discurso poético encuentra en la «relación del yo con sus restantes» una salida tan sólo aparente a esa presión inicial; salida en falso puesto que se trata de una relación que se resiente impuesta y opresiva. «No hay tensión más continua que los otros», advierte el protagonista poético —por cierto, con rítmica tensión versal en el contexto del poema en prosa—. Agudo acierta de pleno en la precisión y plasticidad de las imágenes, que dibujan un entorno opresivo (de «ventanas que no cesan de adjetivar») pero inexorable y hasta hipnótico en su deriva hacia los otros, hacia lo ajeno. Se trata de una identidad la del sujeto poético resuelta en pequeños gestos, firmas, nombres, saludos y modos cotidianos que han sido silenciosamente moldeados por una trama heredada y ciertamente imitativa. Si bien el lenguaje recibido, «la madre y el bulto del lenguaje», es la «gran, la grande y más grande quebradura», el territorio deliberativo del poemario alcanza igualmente la combinatoria social, los modos tradicionalmente consignados de estar y ser en la tribu: «La sintaxis del ausente, sus días incrustados. Fascismo de todo tiempo y lugar». Y no es posible ignorar ese hiato existencial, ya que, en efecto, «de nada vale resolver la suma porque es en el signo “más” donde el conflicto».


De estirpe sartreana en su enfoque de los demás y en el extrañamiento propio, los textos apuntan a un sujeto, de continuo, naciéndose; que respira lo propio como extraño; habitante de un lugar —memorable descripción— «en orden y naufragando». Los poemas proyectan un estado de quiebra personal que, afortunadamente, propicia el laboreo de las palabras que tan bien saben conspirar contra lo establecido por los códigos lingüísticos. Sin embargo, la proliferación de nuevos signos externos y propios no cierra heridas: «a más información, mayor el desconcierto».
La búsqueda obsesiva de algún punto de referencia válido, de identificaciones tranquilizadoras, va trazando el relieve de una textura poética abundante en secuencias
apositivas y esquemas copulativos en los que el verbo a menudo desaparece: «la jaula de los seis años, cuando los valles eran valles, los valles lagunas, y las lagunas vergeles en los que el “uno” equivale solamente a “uno”». De este modo, la gramática vuelve más compactas las identidades tratando de equilibrar la ausencia de identificación personal.

El poemario obedece a una pulsión que se revela a través de una suerte de discurso fragmentado, al que Marta Agudo ya había recurrido en su primer libro, Fragmento (Celya, 2004). El lector puede saborear en los silencios intermedios buena parte de la médula de este libro. Son diversos los arranques de cada fragmento y constituyen el nervio del poemario en la medida en que, tras sus huellas, descubrimos la obsesiva construcción de las secuencias o el repentino azar o el salto de un plano a otro de la vida. No se trata, por tanto, de un molde retórico, sino de una dicción, de un gesto del habla poética. De nuevo Cioran ayuda en la explicación: «fragmentos, pensamientos fugitivos, decís. ¿Se los puede llamar fugitivos cuando se trata de obsesiones, es decir, de pensamientos cuya característica principal es justamente no huir?». De este modo, se hacen indisociables los modos de dicción de la voz que los encarna. Porque, en efecto, la arquitectura del poemario (once textos para cada una de las cuatro secciones) no puede entenderse únicamente como cauce que da pausa y dirección al itinerario de las secuencias, sino como símbolo de los códigos rígidos que articulan al ser humano: «¿y para qué otro lugar si la fiebre no me supo feliz y no puedo declinarme de otro modo?».
Zozobra y criterio poético configuran este libro lúcido que reafirma la trayectoria lenta
y fiable de su autora. Para saber más: Marta Agudo, 28010


martes, 18 de octubre de 2011

Novedad: Kepa Murua, El gato negro del amor



Kepa Murua
El gato negro del amor
Colección Poesía, 126, 96 p.
ISBN: 978-84-8359-227-4
. PVP: 10,00 €

