viernes, 18 de diciembre de 2009

Reseña: La casa roja, de Juan Carlos Mestre

Ignacio Sanz

Quién haya escuchado en alguna ocasión las recitaciones de Juan Carlos Mestre, habrá advertido un ligero estremecimiento recorriendo su espina dorsal. Su voz brota de un manantial profundo, como si saliera al aire empujado por un torrente misterioso que nos trastoca y nos emociona.

Así, no resulta extraño que el cantautor Amancio Prada, que ha musicado a tantos excelsos poetas de nuestra tradición lírica, le haya convertido en invitado habitual de sus recitales como un contrapunto a las canciones.

Con todas estas idas y venidas por los escenarios, rodeado de músicos, el propio Mestre ha incorporado a sus lecturas un acordeón quejumbroso, desfallecido por los años, al que llama “la caja triste de hacer música”, con el que se ayuda a marcar ritmos a su voz subyugante.

Pero antes que juglar excelso, antes incluso que grabador refinado, Juan Carlos Mestre es un poeta integral. Es más, tal como él mismo dijo en una ocasión refiriéndose a García Lorca, cabría decir que Juan Carlos Mestre es La Poesía. Una poesía atildada, vestida de blanco, con los calcetines purpúreos de los cardenales romanos.

Nacido en Villafranca del Bierzo, en 1957, su obra, marcada por persistentes ráfagas de surrealismo cabalga a lomos de un caballo de ajedrez cuyos saltos arriesgados crean imágenes deslumbrantes. Posee una habilidad especial para casar árboles y lunas, hogazas y barcos de papel. Como si su voz surgiera desde una azotea abrasada por un sol lujurioso y libérrimo. De modo que, el lector, atrapado el las cabriolas relampagueantes de su verbo, no puede sino caer rendido por el fulgor desquiciante de tanta belleza.

Sus amigos Rafael Pérez Estrada o Vicente Núñez, además de los clásicos se señalan el camino. Rimbaud, Gamoneda, Claudio Rodríguez, Cortázar, Lezama, Huidobro, Ory, Ullán… son algunas de las muchas referencias que salpican estos poemas. Con todo, la variedad de registros es muy dispar. Este lector, más inclinado hacia la poesía narrativa, prefiere aquellos poemas más breves que podrían leerse como relatos cortos. Son bastantes. En algunos se advierten huellas biográficas y el compromiso radical y explícito con los valores éticos y solidarios que vienen caracterizando su obra: «Yo tenía una libélula en el corazón como otros tienen una patria a la que adulan con la semilla de sus ojos».

Algunos poemas despiertan la sonrisa cómplice. En ellos se advierte un giro hacía la ironía, como si Mestre hubiera hecho suya la lección que, como una divisa en la torre, campea en la obra de otro de sus maestros y amigos: Antonio Pereira. Este escritor y paisano suyo, recientemente desaparecido, le admiraba tanto que le decía: “soy tan sólo el Bautista que he venido a anunciarte.”

Definitivamente, J.C. Mestre camina sobre las aguas de la imaginación. Creo que La casa roja es su fruto más maduro y depurado. No se corre ningún riesgo al escribir esta reseña porque el libro ha sido sancionado con el Premio Nacional de Poesía 2009. Es decir, campa por los escaparates confortado por las más altas bendiciones. Los que no puedan oírle de viva voz, leyendo estos versos acaso puedan sentir también más de un latigazo recorriendo su espina dorsal.

http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2009/12/la-casa-roja-juan-carlos-mestre.html

Reseña: "La aldea de sal", de Lêdo Ivo

La poesía como Canto: Lêdo Ivo

Lêdo Ivo, La aldea de sal, Calambur, Trad. Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre, Madrid, 192 pp., 2009

