lunes, 31 de enero de 2011

Lectura crítica a Vísteme de largo. Aproximación a la poética de Cecilia Quílez (1/3)

Por Víktor Gómez
Valencia, 14 de enero de 2011

1/3 Des-vísteme de cerca o la poesía de la emergencia del cuerpo.

Es por el habla que somos capaces de comunicarnos, de darnos, porque el conjunto de nuestro decir es el cuerpo, que vestido o desnudo, nació para el amor aunque tenga que errar entre el horror, el azar y el error de las violencias del devenir. Es la poesía un estado de excepción en la república del lenguaje. Contar, es, por un lado, una acción de enumerar, también un relatar lo existente, lo acaecido, hasta lo imposible. Ese imposible perseguido, prende en la hoguera de la íntima comunicación, del secreto. Todo poema conlleva un secreto, pues está más allá de la mera enunciación o proposición, dice lo que sólo sabe el poema, y lo dice con una lengua distinta a la concordada en las conversaciones coloquiales. La poesía, ¿no se mantiene en el umbral del abismo del ser, en el no lugar fronterizo, en el extravío que nos deja con un vértigo irracional e incontestable, por la falta, por el robo o desaparición de lo que es constituyente argumento de felicidad o equilibrio, de realización, de logro vital?

Una niña extraviada en ese lugar que es el “entre” siente que solo la purificación por el fuego de la palabra puede vehiculizar un paso estrecho pero suficiente de sí misma al otro (lugar, ser, tiempo). La poesía para Cecilia Quílez no es afirmación o poder (poder decir, poder ordenar) sino búsqueda de equilibrio y ejercicio de respiración para recuperar el pulso alterado por las dificultades del propio vivir. Una profanación de la lírica diamantina, que circula por la circunferencia, no por la vertical, de un canto que es a su vez interrogación y exposición. Se pregunta por las heridas, se muestran las huellas del cuerpo lacerado. Esa desnudez es insolente, pertinaz, y de una profunda coherencia. Pues si es el hecho de desnudarse la opción más admirable que se reserva para el amado, trasladada al ejercicio poético además se convierte en una opción política, en una proposición de actuación cívica contraria a los tiempos de enmascaramiento o pudorosa vestimenta que oculta las fragilidades o peor aún, una impostura o falseada identidad que antepone el vestido al cuerpo, lo artificial a lo natural. ¿Y qué nos expone este poemario, por dónde esa poética que asume una visión del mundo desde la mirada de una niña extraviada nos conduce? ¿Por dónde buscar?

Por una parte del cuerpo que no engaña, las manos, por sus palmas abiertas, por las líneas de las manos que son las líneas que dibujan los días y sus pasiones, las noches y sus entregas. Líneas que se fijan en las manos, que son una biografía en un lenguaje otro al del disfraz, líneas del origen del poema, su principio musical retenido en “la nota inmóvil de un violonchelo”. Sensibilidad e ininteligibilidad. Un secreto. Sólo el que ama desde una desnudez, sólo quien se extravía desde el amor, comprende sin palabras, sabe interpretar las líneas de la mano, la cartografía de ese sueño ondulado de las llamas en las que se mece el alma de la mujer.

Contra la seguridad del tahúr que controla los naipes, cartas desde las que se pretende controlar el destino, la suerte, lo futurible o lo olvidado en el pasadizo del tiempo, está la pureza insolente y provocativa de una niña sin otro don que sus palmas de las manos. Manos abiertas, empobrecidas por la frialdad del extravío.

Esta posibilidad de lectura del poema “No hay certeza, todo es puro insomnio” intuye y propone que el estado alterado en el que la poesía emerge y emerge como cuerpo a la intemperie, sólo se completa en la cita, en el encuentro del otro, sea el lector o el amante de la palabra dada, siendo improbable que se produzca ese encuentre pese a que se acuda a la cita, ya que hace falta por ambas partes una entrega radical, una desnudez y coraje rotundos y una honestidad en el darse, que es el decir en su acepción más profunda y que se resalta en el penúltimo poema como un incendio que quizá avive los cuerpos desde una música apasionada que de curso a las notas del violonchelo que nos redime de la extinción:

“Cuéntame, prende la hoguera”

Ni que decir tiene, que en clave socio-política, esta poesía busca una complicidad exigente y nada complaciente con un lector cautivo en las obviedades de las estéticas del ensimismamiento y ficción y le predispone a no marcar los naipes ni abandonar a los otros por nuestras inseguridades o conveniencias, antes bien, los convoca hernandianamente “bajo el olivo donde yace el corazón de un poeta”.

Jesús Hilario Tundidor en Castilla y León TV

29 de enero de 2011
Jesús Hilario Tundidor en el programa Silencio, se lee, de Castilla y León TV

Vísteme de largo, de Cecilia Quílez

jueves, 27 de enero de 2011

Reseña de Bajo la piel, los días, de Eduardo Moga, en la revista Nayagua

Revista Nayagua, n.º 14, diciembre de 2010

Ladran diamantes oscuros

Por Tomás Sánchez Santiago

Según Valéry, todo poema consiste en el desarrollo de una exclamación. Eduardo Moga, cuya voz poética ha logrado una especial naturalidad a fuerza de no renunciar a una modalidad tirante y veraz que los lectores ya reconocemos como solo suya, ha ido llevando a otro límite, crudo y sin concesiones, esa misma posibilidad.

A través de su escritura re-concentrada, provista de una red de insistencias a las que tampoco renuncia en Bajo la piel, los días (Calambur, 2010), el poeta continúa devanando a partir de esa exclamación germinal un único relato que se mantiene vivo y candente libro a libro, un relato que no es soluble en palabras —y el poeta lo sabe— y que, sin embargo, él continúa desarrollando en esa última pureza que es seguir a ciegas el lenguaje allá donde le lleve hasta estrellarse con él, y a sabiendas, en el pensamiento: "Ardo, pero razono el ardor", dice de pronto en este libro. Más allá de una declaración a favor de una sujeción intelectiva para el poema, uno quiere ver aquí el resumen lapidario de la aspiración que acaso empañe del todo la poesía, y aun la conciencia vital, del escritor catalán: la aspiración a salvarse simplemente por el hecho de expresar su propio naufragio ontológico personal a través de una lucidez desesperada que, al menos, le permite tomar conciencia precisa de ello.

Por eso mismo, acostumbrados los lectores de Moga a ver trazado en cada uno de sus libros el relato de un circuito que al final devuelve al sujeto poético al punto de partida —la casa, el cuerpo— como último anclaje con cierta esperanza de cobijo, el final de Bajo la piel, los días vuelve a ser un regreso, solo que ahora ya no es a la casa o al cuerpo —a la conciencia del cuerpo— sino a la escritura, al hecho de volverse a ver escribiendo, al lugar "donde el terror se alía con la inocencia (…) aquí, donde soy, escribiendo, y me abraso, escribiendo, aunque se haya borrado mi nombre (…)".

Y es que Bajo la piel, los días es ya desde ese título bimembre una vuelta de tuerca más apretada, en la estela de otros precedentes donde se planteaba con desmenuzada precisión verbal un malestar fértil, el malestar intervenido por un desencuentro angustioso entre el tiempo, el cuerpo y el lenguaje. pero es que hay más: ahora el autor de Las horas y los labios barrena sin concesiones toda convención ajena a su propia poética y expone un territorio si cabe aún más abrupto y sin maquillajes, donde solamente se aferra al lenguaje, a ese lenguaje prodigioso de Eduardo Moga que alía la exactitud con la capacidad de nombrarlo todo por primera vez sin falsear la perspectiva de la realidad que le circunda. Y el poeta logra eso haciendo atravesar a las palabras más allá de "la maleza de los sentimientos, y el grosor de los ecos, y la falsedad de los símbolos", en un ejercicio impecable de honestidad y de reunciaciones a revestir el discurso de materiales líricos, digámoslo así, que lo hagan más digestivo; un discurso donde "ladran diamantes oscuros".