La difícil poesía amorosa, por su uso y abuso, es un tema espinoso y lleno de uñas, como lo es este libro íntimo y de tono autobiográfico de
Kepa Murua. El gato negro del amor es un libro que viaja: escrito entre Londres, Toronto, Nueva York y Vitoria-Gasteiz (entre los años 2005 y 2006), y es, a su vez, un viaje hacia la gama de colores que componen la imagen del amor, el desamor y la separación. Personificado el proceso en la elasticidad y ambivalencia del gato (el gato negro, el gato blanco, el gato gris, el gato del silencio, el gato de fuego…), Kepa Murua nos presenta a los personajes que componen este relato (los amantes, los escenarios, la memoria) con su habitual despojamiento retórico y, desde el distanciamiento que otorga el viaje, sin ningún patetismo. Hay dolor, pregunta y desconcierto, y grandes dosis de sinceridad, sobre uno de los recurrentes temas de la poesía, planteado en este libro desde una perspectiva netamente contemporánea.
 
Kepa Murua (1962) es autor de los libros de poesía Abstemio de honores, Cavando la tierra con tus sueños, Siempre conté diez y nunca apareciste, Un lugar por nosotros, Cardiolemas, Las manos en alto, Poemas del caminante, Cantos del dios oscuro, No es nada y Poesía sola, pura premonición. Ha publicado asimismo libros de ensayo como La poesía y tú, La poesía si es que existe y Del interés del arte por otras cosas, así como varios libros de artista, entre los que destacan, Cuando cierras los ojos, Flysch, Itxina y Faber.

domingo, 16 de octubre de 2011

Reseña: Futuralgia, de Jorge Riechmann, en Leer



Jorge Riechmann
Futuralgia (Poesía reunida 1979-2000)
Colección Calambur Poesía, 121.  726 p.
ISBN: 978-84-8359-190-1. PVP: 38,00 €


Leer, Octubre de 2011
Agustín Delgado

Pensamiento ecológico
La editorial Calambur (que celebra los veinte primeros años de su fecunda existencia) reúne en el volumen Futuralgia los diecisiete poemarios que Jorge Riechmann (Madrid, 1962) escribiera entre los diecisiete y los treinta y ocho años. Desde entonces ha seguido enriqueciendo su trayectoria con nuevos poemarios que darían para un segundo volumen. Una ingente creación la de este poeta, traductor literario con especial dedicación a la obra de René Char, ensayista y profesor universitario de Filosofía moral, centrado principalmente en la ecología política y el pensamiento ecológico. En el prólogo revelador con que el poeta y estudioso de la poesía contemporánea Pedro Provencio introduce el libro ya indica que la poesía de Riechmann está conectada como pocas al devenir cotidiano.  Para nadie mejor que el propio poeta traduciendo en el frontispicio de este libro antológico el significado de la palabra futuralgia. “Futuralgia: dolor por la vida que podría ser, por la plenitud que cabría alcanzar. Rabia contra quienes nos amputan nuestras posibilidades mejores, en una época tenebrosa –la nuestra– donde el porvenir se halla trágicamente amenazado. Ardiente desconsuelo, si resquicio por donde pudiera colarse la  indecente denigración de lo humano. Ferocidad, ninguna. Pero sí rabia: la rabia de una futuralgia que me abrasa”.
Es decir, lucidez y amor. Como concluye Pedro Provencio en su prólogo: “Esa encrucijada de rebeldía hiperconsciente hacia el exterior –en defensa de la vida común amenazada- y hacia la intimidad –el amor como ceremonia refundiadora– hace de este libro un auténtico signo revelador de los signos de nuestro tiempo”.   

sábado, 15 de octubre de 2011

Reseña: Mediobiografía, de Blas de Otero, en El Cultural



Blas de Otero. Mediobiografía 
Edición de Sabina de la Cruz y Mario Hernández.
Prólogo de Mario Hernández
Colección Calambur 20 años, 1. 128 p.
ISBN: 978-84-8359-222-9. PVP: 10,00 €
 

El Cultural, El Mundo, 7-13 de octubre de 2011
A. Sáenz de Zaitegui
 


“Si algo me gusta, es vivir”. Y vaya que si vivió. Mediobiografía (Calambur, Madrid, 2011) reedita el autorretrato poético de Blas de Otero: más allá de datos sobre sí mismo, el bilbaíno nos comunica impresiones, circunstancias, el impacto de mirar a otro ser humano y verse reflejado en él como en un espejo. Insobornable, infatigable, simultáneamente victorioso y derrotado: la estructura tambaleante que es cualquier vida, apuntalada a base de verso. Para eso necesitamos la ficción: para hacer de la realidad absurda un espacio humano, habitable.