José Manuel Pons, Poesía Digital

En 1923, Díez-Canedo daba cuenta de la publicación de la Antología de poetas líricos brasileños de Francisco Soto y Calvo exponiendo el desconocimiento que, en aquel momento, se tenía en nuestro país de la poesía de Brasil, y señalando la "estrecha relación" existente "entre el desarrollo de esta poesía y el de las repúblicas suramericanas de habla española". Con respecto al primer punto, se puede decir que poco hemos avanzado desde 1923, a pesar de las nuevas tecnologías, y, como entonces, hay que dar la bienvenida a iniciativas como la de esta obra que, no por tratarse del quehacer poético de un solo autor, cobra menos relevancia. Lêdo Ivo es un poeta con mayúsculas incluso para los que padecen de miopía cultural. Por otra parte, si queremos saber si hoy en día la relación entre la poesía de ambos países es estrecha, eso es algo que el lector tendrá que juzgar por sí mismo cuando por fin disponga de manera normalizada en nuestro idioma de la obra lírica brasileña, cosa que ya está sucediendo gracias a la ejemplar tarea de algunas editoriales. Por lo que a Ivo se refiere, descubrimos no pocas semejanzas con la poesía española, pero del mismo modo que se puede emparentar con la poesía francesa o alemana. El poeta universal que este brasileño es, con una alta conciencia del lenguaje, animado por un singular aliento épico y elegíaco, lo sitúan, y la crítica ya lo ha señalado, en la estela de Darío, Huidobro, Neruda, Paz... pero también en la de Withman, Pessoa, Perse, Rimbaud, Rilke, T. S. Eliot...

Díez-Canedo, en la misma reseña, también advertía de los problemas que puede acarrear traducir versos del portugués, a causa del parentesco de los idiomas, a la vez que dejaba constancia de sus dudas acerca de la pertinencia de traducir lo que está escrito en la lengua lusa. Señalaba, además, la conveniencia y necesidad de un estudio aclaratorio que sirviera de orientación al neonato lector de poesía brasileña. Guadalupe Grande y Juan Carlos Mestre nos regalan un texto introductorio de bella factura, en el que transmiten fidedignamente el tono y el aliento poético de Lêdo Ivo así como el mundo que su obra revela. Ahora bien, nada dicen de cuál ha sido el criterio seguido en la selección de los textos que arman esta antología, ni del porqué de prescindir de los poemas rimados que caracterizan a Ivo por su perfección formal. También hubiera sido de agradecer que dieran razón de su proceder traductológico -descubrimos alguna que otra errata en el texto original ("Valsa fúnebre de Hermengarda") que contamina la traducción-, y que proporcionaran los datos de la bibliografía poética de forma completa, no limitándose solamente a los títulos. Finalmente, echamos en falta una mayor presencia de poemas de su última obra Requiem, premiada por Casa de las Américas, traducida en Italia y en México, y si hacemos caso a la crítica, muestra del nuevo rumbo que la obra de Ivo ha tomado.

Aldea de sal es la primera traducción a nuestro idioma publicada en nuestro país de los poemas largos de Lêdo Ivo. Recordemos que en 1989 Armando Palacios publicaba una selección de poemas breves bajo el nombre de La moneda perdida. Allí, en una escueta nota introductoria, explicaba que, por "escasez de espacio" se veía obligado a prescindir de los poemas de "aliento largo". Después, o de forma paralela, el lector interesado en la obra del poeta brasileño, ha podido satisfacer su sed poética en alguna de las antologías publicadas —las menos—, en revistas y en internet. En este sentido hay que destacar la labor encomiable tanto de Ángel Crespo como de Marta Spagnuolo por recuperar para el habla hispana los versos de este autor.