Cabe pensar para Bajo la piel, los días en una frecuencia insólita y desprevenida en la cual la poesía es el lenguaje de donde brota, al margen del tema o de la disposición formal. No encuentra uno en la poesía actual nada parecido a esto. Todo lo más, se acepta la crisis mallarmeana del verso, el surgimiento del poema en prosa, la volatilización de supuestos temas poéticos, las menudas libertades tipográficas… Y poco más. A nuestro juicio, es precisamente Eduardo Moga quien ha llevado a día de hoy más lejos en el panorama en lengua española el carácter radical del discurso poético. No en nombre de una transgresión programada ni de la búsqueda de espantar clérigos o de fundar nuevas calles poéticas. Lo realmente admirable en este libro, que pone en el límite procedimientos incardinados en la escritura total del poeta, es la propuesta fehaciente de una mirada responsable que no engaña cuando brota a la vez del pensamiento cuidadosísimo y de la escritura de su autor y los hace coincidir en la fricción de un efecto parecido a una entropía ontológica, un discurso que o se detiene ante lo escabroso, lo escatológico o lo miserable.

Como corpúsculos ciegos e inocentes, las palabras van penetrando allá donde se encuentra ese que las arrastra hasta el poema. Así, Bajo la piel, los días es la consignación de un presente continuo que participa a su modo del registro de la crónica o el diario, un extenso presente absoluto y panóptico donde el autor, que agita sin descanso su conciencia ante el lenguaje, ama, come y defeca y llora y se duele de su hijo enfermo y orina con ruido triste y cena trivialmente con conocidos y hace juicios literarios y se masturba y asiste a eventos reales y saluda a escritores y recuerda episodios de su vida descoloridos por el tiempo y viaja entusiasmado o sin ganas y se asusta de su cuerpo… Y en todo ello entra la poesía sólo como lenguaje porque es el lenguaje lo único que puede dar dignidad a ese descarrillamiento sin tregua que es el existir. O, mejor dicho, el seguir existiendo.

Así pues, los límites que para la lengua poética se han pretendido tradicionalmente, como si el género fuese una reserva sagrada, aquí se sobrepasan en dos modos contundentes.

Por una parte, mostrando cómo es posible descargar a la lengua poética de jerarquías temáticas. Todo lo que ocurre es poético, es parte de un gran poema mural que es la vida y que se revela como espacio capaz de dignificar cuanto se experimenta, una vez sometido a la regularización de una lengua de alto voltaje. Así termina uno de los movimientos del libro:

"Ya soy mañana. La noche ha caído. Pasan, tiritando, algunos coches. El reloj me escruta desde la mesa: son las ocho menos cuarto. Creo que voy a comerme unos pistachos".

Aquí están, exprimidos, los núcleos de esta escritura radical: la experiencia angustiosamente subjetiva del paso del tiempo; la realidad exterior acechante, ingresando en la conciencia alerta del poeta; el juego de escisiones perplejas entre el "yo" y lo "otro"; la insistencia deíctica para constatar la temporalidad… pero también y al mismo nivel e importancia, como en aquel apunte autista de Kafka ("Hoy ha empezado la guerra. A la tarde iré a nadar"), un suceso trivial y lleno de despreocupaciones que deja de ser así al empastarlo en la resonancia de lo anterior.

Por otro lado, en la escritura poética de Eduargo Moga el poema no es, como debería esperarse, un resultado verbal ya depurado; el poema es también su proceso. Está hecho de renuncias, zozobras, tachaduras, omisiones, trampas… Moga lo incorpora todo como parte natural del poema. El poema "es" también eso. O quizá es que es solo eso. "Yo no escribo: corrijo; crear es una negación", se lee en un momento dado. Y así es. La indiscriminación como valor poético afecta también a su modo de entender el propio poema, que rebasa los límites previstos y eleva la ganga decimal a material de primer orden. Es como si plantease con ello que el poema, en su total entereza, estaba antes de sí mismo y persiste después de él. Así superaría su estricta apariencia de artefacto literario. Un ejemplo entre tantos:

"Mañana será también un sumidero. me precipitaré en él como quien se precipita en el mar, y sentiré la solidez del agua, el incendio de su oleaje. (Pero no: la imagen es binaria y, por lo tanto, imprecisa: toda duplicación —toda insistencia— revela el fracaso de no haber dado con la expresión que la haga innecesaria; además, es demasiado sutil: no transmite con justeza la sordidez del hecho. La rehago, pues). Me encanta la luz ennegrecida de lo anodino".

Por medio de un lenguaje distintivo —siempre sorprende en la poesía de Moga esa adjetivación material y orgánica que expone estrictas cualidades: "entusiasmo sulfúrico", ojos de miel cáustica", "búho piramidal", "bostezo bituminoso"…— en el que menudean tanto incrustaciones interrogativas, que enroscan el relato poético hacia la oscuridad torturada de quien dice como un murmullo sapiencial que se alza sobre la superficie del poema —"La homogeneidad de las formas ha de conducir necesariamente a la del pensamiento"—, el poeta catalán sigue dando cuenta de su fidelidad a esa convicción de que convertir toda realidad en lenguaje es salvarla de una disolución que parece poder con todo menos con eso. O, para decirlo en sus propias palabras: "El poema me afirma, aunque yo quiera negarme".

martes, 25 de enero de 2011

Reseña de Las calles de la lluvia, de Pepa Caro

Andalucía Información, del 20 al 28 de enero de 2011

Por Jorge de Arco

Cuánta agua han derramado los poetas en sus versos a lo largo de la historia. Muchos, muchísimos siglos después de que Tales de Mileto sostuviera que el sustrato y principio de la vida era este líquido e imprescindible elemento, su constante presencia lírica continúa haciéndome recordar al filósofo milesio. Junto a mí —y tras una atenta lectura y gozosa relectura—, reposan ahora Las calles de la lluvia (Calambur. Madrid, 2010), tras haberme empapado el corazón de una nostalgia con sabor a pueblo blanco, de haber sucumbido a la tormenta cálida de sus versos y haber bebido a lentos tragos los húmedos cendales de sus poemas. Pepa Caro (Arcos de la Frontera, 1961), acaba de dar a la luz este su tercer poemario, ocho años después de Con todo el invierno dentro. En aquel volumen, ya nos advertía de que "Sólo la sed sostiene/ sólo la lengua/ sólo el cuerpo/ porque somos materia,/ tierra de nadie/ esperando la lluvia". Ahora, estas aguas y estas calles de la lluvia y de la memoria, se han hecho cómplices de su virtud y su condena líricas, y, al hilo de su personal cántico, la poetisa arcense ha sabido articular un libro que indaga en los misterios de sus pulsiones más íntimas. La autenticidad de su decir viene tamizada por la certidumbre de que somos seres mortales, hechos de una materia efímera, sin salvación posible, pero con el afán sempiterno de cobijar en nuestras almas "los dedos niños que dibujan/ con agua en los cristales" la mirífica lumbre de volver a empezar en la carne que también fue nuestra carne. Aunque dividido en cuatro apartados, el conjunto es un manantial unitario por donde fluyen las remembranzas de una infancia ligada a una "mirada luminosa" que "inventaba un mundo al instante", por el que asoma el olor de la cal en las mañanas veraniegas, por el que se derraman la verdad de aquellas "mujeres de lluvia" —tal y como titula la segunda sección—, que guardaron en sus entrañas los pretéritos años del dolor y de la dicha. Pero de entre todas, sobresale a modo de emocionado homenaje, la figura materna, coronado por un texto estremecedor dedicado a ella, y al mismo amor —ahora heredado— que sintió por el pueblo que la vio —las vio— nacer: "Mi madre te quiso, sí, y fíjate/ que sufrió mirando por tus barrancos/ envejeciendo mustia, deshojada/ sin reproches, preparando la huida./ Pero no te abandonó, aquí está/ junto a los cipreses y los jazmines,/ tierra para tu historia, canción dulce/ que se llevó el viento camino de Dios". Los amigos auténticos que "beben el vino que nos une", los hijos, a los que quiere ver rociados "de una lluvia enamorada", el amado, al que sabe bajo "el pálpito/ de la lumbre" que enciende lo mejor de sí misma… tienen también cabida entres estos versos que se encaraman a lo más alto del recuerdo y de los más melancólicos anhelos. Sepa pues, el lector, que para recorrer estas calles de soles y de nieblas, de soledades y candores, no necesitará sino componer la figura y dejarse inundar por el aguacero de buena y cálida poesía que cae desde el firmamento de sus versos. Y pedirle al cielo que no escampe.

lunes, 24 de enero de 2011

Reseña de Tormenta transparente, de Javier Lostalé, en la revista Letra Internacional

Revista Letra Internacional, n.º 109

Historia del corazón

Por Marta Agudo

Seis años después de que publicara su libro de poemas en prosa La estación azul, título en el que todos reconocerán el mítico nombre del programa de radio que condujo durante más de veinte años, sale a la luz, bellamente editado por Calambur, Tormenta transparente. En él, Javier Lostalé toma el relevo de los tres textos que, bajo el título de "inéditos" publicara en 2002 en La rosa inclinada. Allí, fuera de contexto, suponían la promesa de un futuro poemario, que es el que ahora nos ocupa, y anunciaban tanto su tono como la vivencia central que lo origina. me refiero a la amorosa, tratada ahora desde una radical ausencia de datos empíricos (el lector no hallará mención alguna a fechas, lugares o nombres). Se está, por tanto, ante un discurso escrito desde el deseo expreso de sobrevolar lo anecdótico y que se instala voluntariamente en el ámbito del sentimiento en su más pura expresión.