jueves, 13 de octubre de 2011

Reseña: Un único día, de J. H. Tundidor, en Cuadernos del Sur


Jesús Hilario Tundidor. Un único día.
Colección Calambur Poesía, 108. 2 Vols. 920 pp.
ISBN: 978-84-8359-148-2. PVP: 50,00 €


Cuadernos del Sur, sábado 1 de octubre de 2011
Francisco Morales Lomas

Hace unos meses la editorial Calambur publicó Un único día del escritor zamorano Jesús Hilario Tundidor, obra en dos volúmenes y cerca de mil páginas que se considera hasta ahora su obra completa. La poesía de Hilario Tundidor es personal y original.
Tiene un estilo propio, una marca indeleble que concita la nutrición del mundo, del hecho de vivir y del camino y la jornada con un lenguaje creador, aunque inserto en una tradición literaria que llega desde Jorge Manrique y el Renacimiento.
Posee una voz propia, rotunda, castellana, aunque también en ella existen efluvios del Sur, vía JRJ básicamente. Para Hilario Tundidor la poesía es “inteligencia, emoción, intuición y lenguaje”.
¡Cuántas resonancias de Juan Ramón Jiménez! Y esto le permitirá, como en su momento al poeta de Moguer, relacionar inteligencia y poesía, pero en el caso de Hilario Tundidor con una variante manifiesta de la libertad y sus correlatos jugando a la síntesis: “Solo tú inteligencia, puedes darnos el nombre: Poesía, oh, libertad, oh libertad inmensa”.
Y, en esa dinámica creadora, es el signo lingüístico, la palabra (“ácido código”, “inhóspita soledad, cauce imposible de la forma seca”) quien funde y dilata el poema, desvelando y ordenando la realidad: “la realidad real que cerca al hombre y que nunca podremos establecer definitiva en el conocimiento”.
Aunque dividido en dos volúmenes, Un único día ha sido concebido con una voluntad esencial y unitaria, de circularidad, por cuanto Hilario Tundidor ha optado por darle sentido al conjunto desde la ordenación sistémica del mismo en dos grandes apartados que llevan al final un colofón (el poema último) a modo de cierre; pero también por las palabras de la Addenda en la que el poeta explica la razón de ser de Un único día como una síntesis entre un intento por comprender el mundo y su luminosidad junto al  encuentro del ser en una dialéctica profundamente conmovedora.
La ensayista Giuliana Baita hablaba también de dos épocas en su obra: “El vivir y su entorno” para los libros de la primera época y “La poesía ontológica”, para la segunda. En la primera habría una visión existencial máxima, una inmediatez geográfica emocional de implicaciones personales y reflexiones críticas de carácter testimonial que
trascienden la objetivación específica como ha dicho Artuñano: “En esos reflejos
mi tono poético nunca ha sido, plenamente, ni testimonial ni crítico hasta ahora, sino reflexivo”.
La unidad del libro, salvo Pasiono, no se presenta en aspectos argumentales temáticos sino emocionales. En la segunda, cada libro, “refiriéndome exclusivamente a la construcción formal ofrece una estructura orgánica de argumento unitario, bien en su totalidad (Libro de amor para Salónica, Mausoleo, Construcción de la rosa) bien en cada una de sus partes (Repaso de un tiempo inútil, Tejedora de azar y el mismo Tetraedro)”. Pero esta elaboración en dos apartados, desde el punto de vista crítico, no debe verse como compartimentos estancos.
En el primer volumen, que lleva por título Borracho en los propileos (1960–1978), reúne los siguientes libros: Río oscuro (1960), Junto a mi silencio (1963), Las hoces y los días (1966), Voz baja (1969), Pasiono (1972) y Tetraedro (1978).
Expone Hilario Tundidor las razones de este título de Borracho en los propileos: El argumento general de este poema globaliza las connotaciones de la búsqueda
de conocimiento y la luz en la emoción de la escritura poética. La materia fundamental unitiva, organizante del libro, es la emoción existencial y sentimental del individuo ante la existencia y lo consuetudinario.