Un estudio coherente de la obra de Lêdo Ivo debería aclararnos qué tiene en común y qué de divergente con la llamada Generación del 45, a la que se le ha querido adscribir y de la que él reniega; qué debe a la tradición poética brasileña y portuguesa (Gaston Figueira lo hermanaba temperamentalmente con Carlos Drummond de Andrade, ya en 1968, a raíz de su común melancólica ironía), y qué debe a la tradición poética europea después de la revalorización que llevan a cabo, tanto él como sus compañeros de generación, de la poesía de Rilke, Lorca, Eliot, Valéry y Pessoa; para, finalmente, ver qué relación mantiene su obra poética con la ensayística o la novelística. Lamentablemente, una muestra antológica de una obra tan extensa como es la de Lêdo Ivo no nos permite aventurar ningún juicio más allá de lo intuitivo, señalar la relevancia de algunos poemas sueltos, o manifestar el deseo de que alguna editorial emprenda la tarea de publicar su obra.

Se ha dicho que, a partir de este proceso de revalorización que se da en las letras brasileñas, la poesía vuelve a ser canto. Canto sí, si no tenemos en cuenta la genial obra de Haroldo de Campos y de sus compañeros en el "concretismo"; canto sí, pero teñido de ironía. Descubrimos en Lêdo Ivo un claro heredero del Romanticismo alemán y, consecuentemente, de sus epígonos simbolistas y modernistas. Imaginación, ironía, humorismo y melancolía se dan de la mano en sus versos junto a la categoría de lo sublime, categoría por otra parte de gran relevancia para la vanguardia de ámbito hispano. Ivo concibe al poeta como una suerte de enviado, de sacerdote capaz de ver el mundo que está oculto para los sentidos, que revela el carácter fragmentario de la existencia y que pone en jaque cualquier clase de sistematización, de verdad absoluta. Por sus versos, cargados de un gran humanismo, vemos evidenciada esta autoconciencia salvífica que le lleva a llorar por las víctimas del capitalismo, del supuesto progreso y del lenguaje desgastado, al que ni siquiera él, abanderado del decir cotidiano —"vicino alla poesia orale e omerica" afirmará Alessio Brandolini—, no siempre consigue escapar, tal vez porque la maresia, como intuye acertadamente Marta Spagnuolo, sí ha penetrado su poesía toda. Es cierto que el barroquismo a veces hace resentir su obra, pero es su profundidad de visión, la esperanza que transmite, la que nos hace pasarlo por alto. Como dice en uno de sus poemas al final "el amor se abrirá como se abren las conchas / entre las algas de la bajamar."

http://www.poesiadigital.es/index.php?cmd=critica&id=213

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Reseña de Diccionario de dudas, de José María Cumbreño

Por Rubén Castillo Gallego.

Antonio Gala dictaminó, en su pieza «Séneca o El beneficio de la duda», que lo propio del hombre es dudar sin descanso; el poeta sueco Artur Lundkvist versificó en «La imagen desnuda» que la duda es la fe más resistente; y Fernando Savater, en su monografía «Jorge Luis Borges», afirmó que los científicos trabajan para salir de dudas, mientras que los filósofos proceden al revés: piensan y se esfuerzan para entrar en ellas.