Dejo para otro momento el contraste de cuantos matices semánticos se pueden adquirir en el amor y el erotismo los términos "tormenta" y "transparente" a lo largo del libro —camino que sin duda deparará felices hallazgos— y me dejo llevar por la cita inicial de Jules Renard: "He construido castillos en el aire tan hermosos que me conformo con las ruinas". Una cita que apunta no sólo a la pérdida que atraviesa todo el poemario sino a la médula de lo que los "especialistas" —término que empleo con todas las comillas posibles— en la materia reconocen como origen del amor: la invención personal del otro o, en términos de Lostalé, la recreación en soledad de una forma muda. Cuál sea más vedadera: la primera o la tamizada por la ideación ajena, es algo que deviene secundario. Ambas convivirán transformando lo más nimio, lo puramente cotidiano, en un acontecimiento reseñable. Acumulación de hitos que tendrá su contrapartida cuando se produzca la fatal ruptura y se tenga que ir deshaciendo poco a poco el entramado emocional de las claves que un día se compartieron. El entorno, por tanto, se transfigurará en una "biografía de destierro". "Biografía de destierro": es posible que en tal cosa consista Tormenta transparente: en la tentativa de dar una orden —en este caso el biográfico— al sentimiento, bien para atenuar su punzada, bien para vivirla con mayor firmeza.

¿Cómo llevar a cabo dicho proceso? El poeta lo deja claro a lo largo del recuerdo, del poema como único territorio al que asirse. En esta traslación a la escritura, resulta significativa, además de la manifiesta sinceridad que late tras todas estas páginas, la recurrencia de una palabra que caracterizaría el estado anímico de privación del que ama: me refiero al término "sin" ("sin cuerpo", "sin nombre", "sin memoria" y también "sin tiempo"), consciente de que, de acuerdo con unos magníficos versos de su libro Hondo es el resplandor, en el amor "victoria son las caricias / en la que más gana quien más se rinde". la experiencia amatoria, como la creación poética, desconoce las chinchetas que marcan rutas en los mapas y sólo puede desplegarse en caminos no hollados, lugares de una transparencia que obliga, para poder seguir en ella, a instalarse en una actitud aseverativa, de disponibilidad permanente, pues sólo el "sí" permitirá avanzar por la página, por el cuerpo que imanta a quien lo desea. Estadio de plenitud movido por un —dice Lostalé— "primitivo impulso sin historia" o, más adelante, "transparente ascensión sin memoria / donde todo es pulso de entrega, / umbral de alto designio". Verso, este último, que reproduce con brillantez esa hora ascendente, esa solitaria escalada.

Tengo que reconocer que son estos momentos de exacta furia los que más me han conmovido, como cuando en "El hueco", al hablar del espacio "que separa dos cuerpos desnudos" acierta a escribir: "En la pequeña asfixia luminosa sucede entonces el mundo". Un "mundo" o geografía de cimas que, como se lee en su primer libro, Jimmy, Jimmy, vendrá delimitado por un "antes" y un "después", por el valle inicial del que ignora y por el valle aciago del que supo y perdió.

"Despuéblame desde tu reino invisible [ese vacío transparente] / y resbala las yemas de tus dedos por mi cielo ardido. / Cuerpo así volverá a tener la memoria de nuestra ceniza". Lostalé se instala con estos versos —a nadie puede escapársele— en el sendero de la mejor poesía amorosa, en la cual la ceniza continuará su pálpito "enamorado", su crepitar ardido. igualmente, a lo largo de estas páginas se reconocen ecos, cómo no, de Aleixandre, del Lorca de los Sonetos oscuros, y acaso de Salinas en la formulación inicial de una circunstancia que propicia el resto del poema. Así, en "No nacido": "Antes de que existieras / todo ya me esperaba en ti", recuerda a alguna de las estructuras de la voz, a ti debida ("Sí, por detrás de las gentes / te busco"; "La forma de quererme tú / es dejarme que te quiera"; o "Perdóname si tardo algunos años / todavía en dejarte") como principio generador del texto.

Estas referencias no restan originalidad a un libro donde el vuelo metafórico nunca se ensimisma y permanece apegado a la emoción más pura. Emociones que el autor no duda en situar en el ámbito de la "eternidad", palabra esquiva cuyo uso radical por parte de Lostalé delata la naturaleza idealista y concluyente del modo en que se viven los hechos poetizados. De igual modo, y como ya mencioné rápidamente arriba, el yo poético se arriesga hasta el límite en ciertos momentos del libro a causa de su enérgica y casi "impudorosa" sinceridad: "Sin territorio a ti me abrazo / para decirte que te amo", quizá porque,portador de pasadas cicatrices, ya no le importa mostrar su juego. Se entrega a la partida amorosa sin ambages pese a que el fuego pueda cesar, pese a que él mismo pueda perder pie tras el extravío de objetos, lugares o tiempos connotados, ya que, en última instancia, y según se declara en el último verso del libro: el haber escrito el poema —entiéndase todo el volumen— supone haber sellado con su amor su "único destino". De este modo, quedan ambos indisolublemente unidos en la literatura, en "su" literatura, en la verdad de su ficción.

Como dijera, entre otros, Picasso del arte, también podría señalarse del amor que no se busca ni se inquiere sino que se "encuentra". La voz que hala en este libro, en efecto, lo "encontró", lo vivió con entrega hasta su herida última y lo escribió combinando el oficio y la emoción para que el lector vuelva a hacerlo presente, lo reviva desde el ejercicio, erótico asimismo, de una palabra poética en la que no caben ni el lugar común ni el sustantivo simplista, dado que cada historia amorosa, como quiso Cernuda, no es sino un reto al aguachirle de la convención.

Reseña de Los bosques de la mirada (Poesía 1984-2009), de Basilio Sánchez, en el diario Hoy


Diario Hoy, 23 de enero de 2011


La poesía subversiva de Basilio sánchez


Por Irene Sánchez Carrión


El martes pasado, como ya anunciaba Álvaro Valverde en su blog, no fue un día cualquiera para los lectores de poesía. Por la tarde se presentaba en la biblioteca pública de Cáceres la poesía reunida de Basilio Sánchez, todo un acontecimiento editorial que pone a nuestro alcance, en un solo volumen de algo menos de quinientas páginas, la producción del poeta cacereño entre los años 1984 y 2009. Los lectores que hemos tratado de localizar, a veces con dificultad, las ediciones de sus libros a lo largo de estos 25 años celebramos como una gran noticia la recopilación de una obra de una calidad incuestionable.