Junto a mi silencio (1963) está dedicado a su padre y a su madre. Es una lírica desconsolada, confesional y triste donde el poeta profundiza en la imagen del ser humano, en su humanidad predeterminada y frágil. Hilario Tundidor se proyecta hacia adentro en este buen poemario que descubre lo que el ser es capaz de crear y llevar hacia los demás. Con Las hoces y los días (1966) se adentra en una lírica vital que surge desde la voz, el ruido del corazón que canta y el ritmo de la existencia, así como la proyección de una necesidad proclive al optimismo y la conmoción que produce el vivir. Pero esta apariencia de luz es tenue y para el poeta es fácil caer en la nostalgia de la tristeza, sentir que el viaje de la vida sucumbe en un barco de niebla y acaso se pierda en el ruido de las palabras y no sepa si todo fue un sueño de hombre.
En Voz baja (1969) se resuelve en un humanismo de raigambre donde un creciente pesimismo se deslíe con la fortaleza de la vida, con su realidad y fulgor. Mucha ruina que crece en la destrucción mientras la esperanza de ese Dios “a lo Unamuno”, que no se materializa, aspira a su descubrimiento. Es una lírica donde se declara el júbilo a la vida y a los hombres, a pesar del olor a incienso y del ruido del mundo y la muerte que se adueña de su juventud. Una poesía reflexiva en la que se pregunta permanentemente por sí y esa existencia en la palabra.
En Pasiono (1972) el poeta se define a sí mismo y lo que hasta ahora han sido sus temas: la tierra, el miedo, la sencillez de lo humilde, la vida. Una lírica que se adentra en los paisajes de la existencia, la esperanza y la muerte desde esa construcción del trabajo del alfarero.
Tetaedro (1978) es el poemario más extenso. Lo conforman varios apartados con el nombre de libro (primero... cuarto) y un poema final y, a su vez, aquellos en otros tantos apartados donde el tema del tiempo es trascendente. El poeta, cercado y doliente, expresa desde la cercanía cálida de la tierra, la rotura vital y se pregunta si mereció la pena vivir. Antonio Machado preside el espíritu que se adentra en ese mundo que sufre y calla, se derrumba o se edifica. Pero también existe una imagen de ese JRJ de la primera etapa en la que el paisaje configura un estado de ánimo generalmente adverso.
También hay poemas críticos en los que su compromiso se agarra a la esencia de la España que sufre, conquistada por el silencio y los morteros. Y así en el poema homenaje a Luis Felipe Vivanco (“pesadumbre de este hombre bueno hasta la lentitud”) comprende el dolor de la desolación y ese tiempo de dolor que irrumpe en la historia del país, como en Asesinato de un ministro y su compromiso con la libertad.
En Tetaedro siempre existe una voluntad de construcción, de creación de una Imago mundi, con la que la mirada se encuentre definitivamente satisfecha:
“Extender la mirada, abrir/ el resplandor, heñir sombras/ fugaces, astros fugaces, inseguras/ señales, premonitorias/ situaciones”.
El segundo volumen de su poesía, titulado Repaso de un tiempo inmóvil (1980–2008), se compone de los siguientes títulos: Libro del amor para Salónica (1980), Repaso de un tiempo inmóvil (1982), Construcción de la rosa (1990), Tejedora del azar (1995) y Las llaves del reino (2000). Libro del amor para Salónica (1980) es una obra donde el amor se resiste frente al mundo. En el que solo ella importa. Pero antes hay toda una declaración de principios en un poema donde el corazón escribe su nombre, un corazón
como en el teatro del mundo en un lenguaje que busca la imagen poderosa, la sonoridad expresiva y la energía del poeta que se siente vivo, a pesar de tanta muerte.