El profesor José María Cumbreño, que es poeta de prestigio reconocido y creciente, ha sacado en la importante editorial Calambur un volumen donde, bajo el título de «Diccionario de dudas», inscribe algunas de sus incertidumbres con el auxilio de la palabra. Este vademécum de desorientaciones y brújulas descabaladas sirve al poeta (y también al lector) como un mecanismo tranquilizador («Las listas, los inventarios / y las clasificaciones / en el fondo se usan / para no tener tanto miedo»), como un modo de instalarse en la realidad y de tratar de comprenderla. O, al menos, para mirarla con otros ojos, menos perjudicados por el dolor, el desgarro o la angustia. El primer paso quizá consista en aceptar que puede no haber razones para todo, como intuyó Cervantes en su obra maestra («Demasiadas explicaciones juntas / se parecen mucho a una mentira»); luego, vendrían ciertas certidumbres cronológicas («La felicidad y la consciencia de la felicidad suceden siempre en tiempos distintos»), la poesía («Es transparente el peso del agua»), las definiciones que sirven para el transcurso de la vida cotidiana («Lo que vuelve peligroso al francotirador no es su rifle: es su paciencia»), ciertas paradojas filosóficas («Si se cierra un ojo se ve la mitad del mundo. Si se cierran los dos, se ve el mundo entero») e incluso acertadas dosis de humor (José María Cumbreño define el encabalgamiento como «enfermedad endémica de los poetas, que les lleva a pensar que lo que tienen que decir es tan importante como para tener que seguir diciéndolo en el verso siguiente»). Este volumen, donde pensamiento y música se dan la mano para caminar al unísono, rebosa de aciertos y supone una bocanada de aire fresco en el panorama lírico actual, una demostración palpable y seria de que la poesía sigue abierta a nuevas experimentaciones de contenido y de forma, y que por eso es un organismo vivo, caleidoscópico, fértil y revelador. La editorial Calambur, con el tino de siempre, vuelve a sorprendernos con esta entrega poética, donde muchos tendrán ocasión de descubrir a un escritor valioso, que nos regala páginas de gran inteligencia y de gran belleza. Textos como «Sesión continua», «Antídotos», «Manuel», «Presentimiento» y muchos otros que dejaré que descubra por sí mismo cada usuario del tomo nos proporcionarán motivos suficientes para la reflexión y la admiración. Es lo que ocurre (demás está decirlo) con los buenos poetas. Y José María Cumbreño pertenece a esa nómina.

http://www.educarm.es/admin/aplicacionForm.php?aplicacion=ETAPA_SECUNDARIA&mode=ampliacionContenido&sec=355&ar=109&dept=1&cont=15418&zona=PROFESORES&menuSeleccionado=290

martes, 15 de diciembre de 2009

Se inaugura Enclave Editores - BNE, con la participación de Calambur

Desde el día 15 de diciembre, está  disponible en la Biblioteca Digital Hispánica la primera colección de obras digitales sujetas a derechos de autor. 

Ver colección de obras aquí. (http://bdh.bne.es)

ENCLAVE Editores-BNE es un proyecto de investigación e innovación que está promovido conjuntamente por la Biblioteca Nacional de España y la Federación de Gremios de Editores de España. La creación de este centro del conocimiento ha recibido una subvención del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio en el marco del Plan Avanza.

ENCLAVE Editores-BNE tiene como objetivo definir y desarrollar modelos de integración de contenidos sujetos a derechos de autor en bibliotecas digitales. Se constituye como un centro de referencia para las bibliotecas que deseen ofrecer servicios de este tipo.

En la primera etapa del proyecto, se han sumado 90 editoriales, que integrarán 1.300 libros. Además, se cuenta con la colaboración de algunas de las empresas de distribución electrónica más representativas del sector, así como con la asesoría técnica de los proyectos europeos más destacados en esta materia.

ENCLAVE Editores-BNE permite las búsquedas habituales en entornos bibliotecarios basadas en los campos de título, autor, materias, fecha, etc. además de las búsquedas mediante términos que figuran en el texto de la obra. En los resultados ofrecidos, el usuario dispone de una ficha con los datos bibliográficos completos así como la imagen de la cubierta, un resumen, el sumario y un fragmento.

Asimismo, desde la ficha de una obra sujeta a derechos, el usuario podrá acceder a un entorno gestionado exclusivamente por la editorial (o por la entidad especializada en quien ésta delegue), donde se podrá hojear y comprar la obra de acuerdo a las condiciones comerciales establecidas por cada editorial. En todo caso, las editoriales que se sumen al proyecto serán las únicas responsables de la gestión comercial de las obras integradas en ENCLAVE Editores-BNE.

En la implantación técnica del proyecto, DILVE (www.dilve.es) actúa como suministrador centralizado de los datos bibliográficos, así como de los contenidos ricos de las obras (imagen de cubierta, resumen, sumario, fragmento). Emplear DILVE como plataforma intermediaria simplifica las tareas de gestión de la información tanto al editor como a los servicios técnicos de la BNE.

