miércoles, 13 de abril de 2011

Reseña de Los bosques de la mirada (Poesía 1984-2009), de Basilio Sánchez, en Cuadernos del Sur (Diario de Córdoba)

Cuadernos del Sur (Diario de Córdoba), 9 de abril de 2011

Los ángulos del río
Calambur edita la obra completa de Basilio Sánchez

Por Alejandro López Andrada

Como el agua que fluye y se desliza
entre las sombras de un bosque
frondoso camino del silencio,
llevando encima el peso de la luz, es
la poesía de Basilio Sánchez. Toda su
obra lírica es el viaje de un hermoso río
de palabras sustanciosas hacia el centro
sublime de la serenidad. La poesía de este
autor tiene ángulos sublimes (serenidad,
misterio, emoción, ternura...) que la
reconocen y, al mismo tiempo, la distinguen
de la de otros autores de su generación.
No hay muchas voces poéticas tan
firmes como la de este poeta cacereño
dentro de un panorama nacional donde
con tanta frecuencia se confunden, deliberadamente
muchas veces, las verdaderas
voces con los ecos. Más de una vez los
poetas necesarios, como es el caso de Basilio
Sánchez, no son tratados como se
merecen y sus poemarios, de gran altura
lírica, suelen pasar casi desapercibidos,
cubiertos por la hojarasca insoportable
de otros poemarios anémicos y plomizos
que son valorados, no obstante, por la
crítica como obras poéticas de un altísimo
valor.

Nacido en Cáceres en 1958, Basilio Sánchez
comenzó a publicar muy joven,
cuando obtuvo un accésit del Premio
Adonais con su libro A este lado del alba
(1984); sin embargo, fue a raíz de la publicación
de su siguiente título, Los bosques
interiores (1993), cuando en su voz
poética confluyen una serie de cualidades
literarias de un gran calado misterioso
y mágico, donde la seducción de
la palabra se une a la atmósfera limpia
del poema y a una musicalidad suave,
precisa, que aletea y se adentra en el alma
del lector: “Por la tarde, / mientras
la cera arde detrás de las ventanas, /
mientras mueven los labios / sin poder
comprender tanto silencio” (pág. 55).
Todas las cualidades mencionadas se
van adensando y concentrando aún
más en el siguiente poemario de Basilio,
La mirada apacible (1996), libro de
una armonía seductora, dividido en
cinco partes, en el que destacan poemas
inolvidables y fragmentos bellísimos,
de una gran plasticidad: “La luz
bajo los árboles, aún tibia / como el pecho
de un pájaro en el límite / de su
propia existencia” (pág. 119). Luego de
este libro de versos tan armónico, el singularísimo
vate cacereño dio a la luz
uno de sus poemarios más serenos, Al final
de la tarde (1998), donde el lirismo
aún se hace más sagrado, más esencial,
íntimo y gozoso, donde, como bien
apunta el prologuista
de esta obra —Miguel
Ángel Lama— se hacen
más visibles los símbolos
de la poesía de
Basilio como son, sin
duda, la casa, el árbol
y el jardín. A partir de
este libro, el vate cacereño
consolida su voz
madura, misteriosa, y publica de nuevo
otro poemario imprescindible, Al final
de la tarde (1998), en el que destacan
poemas inolvidables como los titulados
La casa junto al río y Jardín contiguo,
donde se repiten las obsesiones líricas,
simbólicas, que identifican tanto su
poesía y a ésta le imprimen su tono singular.

Dos años más tarde, el poeta cacereño
da a la luz uno de sus libros más enjundiosos
y míticos, El cielo de las cosas, una
especie de itinerario emocionado y espiritual
donde su voz va ascendiendo, en
un viaje panteísta, casi místico, hacia
una cumbre simbólica, un castillo físico,
la morada del alma donde el poeta:
“Mira a su alrededor: aunque no hay
nadie, le estaban esperando… Hace ya
mucho tiempo, llegaron como él y ahora
le miran. A ellos se dirige. Sabe que
ya ha encontrado la manera de hablarles”.
Hermosos y reflexivos, a la vez que
emocionados, poemas en prosa componen
este libro mágico y genuino de 23
estancias, esencial en la obra de Basilio
Sánchez, donde el escritor roza la luz
de la perfección. En él se mezclan los
pájaros y las nubes, los caminos y las
puertas, la lluvia y los arroyos conformando
un mapa trazado por el don de
la clarividencia y la esencialidad.
Finalmente, llegamos a los tres poemarios
más maduros y selectos, diremos
que imprescindibles, del autor cacereño;
estos son, por orden: Para guardar
el sueño (2003), Entre una sombra y otra
(2006) y Las estaciones lentas (2008), tres
obras cargadas de una sutil serenidad y
de un resplandor poético que sana y cura
la herida del vértigo del tiempo, la
desgarradora estela del dolor que deja
en la sangre el aura de las perdidas, la
huella febril de lo que ya no volverá:
“Luego, nuestras palabras / y el arroz de
las nubes sobre los escalones / en el oscuro
umbral de las iglesias, / la nieve
que un día vimos / caer toda la tarde /
sobre las amapolas que habrían de protegernos”
(pág. 422), fragmento de un
poema perteneciente a su libro Las estaciones
lentas, publicado, como sus dos
anteriores, en la prestigiosa editorial Visor.
En este sentido, no acertamos a
comprender como una voz tan seductora
y limpia, una de las más hondas del
panorama nacional, no sea mucho más
conocida, y reconocida por un amplio
público lector, pues estamos, sin duda,
ante un poeta imprescindible, de la estirpe
mágica de Antonio Gamoneda, a
quien se le asemeja, curiosamente, en
el tono envolvente de su discurso lírico
y en la seducción de su universo irracional,
cargado de símbolos espirituales e
imágenes límpidas que invocan la emoción.
Esperemos que ahora con esta
hermosísima edición de toda su obra
reunida en Calambur se valore por fin
la poesía imprescindible de Basilio Sánchez,
una voz serena y cálida que sobresale
por su singularidad.



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