martes, 29 de marzo de 2011

Reseña de Único día, de Jesús Hilario Tundidor, en ABC


ABC Castilla y León, 28 de marzo de 2011

Una jornada singular

Jesús Hilario Tundidor reúne en una gran antología las dos etapas de su obra poética, repartidas en sendos volúmenes, que no dejan de ser una biografía vital del escritor zamorano

Como anteriormente hiciese con la obra completa —salvo su último libro— de Victoriano Crémer y con la de Antonio Hernández —miembro, por cierto, como el autor que nos ocupa, aunque muy distante de él tanto en estilo como en intención, de una hipotética generación de los 60 que ensombreciera y barriese de los manuales literarios el vendaval novísimo— o aún más recientemente con la del extremeño Basilio Sánchez, la editorial Calambur ha recopilado casi todos los libros de Jesús Hilario Tundidor en un estuche de dos volúmenes, en un claro empeño por recuperar en su conjunto trayectorias fundamentales, aunque no reconocidas como merecen, del panorama lírico actual.

Ya hemos apuntado que en este caso no se trata de la obra total del poeta zamorano, sino más bien de poesía reunida, porque se excluyen, por expreso deseo suyo, Mausoleo, publicado en su día por Devenir, y su último libro, Fue, que abrió la nueva andadura de la límpida colección de la editorial palentina Cálamo. Al parecer, estas dos entregas, junto a otro libro inconcluso, formarán una futura trilogía, otra etapa de su obra. En cambio, por añadidura, el último tomo se cierra con un largo y arrebatado poema en prosa, inédito: El holocausto de los huracanes. Eso sí, están todos sus demás libros; muchos de los cuales vieron la luz en editoriales provinciales y son ya, por tanto, imposibles de encontrar. Como curiosidad, aquí se incluye Tetraedro en el primer volumen, texto que corresponde teóricamente a su período existencialista y sentimental, cuando hasta ahora se adscribía a su segunda época, bajo el signo de la precariedad de la conciencia del hombre actual frente a sí mismo y al otro. Este dato es un indicio de las continuas correcciones, reelaboraciones y ordenamientos a que somete el escritor su producción, en consonancia con el concepto juanramoniano de obra en marcha.

Hay que señalar de entrada que Tundidor, y en esto recuerda mucho a José Hierro o a Claudio Rodríguez, es un poeta a secas, volcado de continuo y exclusivamente en el quehacer lírico; un poeta inspirado, a la antigua usanza romántica, que encuentra en el verso el único recinto de libertad; un poeta para quien persona y obra son términos sinónimos e intercambiables.

Vista así, de nuevo, junta y organizada cronológicamente, su poética destaca, a mi juicio, por dos notas capitales: extrañeza intrínseca y excentricidad respecto a sus coetáneos.

La extrañeza procede, en cuanto al contenido, de la amalgama con que se articulan sus poemas más paradigmáticos, aquellos de media o larga extensión: un realismo de partida que, sin embargo, se orienta hacia lo metafísico; un interrogar retórico compartido con su citado paisano, dirigido casi siempre al terreno ontológico; un hálito existencial, a veces descarnado; y una búsqueda de la trascendencia rabiosamente agarrada a la vida, a la biografía incluso. Esta mezcla de niveles de significado opera en sus registros expresivos más característicos —si bien estamos ante un escritor todo terreno, capaz de un hondo simbolismo y de la certera finura popular; del dominio de los metros clásicos y de un irracionalismo visionario tal vez demasiado abstracto— confiriéndoles una densidad peculiar, como si apostase su existencia entera, apurándola, en cada verso.

De ahí procede el sentido de su mirada, a la vez feroz y compasiva, esa sensación al mismo tiempo hímnica y melancólica, de epifanía y desamparo, que desprende su palabra, como extraída de un duelo en la cumbre entre Eros y Thanatos. Porque, además, Tundidor vuelca su trémula emoción directamente, a borbotones, en crudo, sin eludir lo más escabroso ni olvidar lo más delicado. En cada libro emprende, con el fondo casi constante de lo autobiográfico, una aventura hacia el conocimiento, para indagar en su sustancia. Nada le es ajeno: la casa y el entorno familiar, la pintura, la música, la rosa, el destino, el devenir histórico, la celebración del amor…; todo ello desde una pasión jubilosa que con frecuencia se torna angustia aniquiladora y deviene en reflexión metapoética que la enriquece.

Dotado para el ritmo
Mientras que, en lo que respecta a la forma, su cántico, a menudo en forma de monólogo, presenta una dicción inconfundible: adjetivo montaraz, transposición semántica, hiato imprevisto, yuxtaposición del asombro, enumeración hacia lo maravilloso, quiebro oracional, sintaxis desbocada, subordinaciones tortuosas, hipérbatos de ascendencia barroca, aliteraciones, paralelismos…Estamos, por otra parte, ante un poeta muy dotado para el ritmo, desde la ligereza de la musiquilla tradicional del verso corto asonantado a la apertura sinfónica del metro clásico impar y blanco, cuasiversículo, que llega en ocasiones hasta la prosa poética de raíz modernista.

Estos rasgos temáticos y estilísticos imposibilitan una ubicación concreta de Tundidor. Es más, resulta dudosa hasta su procedencia. Algunos críticos hablan del influjo de Quevedo o Unamuno; otros, por caminos muy divergentes, de Eliot o Baudelaire; hay quienes lo emparientan, incluso, con los místicos. Por mi parte, juzgo muy elocuente –su estirpe, su humus, puede remontarse hasta los presocráticos, y ahí está, presidiendo el primer tomo, Borracho en los propileos —el exergo de Heráclito que aparece en Tetraedro: «todas las cosas se dispersan y se reúnen de nuevo, se aproximan y se alejan»—, como, en efecto, sucede en muchos de sus poemas. En todo caso, de su posición excéntrica, pero destacable, en nuestras letras, da buena cuenta el «inventario» del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, al cuidado de J. Mª. Balcells, que recoge las ponencias del homenaje que se le tributara en su tierra natal en 2005.

En definitiva, Un único día muestra una jornada, en el sentido de las coplas manriqueñas, fructífera, desde el prometedor Adonais al consolidado poeta de hoy, igual de entusiasta, de un lirismo visceral, que muchas veces desarma al lector, libro a libro. No es éste espacio para recorrerlos uno a uno; más de medio siglo de creación ahora nuevamente refundada de manera unitaria. Muestra, al cabo, un instante suficiente, mágico, el testimonio de un poeta torrencial, dionisiaco, inabarcable, pítico, lúdico. Impar.

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