viernes, 18 de septiembre de 2009

Reseña: Las rosas de la carne


Leer, septiembre de 2009


Manuel Francisco Reina (Jerez de la Frontera, 1974) es novelista, dramaturgo, crítico literario y poeta. Ha publicado los poemarios Razón del incendiario, Naufragio hacia la dicha, Del insumiso amor, Consumación de estío, Las islas cómplices, El amargo ejercicio y La lengua de los ángeles, libros por los que ha recibido diversos premios como el “Ciudad de San Fernando”, el “Ciudad de Irán”, o el “Ibn Al-Jatib”. “Nadie escapa a la desmesura de la rosa”, dice Dulce Chacón y cita el poeta. Fiel al aserto, las páginas de Las rosas de la carne están poseídas por la recreación de los topica renacentistas y barrocos, que se despliegan y confluyen en esa central y metafórica flor que en su perfume mítico y bífica existencia encierra celebración y desaparición, oda y elegía. En Las rosas de la carne lo celebratorio, incluso cuando se canta lo perdido para siempre, irrumpe con una sensualidad que pone la materia y la hermosura como revolucionaria categoría moral que desafía a la muerte y su amenaza. Lo amoroso, sin pudores, interroga las convenciones y los prejuicios de una manera libertaria y subversiva. “Susurro placentero desde el fondo de nada./ Racimos de rocío por la espalda del mundo”.

Reseña: La aldea de sal

Leer, septiembre de 2009


Con selección y traducción de otros dos poetas, Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre, que en hermoso escrito liminar glosan con intrépido brío lírico al “ayudante de mentiroso”, Calambur publica La aldea de sal, una amplia antología bilingüe del brasileño Lêdo Ivo (1924), uno de los máximos exponentes de la Generación del 45, movimiento que revisó la poesía de vanguardia y el Modernismo brasileño. Entre dos títulos, Las imaginaciones (1944) y Réquiem (2008), transcurre una poesía planteada como actitud solidaria y como exploración de lo inefable, como conocimiento de lo que vive sólo en el poema y como diálogo imaginativo con la realidad. “Felices los que parten./ No los que llegan a los puertos que se pudren./ Felices los que parten y no regresan nunca”, comienza el canto V de Réquiem. Y termina: “Felices los que viven en las islas periféricas y una nube de hormigas voladoras los rodea al llegar el crepúsculo./ Felices los sedentarios que un día se fueron”. En palabras de Grande y Mestre: “En la aldea de sal, nadie, todos los otros que son él mismo, espera una semejante y unánime mañana: la bella justicia de su asombro, la posible realidad de la memoria”.

martes, 15 de septiembre de 2009

Reseñas: La canción donde ella vive

El País, Sevilla, 7 de septiembre de 2009

Cazador de metáforas rompedoras

Daniel Ruiz publica dos arriesgadas novelas sobre la marginalidad y el rock

“La calle también está llena de canciones, toda ella es una enorme canción, deliciosa y aberrante, deforme y excesiva, un tremendo sampleado de susurros y gritos y risas y llantos y otras canciones, en cada callejón se esconde una melodía, en cada portal hay un acorde”. Pero aunque las melodías sobrevuelen las aceras, para cazarlas hace falta un oído presto y la capacidad de hacerse invisible. Meterse en las tripas de las bandas callejeras y los quinquis, los bares de la noche, y hacerlo con estilo, un estilo poético que desarma al lector, es de nota.
Daniel Ruiz (Sevilla, 1976) ha publicado dos obras, Perrera y La canción donde ella vive, que coinciden en las librerías pese a haberse escrito con anterioridad y en distintos años. Son dos dardos que describen mundos como la marginalidad y la noche con un estilo poético, mezclado con metáforas rompedoras aplicadas a la vida canalla. “No pidas buen gusto a un hotel del extrarradio, no le exijas sencillez ni paredes desnudas ni mesillas de noche sin centros de flores de plástico, no busques recepcionistas sin bocas congeladas en sonrisas impecables, no quieras evitar ese horripilante hilo musical que contamina los pasillos plagados de du-du-a y de la-la-la, tampoco intentes sortear a los grupos de ancianos parapetados con gorras y guayaberas dispuestos a someterse a cualquier tortura disfrazada de actividad de ocio”, desgrana Ruiz en La canción donde ella vive.

