lunes, 1 de marzo de 2010

Reseña de Aquelarre de sombras, de Javier Villán

El Cultural (El Mundo), 26 de febrero de 2010

Por Túa BLESA

Como la imagen reflejada, el alma o el nombre, la sombra es una de las encarnaciones que en el imaginario ha tenido el doble del individuo, las cuales no serían en último extremo sino la conciencia de la muerte, según se explica en el psicoanálisis. Aquí, un escueto marco narrativo —realidad o sueño—, en el cual un murciélago entra de noche en la casa, revolotea alocado y finalmente escapa, sirve para dar la palabra a una serie de sombras, diríase que alucinaciones o expresiones del temor a las penalidades del vivir y, en último término, a la desaparición del sujeto. El sujeto, nombrado como “Cuerpo” —lo que pone en escena su materialidad—, entra en diálogo con las Sombras bien para reclamar una palabra que le afirme, bien para mostrar una especie de indiferencia ante la muerte y, por el contrario, el temor ante el dolor, saber que el suicidio podrá evitárselo —suicidio que significaría la manifestación del triunfo—, o en fin declarar su esencia, su ser en el filo del no ser: “Soy el que soy camino de una tumba”, un diálogo que no puede llegar a ningún acuerdo, a ningún punto conclusivo, y que sirve para poner en pie, en texto, una reflexión sobre la condición humana, el ser para la muerte, los deseos y las limitaciones de la vida.

La disposición dialogal muestra ser efectiva, pues una meditación de este calibre sostenida a lo largo de todo un libro podría haber caído en una cierta monotonía. No hay nada de eso, sino que una tensión dramática recorre el conjunto y no deja escapar al lector, que, al fin, no es sino una imagen de ese personaje “Cuerpo” que sufre, o es susceptible de sufrir, sus mismas afecciones y pasiones. “Cuerpo”, pues, como espejo.

Por su parte, la presentación del texto es en prosa, pero la lectura pone en evidencia que el discurso está metrificado y las unidades rítmicas de clave impar —como si fueran versos dispuestos en discurso continuo—dotan de una musicalidad, encubierta en la prosa, realzándose con ello lo que se dice.



Javier Villán (Torre de los Molinos, Palencia, 1942), de extensa labor periodística y narrativa —hay que mencionar el gran fresco colectivo reunido en Memoria sentimental de España—, que presentó en 2007 una antología de su obra poética anterior, ofrece ahora con Aquelarre de sombras uno de sus libros importantes, que el lector de poesía debería leer.

En cierto modo, este libro puede leerse como una purga de los temores, del miedo ante el dolor, “la herida, el hambre, el desamor, el ruido de la guerra” —un dolor que también tiene su papel en el drama: “Todo lo purifico, por mí todo es sagrado”—, lo que supondría un exorcismo de éstos. Aunque la tonalidad general es elegíaca, la voz de “Cuerpo”, la de un sujeto del que se afirma una y otra vez su decadencia, la edad, las pérdidas y la conciencia de ellas, no desfallece. En su última intervención, pese a ser ya “sin habla, sólo gesto”, no se declara derrotado y deja casi como colofón su certeza de que, pese a no ser ya joven, pese a no tener ya aspiraciones, “La decadencia hace amar/ la belleza en toda su pureza”. El drama ha llegado a su fin: el sujeto logra dormirse tras su noche oscura y todo queda en pesadilla o sueño. Sin embargo, lo que esta palabra poética, no exenta de efectos filosóficos, ha dejado dicho ni se desvanece ni es sueño.
 

http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/26710/Aquelarre_de_sombras

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