Tan solo lamento que el autor, por razones de estricto carácter personal, haya decidido no rescatar su primer libro, A este lado del alba, que fue merecedor de un accésit del premio Adonáis en 1983. En su decisión han pesado motivos estéticos. Explicaba el poeta en la presentación que en esa primera obra todavía no había encontrado su voz personal y que por ello no se reconocía en aquellos textos. Ciertamente se trata de un poemario de juventud distinto al resto, pero lo considero de mucho interés puesto que ya contiene algunas de las claves de su producción posterior.
De las múltiples voces que habitan al ser humano y de los múltiples registros que un autor puede utilizar para dirigirse a sus lectores, Basilio Sánchez ha elegido uno de los más elegantes y a la vez más cercanos. Como explicaba Álvaro Valverde en la presentación del acto, estamos ante la voz de la confidencia, deudora de la mejor tradición española y europea, desde Manrique a Cernuda. Se trata de una voz que produce en el lector el efecto de estar compartiendo el hilo de los pensamientos del que escribe, sin imposturas, sin fuegos de artificio y sin estridencias.
Es la poesía de Basilio Sánchez un goce para la vista y para el pensamiento. El título de esta recopilación, Los bosques de la mirada, refleja con gran acierto la doble vertiente de la obra del poeta, la del entramado del pensamiento y la de la contemplación del mundo que nos rodea. Porque no busca su mirada mundos exóticos o alejados, ya que espacio y tiempo son variables que poco afectan a quien tiene la capacidad de observar atentamente y de reflexionar con inteligencia. Esta falta de referencia temporal y espacial ha facilitado la recepción de los textos y ha convocado a lectores de distintas generaciones y de gustos diversos en torno a unos versos construidos para ser habitados.
Quien decida adentrarse en Los bosques de la mirada pronto aceptará el código metafórico que le plantea el autor. En la introducción del libro el profesor Miguel Ángel Lama explica la utilización de una red de elementos simbólicos de la cual podríamos situar la casa como representación de la propia escritura. Se trata de una visión del quehacer poético como un lugar donde ponerse a salvo del dolor que irremediablemente trae la vida. En este sentido, la obra de Basilio Sánchez rezuma humanismo, entendido como la presentación de un ser humano formado que intenta vivir en armonía con el espacio que habita, ya sea rural o urbano, y que no persigue la exhibición de sus experiencias en el poema, como sí sucede en otras corrientes estéticas de la misma época. De esta manera, tenemos la sensación de que el hombre, la naturaleza y los objetos conviven de forma equilibrada y comparten protagonismo en cada texto.
Por todo lo dicho, considero que, para los que habitamos el primer mundo en estos inicios del siglo XXI, pocas lecturas pueden resultar tan subversivas como la poesía de Basilio Sánchez. ¿O acaso no es subversivo alguien que nos invita a pararnos a contemplar el oro de las flores, las raíces del agua o la sorpresa de la luz sobre las cosas? La voz del poeta nos lleva por las estribaciones de una tarde cualquiera y consigue que nos estremezca el roce de los párpados o el balbuceo lento de la lluvia. Sin duda, en los tiempos que vivimos, alguien que propone la lentitud o la machadiana ligereza de equipaje frente a la vorágine y el exceso de todo consigue que nos cuestionemos la realidad en la que estamos inmersos.
Precisamente por el hecho de plantear esta otra manera de estar en el mundo, que implica un fuerte compromiso ético, la poesía de Basilio Sánchez se inscribe en la línea intelectual más posmoderna de desconfianza en el supuesto progreso de la modernidad y de nostalgia del tiempo en que el hombre vivía en comunión con la naturaleza. De ahí que en sus versos asome muchas veces el rostro de alguien solitario, con el que es fácil identificarse, que recorre asombrado los espacios naturales o que, de pronto, aparece extraviado en una calle de una ciudad cualquiera y asume la incertidumbre como método de conocimiento.
Si entendemos que algo es subversivo cuando cuestiona nuestro modo de vida o nuestras convicciones, la poesía de Basilio Sánchez puede calificarse como tal. Sumérjanse en cualquiera de los montones de exceso de nuestro primer mundo en crisis y escuchen el ruido ensordecedor que nos rodea; después prueben a observar detenidamente el agua, una rama, un pétalo, o acérquense a Los bosques de la mirada, que casi es lo mismo. Comprenderán el carácter rebelde de estos pequeños gestos.

jueves, 20 de enero de 2011

Reseña de Vísteme de largo, de Cecilia Quílez, en La Razón

La Razón, 12 de nero de 2011

Por Idoia ARBILLAGA

A esta poeta la descubrimos en La Posada del Dragón 2002, la seguimos en Un mal ácido 2006, un poemario de ambigüedades llenas de sugerencias ecfrásticas, y su acertada consecución, El cuarto día 2008. Ahora en Calambur, Vísteme de largo, poemario que nos pone en directo contacto con verdades de gran hondura existencial: el otro yo con el que convivimos, que nos desarbola y enriquece; los pactos autobiográficos entre la renuncia y la osadía del vivir; la estabilidad y el riesgo; varias poéticas informales; también la infancia; el amor y el deseo, su rotura al fin. Todo ello a través de una voz que, si ya era madura, alcanza aquí mayor expresividad y alcance. La metaforología de la autora se eleva aquí y a la vez se arraiga. Se eleva en lo ambiguo y en lo sutil, que siguen siendo cauce principal de sus campos léxicos; mas se arraiga en un nuevo léxico de rotundidad contenida y efectiva; lo escatológico y lo visceral irrumpen con fuerza en unas ocasiones, se aferran a lo cotidiano en otros versos. Sobresale un tratamiento de la sexualidad que sensualiza el poemario sin salirse de los márgenes de lo sutil. Se sirve de un verso libre de factura más corta en unos poemas, que se encabalga en otros, más largos. De retórica sencilla y sutil, pero elevada por metáforas ricas, un poemario que otorga a su madurez poética un salto muy amplio desde su libro anterior, un poemario lleno de verdades sin certezas, un excelente regalo de esta Navidad.

miércoles, 19 de enero de 2011

Reseña de Insurgencias (Poesía 1965-2008), de Antonio Hernández, en La Voz de Cádiz

La Voz de Cádiz, 19 de enero de 2011

Por Juan José Téllez

Antonio Hernández (Arcos de la Frontera, 1943) debe estar haciéndose mayor. De ahí que la editorial 'Calambur' haya publicado su obra completa hasta la fecha, en un estuche que incluye dos volúmenes, con los quince libros publicados hasta ahora por el poeta arcense: desde El mar es una tarde con campanas (1965), su primera incursión lírica bajo el sello de Adonais, que le valió que el oficial Luis Berenguer gritase dicho título con el consabido ¡ar! cuando le mandó llevar a su despacho de marina en La Isla, hasta A palo seco (2007), indócil como él mismo. La obra, inteligentemente prologada por Francisco J. Peñas-Bermejo, ha sido ya presentada en Madrid y en Sevilla por Alfonso Guerra, ex vicepresidente del primer Gobierno del PSOE y lector atentísimo, quien se encargó de reseñar el mundo temático de Hernández, entre la vida, el amor y la muerte. Claro que hay quien le ha dicho cosas peores. Entre la ojana de quienes echan su mijita de exageración al amor que le profesan y el exabrupto de quienes, por causa contraria, le desprecian o guardan alguna suerte de rencor o inquina, Hernández ha ido construyendo una poderosa obra personal, en la que caben varias novelas, diversos ensayos y un amplio número de poemarios, entre los que figuran: Oveja negra (1969), Donde da la luz (1978), Metaory (1979), Homo Loquens (1081), Diezmo de madrugada (1982), Compás errante (1981), Indumentaria (1986), Campo lunario (1988), Lente de agua (1990), Sagrada forma (1994), Habitación en Arcos (1997), El mundo entero (2001) y A palo seco (2007).

Capitán general de los berenjenales más insólitos, tan persistente en la lealtad con sus amigos que en las reticencias con sus adversarios, el paso del tiempo le han hecho cada vez más disidente de algunos albures de la postmodernidad como convicto y confeso en el oficio de la transformación de la realidad que nos rodea y a veces nos asfixia. Insumiso, agitador, encendido andaluz que madrugó a la hora de reivindicar al maldito Carlos Edmundo de Ory, las páginas que compilan hasta el momento la totalidad de su lírica nos ofrecen la clara imagen de un tipo que tuvo que dejar su pueblo para volar pero que, para seguir volando, tiene que volver a anidar en su pueblo. Junto a sus sombras familiares, quizá la palabra más repetida del conjunto sea Arcos de la Frontera, el punto de partida, el paraíso inmediato.Nada sería Hernández sin ese constante ejercicio de nostalgia y de humildad rendida ante el joven curioso que buscaba en los libros los misterios de la brújula. En él, hay un norte, que es el sur. Andalucía se configura como su patria profunda, en donde ya no sólo contrae domicilio en verano, y cuyo tránsito actual le inquieta, no sólo por el baile de las siglas en el partido del Gobierno sino por lo que supone de rendición ante un sistema contrario a la república popular de los sueños, a la ínsula Barataria de la poesía, en la que Hernández ejerce desde hace mucho como un gobernador sin reino. No lo necesita.

martes, 18 de enero de 2011

Reseñas de El juego de la taba, de Elías Moro

Revista Artes & Letras (Heraldo de Aragón), 30 de diciembre de 2010

Por Olga Bernard

El juego de la taba recoge un conjunto de apuntes líricos muy diversos y aparentemente espontáneos escritos al hilo de lo oído en un bar, en la televisión —fuente de maravillosas perplejidades: “Donde esté un buen estofao de rabo de toro, que se quite la horchata”— o desde el desamparo existencial que produce la consulta del dentista.