Habla a la velocidad del rayo. Con pasión y retranca, explica cómo se dirige a un lector especial, minoritario, que saborea las palabras y comparte la calle como ágora de las pandillas. “Tengo un problema: soy supercotilla y me pasaba horas escuchando desde mi balcón, que daba a un callejón donde todos los quinquis se paraban a beber y fumar. Me atrapaba la forma áspera de relacionarse entre ellos. Conceptos como la caricia y el beso los sustituían por el mordisco o la bofetada. Y sabía que ahí había una novela”.

A partir de ahí, Ruiz parió Perrera, una radiografía de esa generación perdida. La trama funciona al relatar el sombrío día a día de adolescentes rebeldes, pero lo que hace despuntar a la novela es un estilo trepidante e inconfundible que aplica metáforas de altura al chapero, a los canutos, al rock. “Para que mi estilo sea sórdido, necesita urgencia. Creo que tiene que tener el sentido de la inmediatez. Mi concepto de la literatura se sustenta en dos pivotes: la rabia y la reflexión sobre la fealdad”, explica.

Ruiz mezcla voces y juega a los contrastes impúdicos con conversaciones que el lector, más que leer, bebe. No hay puntos y aparte. Sólo se respira entre capítulo y capítulo. Puso su lupa sobre los adolescentes difíciles al escribirla en 2004, en la línea de películas de estreno posterior como la sevillana Siete vírgenes. “Quizá se ha publicado un poco tarde”, apunta.

El joven escritor ganó con su primera novela, Chatarra, el I Premio del Certamen de Novela de la Universidad Politécnica de Madrid, y luego basada en esta historia se rodaría un corto preseleccionado para los Oscar en 2007. Su segunda novela, Perrera, ha sido publicada por la editorial gaditana Dum Spiro Ediciones.

La tercera obra es La canción donde ella vive (Calambur, Narrativa), en la que Mario, un pinchadiscos, cuenta la historia de su relación de amor fatal. De fondo, suenan melodías de The Beatles, The Rolling Stones, The Who y The Beach Boys. Las referencias son musicales pero también cinéfilas. La musa de esta historia es una mujer fatal más cercana a Marianne Faithful y Patti Smith que a Lauren Bacall. “Más enfangada”, matiza. “Pretendo que mi literatura se lea como si fueran canciones. Se bebe y se lee de un tirón aunque, por supuesto, a veces la literatura necesita un parón para paladearla”.

El tono onírico que respiran sus novelas tiene su explicación. Ruiz amanece y se sienta cada día para fabular de cinco de la madrugada a ocho, cuando acude a su trabajo como periodista. “La vigilia tiene más profundidad y una bellaquería que no se me ocurriría a las 12.00, ya desayunado”.

JAVIER MARTÍN-ARROYO

http://www.elpais.com/articulo/andalucia/Cazador/metaforas/rompedoras/elpepiespand/20090907elpand_16/Tes/
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ABCD, 12 de septiembre de 2009

Esta novela de Daniel Ruiz García juega con algo que debería ser más frecuente en la temática de nuestra joven narrativa y que, sin embargo, escasea: la deuda con el rock y su manera de enfrentarse al mundo. Conozco pocas, casi ninguna de calidad, salvo dos debidas a Francisco J. Satué, escritas hace años, a las que hay que añadir Deseo de ser punk, de Belén Copegui; de ahí que estas páginas, plagadas de referencias casi exclusivas al mundo de la canción me hayan llamado la atención. Pero su aportación no es sólo sociológica, sino que mantienen una calidad literaria sobresaliente en este tipo de literatura.

Se podría decir que el tono de La canción donde ella vive es demasiado lírico y reiterativo, lo que es cierto, pero también que es lo que conviene a una narración que juega desde el primer momento con la idea del Paraíso, ni que decir tiene que conformado con el espíritu del rock de la década de los sesenta. Además, da una idea del tono del libro de la ausencia total de diálogos, en justa coherencia con lo que se quiere contar, pero que nos habla también de cierto coraje ante lo que se lleva.

JUAN ÁNGEL JURISTO

lunes, 14 de septiembre de 2009

Último adiós a José María Millares

EL ÚLTIMO PERIPLO DEL POETA JOSÉ MARÍA MILLARES SALL


Un poeta, amigos míos, es un hombre como vosotros

Y como vosotros sueña en un mundo igual,

Tierno como una legumbre en nuestras bocas.