Una lírica para sentir el vértigo del amor y la confesionalidad súbita, pero que también se alterna con las preguntas retóricas de si todo mereció la pena y si ya todo es harapiento y perdido. Las imágenes de la juventud perdida, de los iconos del amor, en el silencio o en la orilla, los cantos del corazón y la amada en plena naturaleza contemplando el silencio de la alameda. El poeta se hace dueño de un discurso experimental, acaso efímero, y juega con los verbos, como en Epifonema para una oda sin astros: “Amarte / estrujarte / aplastarte...”. Y realiza declaraciones amorosas directas, claras, ensimismadas: “Nada / sino tu amor necesito, nada”.
Repaso de un tiempo inmóvil (1982) lo inicia con ironía hablando de los poetas a los que define en sus usos, costumbres y acciones (concurren a certámenes donde su voz puede ser destruida, “mueren de tanta vida”, “son pequeños animales en disturbio”...) y después se adentra en una lírica emotiva e interiorizada que descubre su oscuridad y su
tristeza. Pero también hay una cierta búsqueda de identidades como en el poema Dentro (“Y yo soy y no soy”) y una forma de imbuirse del discurso del corazón que ruge y se adensa, y a partir de ese momento el pasado se restituye como en Oda a un tren de juguete, en el que se rememora el dolor como sentimiento que se adueña de nosotros y de nuestros fingimientos.
Construcción de la rosa (1989) se inicia con el titulado La poesía, que es una especie de vuelo de celebración sobre la mañana y la lucidez del mundo. Sigue una estructura precisa con ese poema inaugural, tres partes que titula libros (Construcción de la rosa, Hálito, Elegía) y un poema final: Niebla en Madrid. Hay una necesidad de buscar impulso en la luz y en ese juego de antítesis ocultar la sombra, enajenarla.
Pero también surge Juan de Valdés, rememorado; y la música que nace en plena naturaleza como un fruto del corazón que asciende a través de la sinfonía de las palabras en una búsqueda del ser de las cosas. En algunos poemas se presenta la nota de denuncia y en otros, como en Elegía castellana en el museo del Prado, critica esa vanidad de nada, su decrépito orgullo, a la vez que la derrota y la decadencia si se llegaba de un pasado victorioso que tanto nos recuerda a Antonio Machado y sus Campos de Castilla y a León Felipe.
Tejedora del azar (1995) está dedicado a la estulticia humana. En la explicación inicial advierte que este conjunto es una colección de poemas libres e independientes, agrupados no obstante por algunas afinidades, y declara su homenaje con ellos a Fray Luis, a quien dedica los primeros versos. Desde el inicio establece las claves de su lírica que nace de la inteligencia, pero también de su conocimiento del mundo, de la pulsión de su ser en el vuelo, en el paisaje y en la potestad de la perplejidad y el azar.
Los poemas mitológicos surgen entonces de la mano de las diosas Deméter, Atenea o de Artemisa (desde la oscuridad, desde la inteligencia o desde la inocencia primera), pero también desde la libertad conquistada o la belleza, sin olvidar la eficacia y configuración de la palabra, su sentido último, y la trascendencia de la materia.
De un clasicismo reconocible y homenajeado se deben tildar la serie de sonetos dedicados a Cuenca, Zamora... pero también a exaltar el dolor y las razones para amar la vida. Una lírica directa que se detiene en el paisaje y los grandes temas que siempre le afectaron como el tiempo, la pasión de vivir o el recuerdo de un amor; a veces con expresiones que suenan poderosas y prosaicas.
En 2000 publicó Las llaves del reino, en tres libros y Un poema para concluir ‘Un único día’. En realidad este último sería el poema–círculo que cierra su obra y pretende darle sentido al conjunto final desde su tendencia a la síntesis última.
En realidad es un encuentro con la pintura, el canto interior y la música (de la mano de W. A. Mozart). De nuevo el concepto sobre la vida nos advierte desde la cita de García Lorca en su Oda a Walt Whitman: “... y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”. La vida desde esa imagen inicial del agua de lluvia que penetra en el espíritu, lo deslumbra,
y advierte de la felicidad de esa movilidad vital a pesar de su invierno.