Comenzamos el juego por el título y este nos trae un olor a memoria, calle con niños y un poco de real gana, que tampoco viene mal. Casi sin darnos cuenta, el autor se nos hace confidente a través de sus breves reflexiones poéticas, a veces flirteando con la greguería (“Las telarañas del otoño son las serpentinas del aire”), a veces adquiriendo el tono de pequeños cuentos o largos aforismos cuya última enseñanza no es siempre lo importante, pues tal vez sería una soberbia merecedora de castigo: “tener la seguridad de que se es dueño de una certeza y no poder hacer nada con ella, no saber dónde, ni cómo, ni a quién aplicársela”. Sí importa, sin embargo, la porción del inagotable no sé qué que el escritor rescata del mundo para nosotros (“Los charcos se entristecen si no pasas por ellos”, “Las perlas ascienden en espiral hasta lograr la belleza”).

A Elías Moro se le entiende todo; digamos que el juego sigue sus honradas reglas pero, como en él, en la poesía se necesita toque, la tensión de la duda, la quemadura del deseo, el arte de acertar y la voluntad de no hacer trampas. Así juega el autor su partida con nosotros, como si fuésemos los niños de la portada, pero lo hace con una profunda voz de hombre que, la verdad, también se agradece.


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Diario Hoy.es, Blog Libre con libros

Fragmentos

Por Manuel Pecellín

Elías Moro , natural de Madrid (1959) y vecino de Mérida desde 1982, es uno de esos extremeños que la suerte nos deparó a este terruño marcado por la diáspora. Aquí ha ido labrando una obra importante, casi sin hacerse notar, aunque su alta y silenciosa figura resulte ineludible en tantos territorios. Si bien cultiva preferentemente la poesía (con títulos como Contrabando, Casi Humanos (bestiario), Palos de ciego, La tabla del 3, En piel y hueso) y así se le incluye en las antologías Díez años de poesía en Extremadura, Poelia (Poesía en el Gran Teatro) o La Luna de Mérida (nº 10) , y así lo estudia Miguel Ángel Lama, sin desconocer su labor prosística, en el volumen primero de Literatura en Extremadura 1984-2009 (Mérida, ERE, 2010), Moro, cultivador también de la poesía visual, es así mismo autor de relatos breves (Me acuerdo, en colaboración con Daniel Casado, y Óbitos súbitos), con colaboraciones para muchas revistas literarias.

El juego de la taba, cuyo título rinde homenaje a los años infantiles, evocados aquí ocasionalmente, y sobre todo a tantos difuntos queridos – la taba es un hueso- como Vidal, José Viñals , Ángel González, José Hierro, Aníbal Núñez , Benedetti o, de forma especialísima, Ángel Campos, es obra que el propio creador califica así : "Cuaderno de notas, de aforismos, de breves textos sin mucha conexión entre ellos, de apuntes líricos, de filias y de fobias" (página final), manifestando a la vez su esperanza de no haber atropellado gravemente a nadie en estas páginas . Difícilmente lo haría un hombre tan mesurado como él, que prefiere diluir las críticas, y a ellas recurre con frecuencia, bajo un discurso anónimo, velado, si bien no de imposible concreción.

Este libro fragmentario, donde no faltan reconocimientos a escritores que siguen en la brecha (Gonzalo Hidalgo, Luis Landero, Ada Salas, María José Flores, Agustín García Calvo, Juan Carlos Mestre, José María Cumbreño), ha sido editado por la madrileña Calambur en su colección de narrativa. Constituye una auténtica delicia introducirse por cualquiera de sus páginas, donde se pueden localizar, junto a los apuntes que antes señalaba moro, otros pasajes repletos de sugerencias y no fáciles de definir. Algunos de estos resplandores verbales son auténticas greguerías, que Don Ramón no sabría desdeñar ("Las antorchas son las cerillas de los gigantes", pág. 58; "El bastón es el estoque de las aceras", pág. 63, o "Los pájaros son la banda sonora del aire", pág. 140, escrito junto a una paráfrasis de un conocido verso de Manuel Pacheco, por más que no se le cita: "Desgraciadamente, siempre tenemos donde caernos muertos"). Otros son verdaderos haikus, localizables cerca de declaraciones amorosas explícitas o filosofemas en torno a la inevitable realidad de la muerte y la podredumbre de la vida política o los retruécanos de multitud de dichos populares. Pero quizás sean otras dos especies las que más abundan: las de carácter confidencial, donde el escritor va abriéndonos intimidades, entregando sus concepciones ideológicas más sentidas, y multitud de metatextos que permiten seguir las vicisitudes lingüísticas de alguien enamorado de la poesía, capaz de todos los sacrificios por un verso impecable.

Escéptico, humilde, enamorado, con gran sentido del humor (tal vez sobran chistes demasiado vulgares, así como las apostillas a ciertas entradas), próximo a la utopía ácrata, tierno, suavemente irónico, tenaz en la búsqueda del contrapunto ante los tópicos, nostálgico de Portugal como buen extremeño, lector impenitente, conocedor del cine y la música contemporáneos. Así es el autor de esta obra, cuya lectura recomendamos calurosamente.

Reseña de Especímenes tipográficos españoles, de Albert Corbeto

Unostiposduros.com

No podíamos despedir el 2010 con una mejor noticia. Acaba de publicarse por la Editorial Calambur el libro de Albert Corbeto, Especímenes tipográficos españoles. Catalogación y estudio de las muestras de letras impresas hasta el año 1833.

Todos aquellos que nos interesamos por la historia de la tipografía en España, siempre nos habíamos quejado de la escasez de bibliografía acerca de uno de los productos fundamentales de la imprenta y que son imprescindibles para su estudio como son los muestrarios de letras.

Aparte de los propios catálogos, toda la documentación disponible acerca de encargos, transacciones comerciales, etc que podían conformar el contexto ideal para conocer mejor el desarrollo de la creación tipográfica en España estaba diseminada en amplios legajos de diferentes archivos del Estado. Y lo que puede parecer una obra de amplia utilidad pero de difícil concreción ha visto la luz gracias a la convencida apuesta de Emilio Torné y su editorial y al fenomenal trabajo del historiador Albert Corbeto.

Albert Corbeto es historiador del arte y realiza su actividad profesional en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona al mismo tiempo que prepara su tesis doctoral sobre la historia de la imprenta en España. Su interés por la imprenta se ha visto reflejado en sendos estudios sobre la tipografía española del siglo XVIII tanto en su vertiente económica como creativa y en la que ha investigado además la aportación de los grandes calígrafos al desarrollo de una tipografía propia del país.

En definitiva, se trata de una obra fundamental tanto para aquellos que tienen interes en conocer los tipos comercializados en España hasta mediados del siglo XIX desde un punto de vista gráfico como para los que la utilizarán como material de consulta para futuras investigaciones. Podemos afirmar con rotundidad que habrá un antes y un después en la articulación de la historia de la tipografía española marcado por la aparición de este libro.