ENCLAVE Editores-BNE forma parte de la apuesta de la Biblioteca Nacional por la tecnología como instrumento para facilitar el acceso de los ciudadanos a la información, a la cultura, a la educación. Pero, además, impulsará la creatividad y la innovación de todos los agentes implicados en la cadena de valor del libro en relación con la sociedad de la información.

Más información en:

www.dilve.es/enclave

www.bne.es/es/enclave 


Dirección de Proyecto

Federación de Gremios de Editores de España

Biblioteca Nacional de España 

Secretaría Técnica

Neturity, S.L. 

Asesoría

Jurídica: Alberto Bercovitz (Alberto Bercovitz Abogados)

Técnica: Denis Zwirn (Numilog) 

Editoriales participantes en la Fase 1

Alberdania

Alcalá Grupo Editorial

Angle Editorial

Arco/Libros

Biblioteca de Autores Cristianos

Brau Edicions

Calambur

CINTER Divulgación Técnica

Columna Edicions

Desclèe de Brouwer

Dykinson

Ecobook – Editorial del Economista

Edebé. Ediciones Don Bosco

Edelvives

Ediciones de la Torre

Ediciones del Laberinto

Ediciones del Serbal

Ediciones Destino (pub. en catalán)

Ediciones JC

Ediciones Morata

Ediciones Nowtilus

Ediciones Palabra

Ediciones Península

Ediciones Polifemo

Ediciones Rialp

Ediciones y Publicaciones Edimáter

Ediciones y Publicaciones El Nadir Tres

Edicions 62

Edicions Bromera

Edicions del Bullent

Edicions Proa

Editorial Biblioteca Nueva

Editorial Casals

Editorial CCS

Editorial EDAF

Editorial Empúries

Editorial Galaxia

Editorial INDE

Editorial Milenio

Editorial Nerea

Editorial Octaedro

Editorial Planeta (pub. en catalán)

Editorial Reverté

Editorial Séneca

Editorial Síntesis

Editorial Trotta

Editorial Universitaria Ramón Areces

El Aleph Editores

Elkarlanean

enClave-ELE

Entrelíneas Editores

Equipo Sirius (Sirius)

Equipo Sirius (Transversal)

Formación Alcalá

Fragmenta Editorial

Grupo Cero

Grupo SM (Ediciones PPC)

Grupo SM (Ediciones SM)

Huerga y Fierro Editores

ICG Marge

Imatge  9 - Cossetània Edicions

Katz Editores

La Muralla

LID Editorial Empresarial

Marcial Pons, Ediciones Jurídicas y Sociales

Miraguano Ediciones

Narcea, S.A de ediciones

Pagès Editors

Páginas de Espuma

Publicaciones Universidad de Alicante

Random House Mondadori (Caballo de Troya)

Random House Mondadori (Debate)

Random House Mondadori (Debolsillo)

Random House Mondadori (Grijalbo)

Random House Mondadori (Mondadori)

Random House Mondadori (Montena)

Random House Mondadori (Plaza & Janés)

Sepha

Siglo XXI Editores de España

Sílex ediciones

Sua Edizioak

Talasa Ediciones

Tàndem edicions

Ttarttalo

Txertoa

Universidad de Deusto

UNED

Verbo Divino

Zenobita edicions

Zumaque Editorial

jueves, 10 de diciembre de 2009

Reseña de Historias de la fatal ocasión, de Carmen Busmayor


Revista Leer, diciembre de 2009

Reseña de El río de los amigos

Revista Leer, diciembre de 2009

Comentario a Me Acuerdo, de Elías Moro

Por Antón Castro

Elías Moro estuvo en Zaragoza y yo no lo pude ver ni conocer. Me dio mucha pena. Acabo de recibir, dedicado, su libro: Me acuerdo, que es un homenaje a Georges Perec y un viaje, más o menos aleatorio por su propia vida: Elías, madrileño afincado en Mérida, habla de lo que recuerda, habla de los recuerdos inventados, y poco a poco, relato a relato, recuerdo a recuerdo, aforismo a aforismo, completa un libro estupendo, en el que puedes entrar y salir y volver a entrar a tu antojo. Siempre hay algo que es también tu autorretrato, las maletas de tu memoria. Lo leí entre anoche y esta mañana en la cama, mientras caía la lluvia –no caía: sollozaba- y me lo he pasado muy bien.