 (De “Hong-Kong”, en Liverpool)



Tras larga enfermedad, que nunca doblegó ni su energía ni su entusiasmo, el pasado día 8 de septiembre falleció, en Las Palmas de Gran Canaria, el poeta José María Millares Sall. Nacido en esa misma ciudad en 1921, en el seno de una familia de destacada tradición artística y literaria, la juventud y los estudios del poeta se vieron interrumpidos por la guerra civil y la inmediata posguerra, al tiempo que la vida familiar quedaba marcada dramáticamente por la persecución y depuración política de su padre, el profesor y también escritor Juan Millares Carló. Las circunstancias, por tanto, obligarían al poeta a desempeñar un trabajo administrativo en una compañía naviera, lo que no sería obstáculo para que iniciase entonces su actividad como escritor. De 1946 datan sus primeras entregas poéticas, en la colección Cuadernos de Poesía y Crítica que, también en Las Palmas, animaba el ensayista Juan Manuel Trujillo: A los cuatro vientos y Canto a la Tierra. En 1947 será uno de los poetas incluidos en Antología Cercada (Col. El Arca, Las Palmas), primera tentativa de poesía social, celebrada y animada desde Madrid por, entre otros, Leopoldo de Luis, Gabriel Celaya, Ramón de Garciasol y Vicente Aleixandre.


En 1948 funda la colección Planas de Poesía, a la que incorpora a sus hermanos Manuel, pintor, y Agustín, poeta. El primer volumen de la colección será su libro Liverpool (1949), una rareza en aquel momento poético y libro que, todavía hoy, sorprende por su vitalidad expresiva, hecho que propició que, a comienzos de 2009, con motivo del sexagésimo aniversario de su aparición, la editorial madrileña Calambur lo reeditase y fuese acogido con notable interés por parte de las jóvenes generaciones de poetas españoles. En 1951, publica Manifestación de la paz y Planas de Poesía será suspendida por orden gubernativa, siendo procesados y encarcelados sus más directos responsables. En 1952, contrae matrimonio con la también poeta Pino Betancor (1928-2002). Con ella se traslada a Madrid, ciudad en la que el matrimonio residirá entre 1956 y 1960, y en la cual establecerá contacto, en la histórica tertulia de la revista Ínsula, con los escritores Leopoldo de Luis, Gabriel Celaya, José Luis Cano, José Hierro o Jorge Campos, entre otros. José María y Pino regresarán a Las Palmas por un corto período de tiempo, y vuelven a Madrid en 1964, donde residirán casi dos décadas, durante las cuales la vida literaria de José María se verá interrumpida por su trabajo; aunque va publicando algunos de sus libros escritos con anterioridad: Aire y humo (1966), Ritmos alucinantes (1974) o Hago mía la luz (1977).


Desde los años ochenta, el matrimonio fija su residencia en Las Palmas, y la entrega de nuestro escritor a la poesía será cada vez más intensa y continuada: Los aromas del humo (1988), En las manos del aire y Los espacios soñados (1989) o Los párpados de la noche (1990). A estos les seguirían: Azotea marina (1995), Paso y seguido y Blanca es la sombra del jazmín (1996), Escrito para dos (1997), Objetos (1998), Sillas y Pájaros sin playa (1999), en los cuales se vislumbra ya un proceso de cambio en su escritura que se completará hacia el año 2000. En ese momento, se define el que será nuevo rumbo para su escritura: el poeta se entrega intensamente a la búsqueda de una expresión más personal y más arriesgada, en un ejercicio de escritura abundante y continuada, al tiempo que muy exigente en el rigor expresivo. José María Millares distribuye esa poesía nueva en sucesivas series, de las cuales ha dado a la imprenta, hasta la actualidad, Cuartos (2006), Celdas (2007) o Esa luz que nos quema (2009). Junto a esa escritura poética debe señalarse la experimentación con escritura y representación visual que José María Millares Sall llevó a cabo con gran dedicación y de la que recogió una muestra en el volumen Paremias y otros poemas (2006). En la actualidad, es de inmediata aparición la antología esencial, Casi cien poemas, traducida al gallego por el profesor Manuel Fernández Rodríguez y publicada por el PEN Club de Galicia.


Como culminación de su trayectoria, en este año 2009, José María Millares Sall recibió, con el Premio Canarias de Literatura, el reconocimiento a su fecunda labor literaria y a su indiscutible calidad humana.    