Los poemas se dirimen entre la soledad del paisaje interior y el paso del tiempo (tema permanente de su lírica) con sus espacios abiertos a la nostalgia, el sufrimiento
o la solidaridad.
Las estrellas, los árboles, la naturaleza en general comienzan siempre con una alegría, una alegría que se precipita en el vino l’âme du vin y acaso en sus grandes referentes como el francés Charles Baudelaire, T. S. Eliot o Claudio Rodríguez.
El canto a lo perdido, a lo renunciado, a ese tesoro que se va acumulando en ese río que va tomando de acá y de allá todo tipo de aportes invita a nombrar las cosas, porque en su nombramiento, en su conformación como palabras ansían su propia razón de ser, su existencia. El país de la vida es su paisaje, su alcohol, su muerte, su hazaña personal y solitaria. Hay una veta surrealista que pretende llenar un fondo vital y elegíaco sobre lo definitivo, sobre el sonido de la existencia (“Escucha todo / lo que es vivir y sus alrededores”), sobre el vacío del mundo, sobre la tierra y sus túneles. El poeta encuentra la soledad por doquier, se estremece en el bosque, oye el canto de la noche, siente frío y un caos de locura puede ocupar el naufragio vital, con sus borracheras y sus albaceas de otro reino. La alegoría del rey muerto puede ser entonces esa execrable huida hacia la tristeza, hacia los alcázares derruidos... y, en última instancia, hacia la búsqueda de la lucidez, hacia el encuentro con el conocimiento (su otra gran pasión).
El alma, en su región luciente (como diría Antonio Carvajal) siente la emoción de la existencia como un suceso común, acaso como “repetida lenta sangre / de   incertidumbre”. Pasea, se busca, se queda prendida en cualquier rama de la vida, en sus triunfos y sus derrotas, en los sucesos como espacios, en el arbolado del día a día. Y sabe que es tiempo (sobre todo tiempo), tiempo con mesura, tiempo que se puede alargar en la tristeza y diluirse en las aguas de los mármoles.
En ese espacio para el vivir la música (de la mano de Mozart) puede representar la ascensión anhelada, ese bosque donde el aire escala a sus cúpulas, ese sermón que tiembla y aspira el cielo, nace de la luz, de los sonidos y engendra la música: “Apasionar la inteligencia, clarificar el orden infinito / del fuego”.
En su Poema para concluir ‘Un único día’ elabora sus conclusiones finales a través de la prosa poética y en ellas la conmemoración de las cosas sencillas lo conecta directamente con esa dialéctica renacentista, también en su precipitación hacia el hombre y sus correlatos espirituales y en sus aspiraciones últimas. Como un viaje tensado por la melancolía, como un ejercicio de contrarios, como un pensamiento que trata de hacerse hueco y resolverse finalmente.
La vida, la luz, puede ser carnívora. La luz también mata y en ese transcurso... la derrota, “como una larga caída en la desesperación”. Acaso con sentido, pero siempre con el dolor que tiene el mundo, con su estupidez, con sus teólogos, con sus profetas, con su soledad, su aurora y su conocimiento. Una poesía para la emoción, para el
encuentro con el sentido último de la existencia y la organización de las claves alegóricas o surreales que nos permiten adentrarnos en ella y darle un sentido. Una poesía con fortaleza de aire, con fortaleza de lluvia, con fortaleza de fuego, con fortaleza de tierra, de paisaje... de vida que surge en última instancia.
Tenemos la percepción de un poeta que se adentra en el lenguaje como factor creador de una lírica envolvente, apasionada, que ha cautivado por esa síntesis entre la tradición que llega desde el Renacimiento y la mejor visión de la España de la segunda mitad del siglo XX. Una lírica para profundizar en las grandes claves del ser humano y proyectar su cosmovisión en direcciones múltiples, dolientes, reflexivas, profundamente humanas, y que incita a la contemplación y a la reflexión última sobre el ser.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Novedad: El nervio de la República