Me encantó esta pieza maravillosa:

ME ACUERDO de un día de Reyes en me regalaron un caballo de cartón, un caballo similar a los que usaban entonces los fotógrafos por la calle. Monté en él y desaparecí. Me encontró mi madre tres horas más tarde con el festín a punto de acabar; faltaba medio caballo y en ese preciso momento me estaba comiendo una oreja, tan ricamente.

Y esta:

ME ACUERDO de Gaspar, un zapatero cojo y remendón que tenía dos hijas preciosas. Era paisano de mi madre y yo aprovechaba el medio parentesco para acercarme todo lo que podía a aquellas dos beldades.

Y esta:

ME ACUERDO de un álamo temblón en la vega de un arroyo en cuya corteza grabé tu nombre.

Y esta, que me impresiona (siempre he estado un poco enamorado de Lee Remick):

ME ACUERDO de Lee Remick diciéndole a Jack Lemmon en ‘Days of wine and roses’: “Un día soñé que me mataron. Fue allí, junto al embarcadero. Mi padre vino a recoger mi cuerpo en su vieja furgoneta de reparto”.

Me acuerdo (Calambur, 2009) de Elías Moro es una invitación constante a recordar, a soñar y a escribir. Es un libro realmente delicioso. (En la foto, Lee Remick en Anatomía de un asesinato, 1951. Moderna, misteriosa y guapa, casi una 'femme fatale'.)

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Reseña: La casa roja, de Juan Carlos Mestre

Proclama del vértigo: La casa roja

Miguel Ángel Muñoz Sanjuán

ÍNSULA, n.º 756, diciembre 2009. Páginas 31,32 y 33.

Cuando en mayo de 2008 vio la luz La casa roja, hasta entonces el último de los poemarios de Juan Carlos Mestre, de nuevo se cumplió la ley que rige todos sus libros, la originalidad, tanto respecto de su propia obra como de la de sus coetáneos. Este riesgo, tan buscado como asumido, ha hecho posible que La casa roja no sea solamente lo que es, un gran libro, sino que también sea el libro gracias al cuál le ha sido concedido a Juan Carlos Mestre el Premio Nacional de Poesía 2009.

Para entender la dimensión real de lo que representa La casa roja en la trayectoria poética de Juan Carlos Mestre y en la poesía moderna española, no basta con analizarla o degustarla por separado, exenta de otras circunstancias que suponen claves indispensables para una interpretación más exacta y completa. Quizá, la primera y principal circunstancia que se ha de tener en cuenta es que La casa roja es el libro inmediatamente posterior a La tumba de Keats, obra que Mestre escribió durante su estancia como becario de la Academia de España en Roma y con la que obtuvo el Premio Jaén de Poesía en 1999. Dicho así, no significaría nada extraordinario la aparición de La casa roja, salvo que se suscribiese la opinión más generalizada entre sus lectores, y un amplio coro de críticos y poetas, que consideran La tumba de Keats su obra cimera y una de las obras fundamentales de la poesía española de las últimas décadas del siglo XX.

Este privilegio se sustentaba en que con este extenso libro de estilo monologante, Mestre, sirviéndose de un ritmo vertiginoso y unitario carácter versicular, había superado en mucho su ya conocida exuberancia lingüística con una riqueza verbal y metafórica deslumbrante, creando una obra fuera de lo común en poesía. Por todo ello, es fácil imaginar que para el propio Mestre su anterior libro supusiera un primer reto estilístico que había que superar durante la gestación de su nueva obra. Y Mestre una vez más lo consigue, nos ofrece con La casa roja una apasionante lección de cómo —para un poeta— el verdadero logro que supone poseer su rica concepción lingüística es saber en qué y cómo utilizar esos recursos para renovar y enriquecer su propia trayectoria.