A continuación os transcribimos su texto de presentación:
“Las muestras de letras de imprenta han sido siempre un material de circulación limitada y restringido básicamente a un ámbito profesional. Se trata de aquellos impresos, libros u hojas sueltas, que contienen ejemplos de los caracteres que un grabador o fundidor, o un impresor, anuncian en vistas a una transacción comercial determinada. A finales del siglo XIX, los precursores en el estudio de la historia de los caracteres de imprenta consideraron la utilidad que las muestras de letras podían tener en el conocimiento del material tipográfico y de la imprenta en general y, al mismo tiempo, iniciaron la tendencia coleccionista que permitió preservar muchos de los ejemplares que se conservan en la actualidad. La relevancia concedida a estos impresos supuso una influencia decisiva en los métodos de las nuevas generaciones de investigadores y estimuló la aparición de numerosas aportaciones posteriores que facilitaron la localización y reproducción de muchas de las muestras y, gracias a ello, un más profundo conocimiento del origen y circulación de los diversos diseños de letras.

Este impulso no se vio reflejado en los estudios históricos del libro español y hasta ahora no se había realizado ningún esfuerzo por estudiar y catalogar de forma sistemática los especímenes tipográficos impresos en España. El trabajo que aquí se presenta subsana esta carencia y ofrece un panorama de la producción y comercio de tipos en el período de la imprenta manual, a la vez que proporciona una útil herramienta de trabajo para que futuras investigaciones puedan continuar con la reconstrucción de la todavía desconocida historia de la tipografía española.”

Reseñas de Bajo la piel, los días, de Eduardo Moga

Periódico de poesía.unam.mx

Por Andreu Navarra Ordoño

La lectura del nuevo libro de Eduardo Moga nos ofrece varias novedades. O quizás debería decir “innovaciones”, puesto que su formato viene a desafiar (como callando) varios estatutos nunca antes lo suficientemente discutidos. El primero de ellos es el propio vehículo de esta poesía: Moga ha escrito un diario, y no ha renunciado a la narratividad que es inherente a este género, mientras que, a la vez, ha escrito treinta poemas, sobreponiendo o fusionando las funciones de su discurso. Y el resultado es un texto donde la vida cotidiana, la crítica literaria, la propia reflexión sobre el escribir y el lirismo más salvaje, se mezclan en un libro que rezuma líquidos corporales y fuerza creadora.

Más heterodoxias. La inclusión de fragmentos poemáticos escritos por Sergio Gaspar en los poemas XXVI y XXVII desafía al concepto clásico de autor, pero también a la falsa noción no clásica o postmoderna (ya clásica o tópica o canónica) del concepto de autor. En otras palabras, Eduardo Moga evita caer en la escolástica de los debates al uso, y se limita a trabajar: a observar, a crear, a encarnar su dolor y su deseo en una prosa deslumbrante. Lo que no hay en el libro de Moga es el sistema de respetos en que ha derivado la radical estupidez de los debates literarios actuales (felizmente es un autor extracadémico). Moga puede reivindicar la escritura ortográfica y pulcra y malhablar de las idioteces post mientras glosa su amistad con Agustín Fernández Mallo. Moga puede presentar como clásicos a escritores tan desconocidos como Manuel Álvarez Ortega y Basilio Fernández, mientras nos confiesa que Jaime Gil de Biedma no es santo de su devoción. Y puede porque en su expresión poética es completamente libre, no se debe a nadie, y no pueden turbarla las pequeñeces doctrinales de nuestra triste edad.

Y ésta creo que es una de las enseñanzas (sí, sí, enseñanzas, ¿por qué no?) o lecciones de Bajo la piel, los días. Asistimos al autoanálisis despiadado de un hombre transido que husmea en sí mismo mientras realiza algunas actividades no libres, a través de la palabra poética. El enraizarse en el Ser Aquí Mismo resulta fundamental, puesto que genera el discurso y el vuelo de la especulación. Así, por ejemplo, el primer poema nace a partir de un paseo casual, el segundo, de una noche de insomnio, el tercero, de una experiencia sexual, el cuarto, de una tendinitis y una fístula anal… pero dejemos esto, pues empiezo a parecer uno de aquellos comentaristas bizcos de Joyce. Lo importante es dejar aquí consignado cómo la convivencia vulgar con objetos y situaciones cotidianas, como puede ser una sesión de gimnasio (poema XVI), arrastran tras de sí (y en diversos niveles internos o estatutos de autoría marcados por sucesivos corchetes y paréntesis) apasionadas floraciones de devoradora poesía.

Más sensaciones curiosas. El tono ha cambiado: ya no es el de ángel mutilado que se agita en el suelo, o en la pura mierda, en un vuelo virtual desesperado e imposible, la voz propia de El barro en la mirada o Ángel mortal, sino el tono de un animal más parecido al reptil que se arrastra con una linterna en la mano, e irrumpe en su propia casa, en sus propias cosas, en su propio cuerpo, y en lugar de dirigir su chorro de luz hacia el cielo lo enfrenta a un volumen de derecho civil, o al teclado de su ordenador, a los guantes de una enfermera, o a unas braguitas. El tono es el de un husmeador impudoroso que lo desnuda todo, cuando el todo es un sí mismo. El tono es el de un secuestrador que trata de raptar a su propia familia para amarla y entenderla.

El autor en ningún momento renuncia a ser quevedesco, creo que en algunos pasajes palpita el gusto por ser barroco y demostrar el dominio valleinclanesco de la pura plástica. Así, por ejemplo, el episodio donde se describe a un vagabundo norteamericano (poema XV), o el lezamiano inicio del poema XXI.

Moga ha querido ser confesional. Ha querido hacer que estallen ante nuestra frente, y se llenen de color y fuego, sus lecturas juveniles, sus masturbaciones (pero no pajas mentales, sino sus pajas reales, sus pajas del pene), sus sensaciones ante el progresivo arruinarse del cuerpo. Ha querido ser clínico y tierno, cuidadoso y satírico, superficial y denso, lógico y paradójico, quirúrgico y lírico, y por eso su libro puede considerarse una obra total cuyas conclusiones podrían ser: “El poema me afirma, aunque yo quiera negarme”, o bien “Mientras pedaleo, veo un programa para sordos, pero, como nunca traigo auriculares, no lo oigo”. Lecciones que provienen del puro vivir como un incendio que piensa.


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Y también aparece recomendado entre los libros más interesantes de 2010 en BCNWeek, en la selección hecha por Sergi Bellver y Juan Soto

lunes, 17 de enero de 2011

Reseña de El juramento de la pista de frontón, de John Ashbery, en Babelia (El País)

Babelia (El País), 15 de enero de 2010

Entre el cielo y ningún lugar 

Aparece un libro de John Ashbery por primera vez en España: El juramento de la pista de frontón. Una obra de 1962 llena de experimentaciones

Por Antonio Ortega

La capacidad de John Ashbery (Rochester, 1927) para mantenerse un paso por delante durante más de medio siglo es impresionante. Como un Proteo contemporáneo, tiene una inagotable capacidad para reinventarse. Parafrasear sus poemas, identificar su sujeto, sus temas, establecer su entorno, es tarea ociosa: el poema existe por sí mismo, inimitable, dueño de su ser y su expresión. Una escritura tan metamórfica que los cambios de tono y de registro verbal hacen que los versos acaben en lugares diferentes a los de partida. Sorprenden sus prestidigitaciones de sintaxis y dicción; su oído para detectar las construcciones del lenguaje coloquial que distorsiona el significado; su ironía, la frescura sutil de sus poemas. Solo "corriendo bajo los aros de / ecuaciones probables", es posible mostrar la inestabilidad e interdependencia de la identidad en la sociedad posmoderna, definir cómo pensamos y quiénes somos. Tratar de atar los meandros de su escritura acaba siendo un esfuerzo restrictivo.