El nervio de la República.
El oficio de escribano en el Siglo de Oro

Eds. Enrique Villalba y Emilio Torné
Colección Biblioteca Litterae, 24. 448 p.
ISBN: 978-84-8359-214-2. PVP: 30,00 €

Litterae ha promovido, en los últimos años, el estudio de la figura y el oficio del escribano en la España de la Edad Moderna, a través de proyectos de investigación, la organización de seminarios y congresos y propiciando publicaciones sobre el tema. Fruto de estas iniciativas y gracias a la generosidad y el esfuerzo de numerosos especialistas, podemos ofrecer ahora este volumen, que hemos organizado en tres partes, atendiendo a las perspectivas más relevantes e innovadoras.
En primer término, lo relativo a las tipologías y jurisdicción del oficio de escribano, así como a su normal desempeño y los conflictos que en él se generaban. Así aparece, inevitablemente, la transgresión que, en el caso de los escribanos en el Siglo de Oro, es un tópico literario sobradamente conocido; pero, tras el tópico, no dejan de asomar frecuentes realidades de abusos y corrupción.
En segundo lugar, las relaciones políticas y sociales inherentes a los titulares de escribanías; sus vínculos con el poder y su integración social. Con esos trabajos, nos aproximamos —en otro sentido— a lo que comenta Almansa que se pretendió en la Corte en 1621; nada menos que «averiguar el modo de vivir de los escribanos».
Por último, en la tercera parte, los usos y prácticas de cultura escrita y la actividad de los escribanos generando depósitos de memoria. Es tan claro el papel de los escribanos en estos momentos de imposición de la lógica de la escritura, que se permutan los términos de referencia de la memoria. De ese modo, la comparación se invierte; así podemos leer a principios del siglo XVII que «la Memoria es un escribano que vive dentro del hombre». Es decir, sólo puede concebirse la memoria a partir del registro escrito convertido en verdad. Y el escribano es percibido, con total naturalidad, como la representación por antonomasia de ese registro escrito.

sábado, 8 de octubre de 2011

Lectura: Cecilia Quílez en la librería Cervantes de Oviedo

Jueves 13 de octubre
Foro Abierto de la Librería Cervantes
Oviedo




Presentación del libro
Vísteme de largo
de Cecilia Quilez
Presenta: Guillermo del Pozo

Reseña: Mediobiografía, de Blas de Otero, en Encuentros de Lecturas

Encuentros de lecturas.
Por Santos Domínguez.


Blas de Otero. Mediobiografía.
Edición de Sabina de la Cruz y Mario Hernández.
Prólogo de Mario Hernández
Colección Calambur 20 años, 1. 128 p.
ISBN: 978-84-8359-222-9. PVP: 10,00 €

Calambur acaba de cumplir 20 años. En mayo de 1991 aparecían los primeros títulos de una editorial que no tardó en convertirse en una de las referencias de la edición de poesía en español. Para celebrar estas dos décadas de literatura, Calambur ha preparado una muy cuidada colección conmemorativa con cinco libros de los autores más destacados de su catálogo.
Uno de esos títulos es
Mediobiografía, una selección de 81 poemas de Blas de Otero que apareció en 1997 preparada por Sabina de la Cruz y Mario Hernández. Esos textos, representativos de la extensa producción del poeta y sabiamente seleccionados por las dos personas que mejor conocen su obra, trazan una autobiografía de Blas de Otero a través de las circunstancias vitales e ideológicas que reflejaron sus libros, desde Ángel fieramente humano hasta Hojas de Madrid con La galerna. Mediobiografía toma su título del que se ha elegido como poema inaugural de la selección, un texto en prosa de Historias fingidas y verdaderas que comenzaba así:
El niño está en la terraza contemplando un gato azul. El cielo se mueve como una barca. Desde la calle asciende el tintineo de los tranvías y una voz que pregona ¡El Nervión..., La Tarde! El niño se apoya en el barandal de la terraza que hace esquina a la plaza de Isabel II. El cielo es de color naranja; abajo suena la bocina de un auto, una voz aguardentosa chilla ¡Informaciones.., maciones! El niño se rasca la nariz junto al estanque del Retiro. Un anciano señala con su bastón la estatua de Alfonso XII. El aire pasa con traje marinero y un molinillo de papel verde, amarillo, blanco. En un puesto de chucherias se agitan Crónica, Gutiérrez, Pulgarcito... El niño va al colegio, baja por Fernández del Campo y llega a Indauchu con dolor de estomago; en la capilla siente ganas de vomitar.
Pero más allá de esa condición autobiográfica, esta antología ofrece un recorrido por sus múltiples registros estilísticos, por su variedad temática y por las distintas propuestas estróficas que exploró en su obra poética, desde el metro clásico hasta la forma popular y desde el verso libre hasta poemas en prosa como ese Mediobiografía, que terminaba así:
El niño cruza la carretera de Benicarló, a la mañana siguiente sube la plaza de Torrevieja, en un rincón tres moros están sorbiendo té. El color de la guerrera del niño es muy parecido al del té de esos moros. Cuando llega el camión, al niño le duele el estomago y por la noche vomita un gato azul. El cielo es de color indefinido, el niño esta llorando en la terraza, sabiendo todo lo que le espera.
Esa variedad contrasta con la unidad que le otorga a los versos de Blas de Otero la autenticidad de una de las voces imprescindibles de la poesía española del siglo XX.