En La casa roja, Mestre ha dejado remarcada la huella de aquel que con su pisada da un paso de conciencia universal, haciendo de su zancada un ejercicio que se desapega de la «huella» de la identidad personal para constituirse en testigo de la identificación con los otros. Y ello lo lleva a cabo a través de esa simbiosis particular que ejercen en él una estética reconocedora de las vanguardias históricas y un espíritu rebelde, cuyas revelaciones lo hermanan con el romanticismo más tardío y el simbolismo.

La casa roja nos ofrece una reformulación del culturalismo mestriano, con esas reflexiones y evocaciones que tanto amplían el contexto de lo que nos transmite pero con la poderosísima plasmación de una actitud de resistencia intelectual frente a la hostilidad que representan los mercados culturales al uso y que Mestre lo ejercita desde una visión de esperanza colectiva, donde la libertad es el motor del alma y la inteligencia crítica, una actitud reflexiva de la acción poética ante los múltiples poderes nocivos de presión social que acechan al hombre moderno; porque lo que ante todo busca la poesía de Mestre es la sensibilidad de un lector con clara conciencia de lo que supone para la inteligencia humana el ser consciente de sí misma a través del análisis crítico de sus propias emociones. En Mestre, razón y emoción se reclaman por igual, porque la experiencia poética para él es un acto de voluntad libre por y para llegar al conocimiento con el que poder nombrar —contraviniendo al propio Wittgenstein— incluso aquello que no conocemos o aquello para lo que no tenemos palabras. Por ello, para Mestre el poeta siempre tiene que ser un disidente, porque el discurso del poder no puede correr paralelo al discurso intelectual. Y esa disidencia se articula en La casa roja desde dos ejes: uno, empapando sus textos de una actitud irónica y sarcástica, con una carga de aparente abandono o transmutación del dolor por la herida que, abierta, ironiza sobre la necesidad de su propio dolor, lo que a su vez le permite ampliar su sentido crítico hasta los aspectos más nimios de la vida cotidiana; el otro eje se centra en la facultad de proyectar una portentosa agilidad rítmica en la narración poética de su poesía en prosa, que, aunque ya nos era conocida, en nada lo es comparable con la precisión de la palabra poética que se proyecta en este libro. Como el propio Mestre acostumbra a decir: «La poesía no tiene gramática, sino conciencia de fracaso y una rotunda voluntad de resistencia», en La casa roja esta indagación le ha llevado a crear desde esa conciencia de la propia voluntad de resistencia un libro totalmente independiente de ese hipotético y peligroso campo magnético de atracción que podría haber representado La tumba de Keats.

Para alguien que dice «vivir en la poesía» como si se tratase de una «casa sin puertas de la que todos somos huéspedes momentáneos», La casa roja es un auténtico crisol de experiencias, un vecindario que confirma muchas de las constantes características mestrianas, entre las que cabe destacar la sobrecogedora utilización del lenguaje, que al reformularlo logra modular una riquísima variedad de tonos y estilos que le permiten verbalizar la realidad que nos circunda pero desde una paradójica ausencia de esa misma realidad.