El juramento de la pista de frontón, aparecido en 1962, muestra un mundo distinto al de Algunos árboles, su primer libro. Son poemas abstractos, fragmentarios y disyuntivos, muchos fruto del collage. El significado y la sintaxis expuestos a "condiciones extremas". Una ruptura poética revolucionaria: "No fuiste elegido presidente y sin embargo ganaste la carrera". Un libro clave, aquí están las bases de un nuevo lenguaje poético, indicativo del curso que luego tomará su obra. De difícil lectura e interpretación, su fecundidad crece con los años, sugiriendo nuevas lecturas, demostrando su naturaleza de texto canónico. Un libro de experimentación, pleno de meditaciones sobre la realidad diaria, lejos de lo establecido. Su profundidad nace de la superficie del vacío, de sonoridades abstractas, de la mezcla impura de dicción lírica y coloquial. Poemas nada figurativos que, como en los cuadros del expresionismo abstracto, semejan superficies con múltiples focos y desplazamientos. "Las palabras gotean de la herida", movidas por la inmediatez del acto creador. 'Saliendo de la estación de Atocha' ejemplifica esta disposición de palabras y silencios, la frescura del instante de la experiencia. Lo que allí tiene lugar podría haber pasado en cualquier otro sitio, como en 'Europa', donde nada es concreto y definitivo: el poema es una "bola de construcción", "un barrido continuo de la superficie". Es el ensamblaje y la borradura de la pincelada verbal: "soy como alambre / cuando el lienzo debe extenderse / hacia nueva basura". Consecuencia del extravío de la existencia, el lugar del poema podría ser tanto un espacio interior como exterior, el resultado de un equilibrio precario y fugaz: "hasta que la verdad pueda ser explicada / Nada puede existir".

Estamos 'En el campo de juego de la vida', evasiva y múltiple. Un rompecabezas sin las piezas necesarias para alcanzar la imagen y el instante precisos. El poema es su proceso de construcción. Así 'Idaho', el poema que cerrando el libro semeja "pequeñas manufacturas", la suma de lo que allí está y de lo que no está. Al lector le cumple la pregunta sobre su significado, leer "para arreglar / para sentir / el tallo del aire". Acaso llegar a saber que 'Un silbido sonó estridente'. Un laboratorio poético que Julio Mas ha traducido con esmerada brillantez, ofreciendo una inteligente introducción que, junto con las notas, una entrevista al propio Ashbery y la excelente lectura epilogal de Jordi Doce, ofician de inmejorable guía de lectura. Una edición magistral para un libro que, "en algún sitio entre el cielo y ningún lugar", sigue siendo ferozmente asombroso.

Y Los bosques de la mirada, de Basilio Sánchez, entre los mejores de 2010, según el diario 20 minutos


http://www.20minutos.es/noticia/913936/0/libros/ano/coetzee/



Presentación de Los bosques de la mirada (Poesía 1984-2009), de Basilio Sánchez, en Cáceres

La editorial Calambur
tiene el gusto de invitarle a la presentación del libro

Los bosques de la mirada
(Poesía 1984-2009)

de
Basilio Sánchez


Intervendrán, además del autor:

Álvaro Valverde
Miguel Ángel Lama

Martes 18 de enero de 2011, 19:30 h.

Biblioteca Pública A. Rodríguez Moñino
c/ Alfonso IX, 26
10004 Cáceres

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Basilio Sánchez
Los bosques de la mirada
(Poesía reunida 1984-2009)
Calambur Poesía, 116
ISBN: 9788483592076
480 págs. 2010
PVP: 25 €


Basilio Sánchez (Cáceres, 1958) surgió en el panorama poético con la publicación de A este lado del alba (1984), como accésit del Premio Adonais. Hasta casi diez años después no apareció el segundo, Los bosques interiores (1993), que el poeta reeditó revisado en 2002 y al que seguirían La mirada apacible (1996), Al final de la tarde(1998) —publicado por Calambur— El cielo de las cosas (2000), Para guardar el sueño (2003), Entre una sombra y otra (2006) y Las estaciones lentas (2008). Ha publicado también el libro de relatos El cuenco de la mano (2007). En 2007 recibió el Premio Extremadura a la Creación por su libro Entre una sombra y otra.

Los bosques de la mirada (Poesía reunida 1984-2009) recoge toda la obra poética de Basilio Sánchez, con la excepción de su primer libro, ya que el poeta ha reconocido su voz y su mundo más personales a partir de la segunda de sus obras. Este volumen contiene, pues, veinticinco años de escritura y se cierra con algunas muestras hasta el momento inéditas del presente creativo del autor. La poesía de Basilio Sánchez, avalada por algunos premios importantes, ha sido destacada por la crítica como una de las más sugerentes expresiones de poesía meditativa contemporánea, que no se queda en una contemplación ensimismada como punto de partida y de llegada, sino que muestra —sobre todo en sus últimos libros— su vocación de conquista moral en un mundo en el que los pilares éticos se ven agredidos. El lector de Los bosques de la mirada —título que recoge dos motivos simbólicos muy importantes en la poesía de Basilio Sánchez— podrá apreciar en este volumen esa fidelidad de tono que ha hecho de la escritura de este autor un lugar apacible.

"Basilio Sánchez utiliza la palabra poética para metamorfosear la realidad y, al hacerlo, enriquecerla o desen trañarla".
Antonio Colinas, sobre La mirada apacible, 1996

"He aquí la expresión de un universo breve, cuya pureza es un aceite con que aliviar las rozaduras de la existencia".
Ángel L. Prieto de Paula, Babelia, El País, 7-08-2004

"Sus poemas construyen la figura de quien vive en ellos, las cosas de su entorno, y la trama de este conjunto funciona como honda manera de pensar".
Miguel Casado, ABC Cultural, 3-09-1998

"Lenguaje poético claro, elemental y natural, pero bajo su misteriosa transparencia, late una honda reflexión sobre la condición humana y sobre la precariedad de la existencia, siempre necesitada de refugio".
Luis García Jambrina, ABC Cultural, 26-06-2004

"Su poética acoge una de las dicciones más intensas de la poesía española contemporánea, configurada en una obra que no responde tanto a una deliberación literaria como a un estrecho acompasamiento entre existencia y poesía".
T. Sánchez Santiago, Árrago, Diario Hoy, 28-03-2001

"Escritura de lo doble o doble escritura, por medio de la cual vida y escritura se anudan, se corresponden".
Túa Blesa. El Cultural, 25-05-2006

"Exacto sin hipérbole, metafórico sin desafuero, habla a media voz, a veces casi susurra, convencido de que el exceso en el decir perjudica la verosimilitud de lo dicho".
Eduardo Moga, Turia, n.º 88, 2009

sábado, 15 de enero de 2011

Lectura de Cecilia Quílez

Fundación Centro de Poesía José Hierro

Ciclo Poesía Joven.

Auditorio del Centro, Lunes, 17 de enero, 20.00 h

Cecilia Quílez Lucas, nació en Algeciras (Cádiz). Ha publicado cuatro libros de poemas: La posada del dragón (Huerga & Fierro), Un mal ácido (Torremozas. Mención especial del Premio Villa de Madrid de Poesía Francisco de Quevedo), El cuarto día (Calambur) y muy recientemente Vísteme de largo (Calambur).

Ha colaborado en programas de radio y coordinado y dirigido exposiciones de pintura y escultura para instituciones de arte (y sus respectivos catálogos). Varios relatos y artículos suyos han sido publicados en diversas revistas y publicaciones (Álbum de las Letras, La Cultura de Madrid, Microfisuras, Punto de las Artes, Diario el Mundo, Ágora, Revista de Museología, El invisible anillo, The Children‘s Book of American Birds, O‘Escritor, etc.) e igualmente en webs literarias. También ha participado como ponente en diferentes jornadas sobre literatura y realizado recitales y conferencias nacionales e internacionales, programas de televisión y radio. Ha sido incluida en las antologías Entre el clavel y la rosa (Espasa Calpe), Madrid Capital (Sial), Madrid: una ciudad muchas voces (Arteidea), Fuga de la Nada (Bohodón Ediciones), El río de los amigos (Calambur), Poetas a orillas de Machado (Abada Editores, 2010) y Mujeres en su tinta (Ed. Atemporia & UNAM). Muchos de sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, portugués, árabe y holandés.

Acto Homenaje a José María Millares Sall


ACTO HOMENAJE A JOSÉ MARÍA MILLARES SALL

con motivo de la concesión del Premio Nacional de Poesía 2010
a
Cuadernos (2000-2009), editada por Calambur.

Leerán poemas de esta obra:

Alejandro Céspedes, Jordi Doce, Ignacio Elguero, Olvido García Valdés, Ana Gorría, Félix Grande, Antón Lamazares, Nieves Mateo, Miguel Ángel Muñoz Sanjuán y Ada Salas

Como cierre, se proyectará un vídeo sobre José María Millares Sall, realizado por Juan Millares Alonso.

Miércoles, 19 de enero de 2011, a las 19,30 h.