jueves, 6 de octubre de 2011

Reseña: Futuralgia, de Jorge Riechmann, en El Cultural


El Cultural, viernes 30 de septiembre
por Túa Blesa

He aquí reunida por fecha de redacción la poesía de Jorge Reichmann (Madrid, 1962) escrita entre 1979 y 2000, incluidos algunos textos inéditos hasta ahora, lo que da un conjunto voluminoso y de todo interés. Reichmann es poeta bien conocido autor de libros como Conversaciones entre alquimistas y Rengo Wrongo, por citar algunos de entre ellos, y se le deben además no pocos ensayos sobre cuestiones sociales o políticas, según se prefiera, que viene a ser la contrapartida de sus ejercicios poéticos. En este sentido, las páginas de Pedro Provencio que sirven de presentación son certeras. Pero se engañará el lector poco avisado si identifica poesía política por poesía escasamente poética. Baste advertir que Reichmann es un reconocido traductor y comentarista de la obra de René Char, uno de los grandes, lo que en sí mismo es ya todo un síntoma.
La palabra escogida para nombrar este conjunto, “futuralgia”, deja lugar a pocas dudas: hay un dolor del futuro y lo hay porque el presente es un presente enfermo, si es que no conviene más decir que en estado de coma. Y es así, según la mirada de Reichmann –pero ¿cómo es que no es la visión de todos?– por la explotación: la explotación de los débiles por los poderosos, el beneficio ante todo cueste lo que cueste, y no menos la explotación, sobreexplotación mejor, del planeta, del mar, de la tierra y sus bienes con lo que la ecocrítica tiene en estas páginas materiales imprescindibles. Todo ello lleva irremediablemente a la erosión –Cántico de la erosión tituló uno de sus libros–, la usura de la que habló Pound, tan distante por tantos otros motivos. La voz, o las voces, de esta poesía ve el desmoronamiento a su alrededor, también el de la dignidad humana, pero, como se lee en uno de los poemas, “Lo que me destruye / corrobora mi identidad.”

Y de esta reafirmación, problemática como le corresponde a un poeta moderno, Reichmann continúa su alegato, poético no se olvide, contra las múltiples formas del mal. Un mal que actúa también en la trivialización de la poesía y al respecto léase, por ejemplo, “Sobre la dicha y el ombligo”, comentario explícito de tanto poema (?) banal que circula y, ay, con no poco éxito. Además de que está en juego –y a punto de caer en la peor de las casillas– el mundo, la vida, lo está la verdad. Una verdad, verdad de mundo, verdad poética, que recorre toda esta escritura: dignidad de la palabra, dignidad del hombre son sus valores ciertos. Y hay ocasión para otros tonos, como cuando se nombra la vida como “fugaz / constelación de brasas” o se lee “La lengua azul de la mañana / se me posa en la piel” o se canta al cuerpo, al paisaje o, en fin, al amor, sobre lo que Provencio tiene atinadas palabras.
La poesía española actual sería otra, más pobre, sin la escritura de Reichmann.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Guadalupe Grande en el Festival Inverso 2011


Guadalupe Grande en el
Festival Inverso 2011:
III Festival de poesía independiente

Madrid. Sala Clamores.
Sábado 8 de octubre.
20.00 h.
C/ Alburquerque, 14. 28010 Madrid