miércoles, 16 de diciembre de 2009

Reseña de Diccionario de dudas, de José María Cumbreño

Por Rubén Castillo Gallego.

Antonio Gala dictaminó, en su pieza «Séneca o El beneficio de la duda», que lo propio del hombre es dudar sin descanso; el poeta sueco Artur Lundkvist versificó en «La imagen desnuda» que la duda es la fe más resistente; y Fernando Savater, en su monografía «Jorge Luis Borges», afirmó que los científicos trabajan para salir de dudas, mientras que los filósofos proceden al revés: piensan y se esfuerzan para entrar en ellas.

El profesor José María Cumbreño, que es poeta de prestigio reconocido y creciente, ha sacado en la importante editorial Calambur un volumen donde, bajo el título de «Diccionario de dudas», inscribe algunas de sus incertidumbres con el auxilio de la palabra. Este vademécum de desorientaciones y brújulas descabaladas sirve al poeta (y también al lector) como un mecanismo tranquilizador («Las listas, los inventarios / y las clasificaciones / en el fondo se usan / para no tener tanto miedo»), como un modo de instalarse en la realidad y de tratar de comprenderla. O, al menos, para mirarla con otros ojos, menos perjudicados por el dolor, el desgarro o la angustia. El primer paso quizá consista en aceptar que puede no haber razones para todo, como intuyó Cervantes en su obra maestra («Demasiadas explicaciones juntas / se parecen mucho a una mentira»); luego, vendrían ciertas certidumbres cronológicas («La felicidad y la consciencia de la felicidad suceden siempre en tiempos distintos»), la poesía («Es transparente el peso del agua»), las definiciones que sirven para el transcurso de la vida cotidiana («Lo que vuelve peligroso al francotirador no es su rifle: es su paciencia»), ciertas paradojas filosóficas («Si se cierra un ojo se ve la mitad del mundo. Si se cierran los dos, se ve el mundo entero») e incluso acertadas dosis de humor (José María Cumbreño define el encabalgamiento como «enfermedad endémica de los poetas, que les lleva a pensar que lo que tienen que decir es tan importante como para tener que seguir diciéndolo en el verso siguiente»). Este volumen, donde pensamiento y música se dan la mano para caminar al unísono, rebosa de aciertos y supone una bocanada de aire fresco en el panorama lírico actual, una demostración palpable y seria de que la poesía sigue abierta a nuevas experimentaciones de contenido y de forma, y que por eso es un organismo vivo, caleidoscópico, fértil y revelador. La editorial Calambur, con el tino de siempre, vuelve a sorprendernos con esta entrega poética, donde muchos tendrán ocasión de descubrir a un escritor valioso, que nos regala páginas de gran inteligencia y de gran belleza. Textos como «Sesión continua», «Antídotos», «Manuel», «Presentimiento» y muchos otros que dejaré que descubra por sí mismo cada usuario del tomo nos proporcionarán motivos suficientes para la reflexión y la admiración. Es lo que ocurre (demás está decirlo) con los buenos poetas. Y José María Cumbreño pertenece a esa nómina.

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