Instituto Cervantes - Salón de Actos. Alcalá, 49. 28014 Madrid

jueves, 13 de enero de 2011

Reseña de Bajo la piel, los días, de Eduardo Moga, en la revista El Ciervo

El Ciervo, n.º 718, enero de 2011

Infinito

Por José Ángel Cilleruelo

Ciertos libros cuestionan la adscripción al género que les otorga su edición, y a veces hasta su autor. Bajo la piel, los días aparece en una colección denominada «Poesía» y Eduardo Moga (1962) habla de «versos» donde el lector encuentra párrafos que en ocasiones superan las quinientas palabras. El lector que ojee su maquetación quizá piense que se trata de una novela, o al menos a eso se parece. Su autor afirma que escribe poemas; pero, el lector desliza su vista por una página de prosa —una prosa excelente— que contiene un caso (como aquel inaugural delLazarillo): un poeta que asiste perplejo al desmoronamiento. Si se trata de un libro de poesía o de una novela no es, en este momento, un debate baladí. El carácter fronterizo de la escritura de Bajo la piel, los días, donde convive el poema en prosa y la anotación de dietario, la descripción narrativa y la reflexión metapoética, inclinará su adscripción a aquel género que sea capaz de admitir una mayor inflexión, una renovación más amplia y un mestizaje más abrupto. ¿Lo es la hierática poesía —como piensa implícitamente Moga— o lo es la novela, capaz de metamorfosis constantes? Aunque tal vez la pregunta de nuestra época ya no sea ésta, sino otra: ¿lo será la libérrima poesía que nadie atiende o lo será la novela en la jaula de oro de su vida comercial? No es, pues, un debate sin sustancia.

Suele ocurrir que los libros que rompen convenciones sólo admitan descripciones paradójicas; de éste se podría afirmar, por ejemplo, que es un monólogo polifónico. O una polifonía monologada, pues su pretensión es armonizar todas las voces y sonidos que existen en el yo. El medio es, según Moga, «Abrir incisos en los puntos que me despierten asociaciones»; es decir, obrar en sentido opuesto al hábito de la escritura: no por selección y depuración del estilo, sino por asociación de elementos estilísticamente heterogéneos. El resultado, como en una cata geológica, rechaza la uniformidad de la obra creativa en favor de capturar la verticalidad del proceso creativo: el poema en prosa del que siempre se parte, junto a la realidad que lo ha evocado, las condiciones del lugar donde se escribe, las dudas de la escritura, los desaciertos y correcciones, los recuerdos evocados por alguna palabra, las lecturas que emergen de la memoria… Cada uno de estos factores se escribe en su propio lenguaje literario, de modo que la simbiosis tonal dé cuenta, mejor que la unidad de estilo, del tema que el libro persigue: la vivencia de una transformación. Si los alemanes hablan deBildungsroman o novela de formación; Bajo la piel, los días es la cara opuesta de este concepto: el poema de la deformación que imprimen el paso del tiempo y el dolor en aquellas ilusiones (la vida, la escritura, el amor) que se habían formado en la juventud.

Este libro de Eduardo Moga recoge dos descripciones sobrecogedoras de sendos hospitales, reflexiones sobre la tristeza, el dolor o la conciencia de la muerte, alguna divertida crónica de la vida cultural, ciertos recorridos por Barcelona que refundan en su mirada verbal la ciudad y multitud de observaciones que enjuician el presente con una ácida lucidez, pero también late una profunda voluntad metapoética: comprender por qué se escribe si la escritura significa siempre angustia, y el anhelo de su final. Así impulsado, imagina cómo podría dejar de escribir: mediante un poema «que no tendría fin: la abolición del tiempo requeriría la apoteosis del tiempo». Acaso este libro sea el ensayo de ese poema apoteósico que permita al escritor dejar de escribir poemas.

Reseña de El juramento de la pista de frontón, de John Ashbery, en Culturamas.es


Culturamas.es
Una nueva forma de escribir: John Ashbery y John Cage
Por Luis Franjo
En 1951 John Ashbery atravesaba un periodo de sequía creativa, pero el día de Año Nuevo de 1952 John Cage, el controvertido y vanguardista compositor de 4’33’’, dio un concierto al que asistió el poeta y en el que interpretó la pieza Music of Changes. Después del concierto, Ashbery comentaría que había percibido el potencial para escribir de una nueva forma. Esto fue lo que escuchó:
Diez años después aparecería el segundo libro de poemas que Ashbery entregó a la imprenta y al que llamó El juramento de la pista de frontón (Editorial Calambur), rompiendo radicalmente con la poesía de su anterior y prometedor poemario Algunos árboles. La técnica que John Cage utilizó para llegar hasta su pieza musical le permitía crear algo así como composiciones de “azar-controlado”, etiqueta que le viene como anillo al dedo al estilo con el que John Ashbery elaboró las composiciones poéticas más importantes de su segundo libro, piedra angular de su poesía que más tarde le convertiría en uno de los poetas vivos más conocidos a nivel mundial y probablemente el más influyente. Aún hoy, esa nueva forma de escribir de la que Ashbery fue capaz después de aquel concierto sigue provocando un cierto eco de extrañeza e incomprensión. Y no es para menos.
¿Escribir de una nueva forma? Hace cincuenta años por lo menos debieron pensar eso, con la penosa consecuencia de lo poco que suele gustar a los críticos que les rompan los esquemas. Por citar alguna crítica, Mona Van Duyn escribió: “si un estado de constante exasperación, de expectativas siempre frustradas (…) es respuesta suficiente a un libro de treinta y un poemas (…] debo modificar mi noción de poesía”. Por no hablar de que el académico literario por excelencia, S. A. el Ilmo. Dr. Don Harold Bloom lo calificó de “terrible desastre” y comparó ácidamente el libro con una “ciénaga”, llegando a decir de él que era un libro innecesario. Pero, como hemos aprendido, si un libro, por el milagro divino de las manos que lo escribieron más ese providencial empujón(cito) de algún valiente editor, resiste y sobrevive al escarnio de tan altivas y punzantes voces, el libro (ya santo) acabará (y en este caso así acabó) por estar considerado como una gran obra, y de las más influyentes, si no la más, en la poesía norteamericana de la segunda mitad del siglo XX.
Y es que los esquemas se rompen y mucho (pero no sin razón) al leer El juramento de la pista de frontón.Collages, cut-ups, técnicas que mutilan buena parte del lado semántico del lenguaje, elipsis, destrucción de la linealidad temporal… Mucho debe la estética de Ashbery al expresionismo abstracto que conoció dePollock o a los collages de Rauschenberg. Lo que Ashbery hace es dar un golpe en la mesa y como un ácrata convencido se aleja de cualquier tradición o corriente poética creando su propia vanguardia. Desde esa nueva forma de poetizar y con la rabia precisa en el golpe, se atreve con la democracia de la América que le tocó vivir, la misma que perseguía su homosexualidady que entonces pudo plasmar en sus versos, pero también descarga contra los medios de comunicación o los best-sellers que, a su juicio, están acabando con el valor de la palabra a fuerza de un uso banal y abusivo del lenguaje. Y por supuesto, como poeta nos habla a su manera también del amor o del recuerdo bucólico de su infancia como salvación. En sus propias palabras, Ashbery explica que él habla “sobre la experiencia de la experiencia” y todo devolviendo a la palabra su dignidad perdida. A veces, entre versos, nos recuerda lo que va haciendo para no perdernos y nos va dando pequeñas dosis de aliento semántico:
“Me limitas a lo que digo.
El sentido de las palabras tiene
un movimiento hacia atrás, que me clava
al modo de luz diurna de mi declaración”.
El juramento de la pista de frontón es un libro para dejarlo cerca cuando se termina, que parece seguirse escribiendo continuamente, un libro donde descubres a cada paso nuevas texturas y colores extraños y donde la sensación de extrañeza nos obliga a ser pacientes. El suceso en sí no importa, lo que importa es vivirlo como lo hace Ashbery y vivirlo a secas, sin extraer conclusiones satisfactorias. Es así un libro que es un desafío a un mundo fundamentalmente semántico, pero con recompensa, donde las experiencias no se van haciendo y creando, levantando preciosos castillos delante de nuestros ojos, sino que más bien esas mismas experiencias se van deshaciendo y descomponiendo lentamente delante de nuestras narices.