lunes, 11 de abril de 2011

Lêdo Ivo y Juan Carlos Mestre en Cosmopoética 2011


El País, 9 de abril de 2011

Versos para la redención... y la rebelión

Por Javier Rodríguez Marcos

"Cavalo Morto es un lugar que existe en un poema de Lêdo Ivo. Lêdo Ivo es un hombre viejo que vive en Brasil y que sale en las antologías con cara de loco". Esto dice un pasaje de uno de los poemas más celebrados de la poesía española reciente. Amancio Prada le puso música y pertenece al libro La casa roja (Calambur), con el que Juan Carlos Mestre obtuvo en 2009 el Premio Nacional de Literatura. Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957) participa estos días en Córdoba en la octava edición del festival Cosmopoética y allí ha coincidido con Lêdo Ivo.


El poeta brasileño (Maceió, 1924), un mito en las letras del siglo XX en lengua portuguesa, es un hombre bienhumorado que camina por la ciudad andaluza tres metros por delante de los jóvenes y al que el holandés Cees Nooteboom, también invitado, define delante de una copa de vino subrayando sus palabras con los puños cerrados: "Ayer fue la estrella del festival". Ivo, que se hace el sordo cuando le interesa, sigue a lo suyo. Acaba de publicar en versión de Martín López-Vega su nuevo libro, Calima (Vaso Roto).


Ayer, Lêdo Ivo y Juan Carlos Mestre —que lo tradujo hace dos años junto a Guadalupe Grande en la antología La aldea de sal (Calambur)— se reunieron para hablar de poesía con EL PAÍS. El autor leonés venía de leer poemas en la cárcel cordobesa y su amigo lo esperaba con cierto desasosiego: "Me dijeron que estaba en prisión y pensé: ¿qué habrá hecho? Parecía un maleficio".

Pregunta. ¿Cómo escucha un preso un poema?

Juan Carlos Mestre. En una cárcel solo hay una posibilidad de escuchar un poema y es colocándose en la misma posición del escritor: convirtiéndolo en un acto de legítima defensa contra la corrupción que del lenguaje ha hecho el poder, pensando en lo que han dejado de significar las palabras justicia y misericordia. Uno no puede llegar allí y decir que está muy contento de que lo hayan invitado. ¿Cómo va a estar contento si aquello está lleno de gente condenada a cinco años por delito contra la salud pública porque los han pillado con unos gramos de hachís? Si aquí fuera todo el mundo se mete de todo. Han leído algunos presos que participan en un taller, entre ellos, una pareja que vive en distintos módulos. Cada uno ha leído un poema dedicado al otro. Estremecedor.

Lêdo Ivo. La palabra puede ser consuelo o rebelión. Puede que un preso, o alguien en una situación extrema, sea el lector más exigente posible. No hay mayor prueba para un poema.

P. ¿La escritura es libertad o es únicamente una metáfora?

L. I. La poesía es a la vez libertad y, por lo que tiene de arte sometido a unas reglas, esclavitud. La poesía no es solo un impulso, también es un aprendizaje que solo interrumpe la muerte. El poeta es un alumno perpetuo, alguien que trata de ampliar su propia tradición buscando en otras lenguas. Tal vez los españoles no lo necesitan porque —con Góngora, con San Juan, con Rubén Darío…— pertenecen a la poesía más rica de la historia. Mestre ha nacido en una cuna de oro. Mi tradición es más pobre. Pertenezco a un país en formación.

P. Ahora su país genera grandes expectativas.

L. I. Por su población y por su extensión geográfica, Brasil tiene una vocación de grandeza, en ese sentido es el país del futuro del que hablaba Stefan Zweig.

P. ¿La nueva presidenta, Dilma Rousseff, genera tanta ilusión como Lula?

L. I. O más. Lula había terminado por hablar demasiado. Rousseff habla menos pero es más operativa. Los ministros le tienen pavor (risas).

P. Antes hablaba de su tradición, pero usted ya pertenece a la tradición española, en parte por el poema de Mestre.

L. I. Sí, soy una invención de Juan Carlos Mestre. Y es maravilloso, porque los poetas necesitan que alguien los invente para ser ellos mismos.

P. ¿Cómo surgió ese poema?

J. C. M. Un día pensé, como Shelley, que los poetas eran los legisladores del mundo. Hoy sabemos que no, que los legisladores son los mercaderes. Tal vez a los poetas les quede la tarea de ser los legisladores de lo invisible. Un día le escuché a Antonio Pereira hablar de Lêdo Ivo y lo que leí me recordó que Gamoneda, otro maestro, dice que la belleza no es un lugar al que van a parar los cobardes. Ahí nació en mí la idea de la belleza vinculada a la justicia. La poesía es el lenguaje de la delicadeza humana. Propone una delicada pero pertinaz resistencia al discurso único.

P. ¿Por eso es minoritaria? Lêdo Ivo dice que ningún poeta es oscuro.

L. I. A la inmensa minoría, decía Juan Ramón Jiménez. Es verdad. La poesía no es un objeto de consumo sino de conciencia. Yo creo que los poetas deberían ser los legisladores de lo visible, de lo material. Yo creo en Dios pero no creo que los poetas sean los embajadores de Dios sino los servidores del hombre y del lenguaje.

J. C. M. No conozco a ningún poeta hermético. Sospecho que solo lo difícil es estimulante, pero no hay que confundir lo difícil con lo oscuro. La sociedad contemporánea impone una sola lógica de discurso: el poder siempre quiere que las palabras no signifiquen ninguna otra cosa que aquello que está previsto. Y el poeta es consustancialmente desobediente.

L. I. El poder sabe que los poetas son una voz incómoda. Cantan por los que no pueden cantar.

P. Usted dice que tiene una parte de indígena, ¿se refiere también a eso?

L. I. También. Los Ivo llegaron a Brasil en el siglo XVII, pero otros de mis antepasados vienen de la tribu caeté: indios antropófagos que se comieron al primer obispo de Brasil, Fernandez Sardinha. Algún bromista dijo que su destino iba en el apellido.



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