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Reseña: La aldea de sal

Odiel Información, 23 de agosto de 2009
“Como una fruta entre dos estruendos”. La aldea de sal.
“Una puerta cerrada no es suficiente para que un hombre / esconda su amor. También necesita una puerta abierta / para poder partir y perderse entre la multitud cuando ese amor estalle / como una barril de pólvora en el arsenal alcanzado por el rayo. / No basta un techo para que un hombre se proteja / del calor y de la tempestad. Para huir del relámpago, / cuando la lluvia cae en el silencio del mundo / abierto como una fruta entre dos estruendos, / él necesita un cuerpo tendido sobre la cama, / un cuerpo al alcance de su mano / todavía temerosa de avanzar en la oscuridad. / En la noche que declina, en el día que nace, / el hombre necesita de todo: del amor y del rayo”. Lêdo Ivo (Halagaos, Brasil, 1924) publica en España su poemario La aldea de sal (en traducción e Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre para Calambur) al que pertenecen los versos del inicio. Los editores presentan al autor como poeta, narrador (Premio de novela Graça Aranha), cronista, ensayista (Premio Nacional de Ensayo) y uno de los máximos exponentes de la generación del 45, movimiento clave en la vanguardia literaria en su país. La Academia Brasileña de las Letras le otorga el Premio Mario de Andrade a toda su obra, cuyo primer libro: Las imaginación (1944) ilumina ya un gozoso camino creativo; entre su veintena de títulos citan Ode e elegia, Estaçao central, Finisterra, Curral de peixe o Réquiem.
Claro referente en las letras brasileñas, el poeta encaja su figura en su marco: “Mi patria no es la lengua portuguesa. / Ninguna lengua es una patria. / Mi patria es la tierra tierna y untuosa donde nací / y el viento que sopla en Maceió. / Son los cangrejos que corren en el lodo de los manglares / y el océano cuyas olas continúan mojando mis pies cuando sueño. / Mi patria son los murciélagos colgados de la techumbre de las iglesias carcomidas, / los locos que danzan al atardecer en el hospicio junto al mar, / y el cielo encorvado por las constelaciones. / Mi patria son las bocinas de los navíos / y el faro en lo alto de la colina. / Mi patria es la mano del mendigo en la mañana radiante. / Son los astilleros podridos / y los cementerios marinos donde mis ancestros tuberculosos y palúdicos no paran de toser y temblar en las noches frías / y la fragancia del azúcar en los almacenes portuarios / y las tencas que se debaten en las redes de los pescadores / y las ristras de cebolla enroscadas en la tiniebla / y la lluvia que cae sobre los corrales de peces. / La lengua de que me valgo no es ni nunca ha sido mi patria. / Ninguna lengua engañosa es una patria. / Tan solo sirve para que celebre mi gran y pobre patria muda, / mi patria disentérica y desdentada, sin gramática y sin diccionario, / mi patria sin lengua y sin palabras”. Trazar unas líneas anunciando el nacimiento de un libro ha de ser una transparencia. Los versos son los que han de hablar del autor, no otra voz: “Mi vida es como una ventana abierta sobre Asia. / Profeso lo imaginario y, en ese rito, / renazco para contemplar lo inexistente / que resplandece a la luz de mi trópico de agua / como esas islas ficticias que no se ciñen a las horas triviales de los navegantes, / tierras no nacidas, horizontes pensados. / Los países son hipótesis de secretos / que emergen y se hunden ante el asombro de la Tierra. / Inmóvil o caminando, veo siempre los polos / con sus rápidas lluvias y sus esfinges entre andamios, / y sobre todo, amigos míos, con esa atmósfera de última estación / que intriga a todos los que nacieron en el centro del mundo. / Más allá de mis párpados, donde el pensamiento es de sal / como si lo hubiera ungido una lágrima, / habrá un país claro y perfecto, de tan dulce perfil / como las piedras femeninas de la noche”.
Grande y Mestre cierran: “He aquí al más joven de los ancianos poetas que habitan la aldea de sal. En una aldea de sal caben los sueños pendientes de ser soñados. Cabe la delicadeza y cabe la tempestad. Hay sitio para el reflejo de una moneda perdida y lugar para lo abundante e incierto del océano. No es Ulises, aunque se le parece; no es Noé, aunque recuerda al ebrio patriarca. Está ahí, aturdido por el ruido del universo y el engranaje de las galaxias. Es alto como una pequeña conversación oída por el dios que sostiene los cimientos podridos de las iglesias y los mástiles que todavía no tienen navío. Es Lêdo Ivo”.
Manuel Garrido Palacios