La casa roja es un libro recorrido por un gran sentido crítico de la sociedad, donde una amplia galería de voces se dirigen a nosotros desde un ensoñado lugar para mostrarnos la realidad desde la misma realidad que su propia entidad logra transmitirnos. Poemas como "Asamblea", donde se exclama: «Queridos compañeros carpinteros y ebanistas, / les traigo el saludo solidario de los metafísicos», o en "Alocución en la academia de los botones chapados", que comienza diciendo «Sastres y compatriotas: Ya lo dijo el marxismo: lo más parecido a lo igual es casi siempre lo mismo», o en "Pequeña conferencia", donde el conferenciante proclama «Señoras y señores: cuando yo comencé a escribir ustedes no habían nacido. / El tema es más complicado de lo que a simple vista parece», o en "Póliza" donde se reivindica «Señor Fiscal del Distrito: No trate de persuadirnos. Detrás de esta puerta los inquilinos nos hicimos fuertes en la refriega contra la subida de tasas», y en otros muchos casos, todos ellos ejemplos de un discurso irónico a través del cual Mestre sentencia su crítico enfrentamiento a todas las oficialidades, bien sean sociales, políticas o culturales.

Al igual que en el resto de su obra, con La casa roja Mestre da cuenta de sus afinidades con otras obras y escritores por medio de citas o dedicatorias. Recorriendo sus poemas se puede elaborar una amplia lista de guiños, tan públicos como secretos, a esos otros compañeros del proyecto vitalista que para Mestre encarna la poesía, nombres con los que el poeta nos confiesa sus predilecciones. Así, desde la primera página, que se abre con una cita de Walt Whitman, se despliega una extensa nómina que se inicia con unos versos de José-Miguel Ullán en el primer poema, hasta llegar a René Crevel y Pierre Reverdy, los últimos nombrados antes de dar por concluido el libro. Citas y citados que no son mera decoración, sino todo lo contrario, pues Mestre los integra en el texto haciéndolos verdaderos protagonistas de lo ahí dicho. Esta disposición al conocimiento de lo que representan «los otros» es lo que Mestre transmite a través de un vitalista personaje poemático que nos narrará maravillosos poemas como los titulados "Historia secreta de la poesía", en el que se nos acerca al poeta turco Ilhan Berk y donde nos dice «Al octavo día los poetas despreciaron la serpiente, Ilhan Berk añadió entonces una torre al Mar de Galilea, el ciervo fue al mercado, la luz afiló su noticia en las columnas», o en ese otro, "El mensajero de los astros", donde oiremos estas últimas palabras a manera de exclamativa confesión «Y sin embargo yo, Galileo Galilei, músico por vocación, he oído las moscas de la eternidad alrededor de cuanto aún es posible contar con los dedos», o ese otro poema titulado "A la memoria de Joseph", donde nos dice, con cierto grado de socarrona y corrosiva confidencialidad, «Tomé café con Brodsky en un bar del Gianicolo / Yo no sabía inglés, él no hablaba la lengua de Cervantes / Mecachis en la mar apenas nos pudimos entender».

Como se podrá observar, en la poesía de Mestre, si algo está excluido es la falta de imaginación, pero ello no debe de entenderse como ese sentido inútil que algunas veces se empareja con la fantasía como ejercicio de desprecio contra la realidad, sino todo lo contrario, como la aceptación del concepto entendida como ese grado superior de la imaginación en cuanto atiende a la capacidad que se tiene de inventar o reproducir algo. Por ello, a lo largo de todo el libro se deja constancia de una abrumadora capacidad de inventiva para extraer el jugo poético de los más dispares contextos sirviéndose a su vez de una amplia gama de estilos discursivos, lo que origina propuestas que se sirven tanto del modelo de las tradicionales cancioncillas infantiles, como en "Canción del after-shave", para evocar ese canturreo matutino mientras alguien se afeita y tararea «las te de mi vecí son tan boní como la primavé», hasta el entrañable "Ta Tung", nota en la que a partir de un romántico flechazo, ahora tornado en ruptura, muestran a un desengañado amante diciendo «El día que me enamoré de ti comenzaba el año del gato / Y las nubes maullaban sobre los tejados / Celebrando la lluvia de estrellas y la cosecha de arroz», pasando por ese otro poema titulado "Calendario de Sísifo", en el que sirviéndose de unas anotaciones con espíritu taquigráfico, ironiza sobre el modelo de pareja tradicional ofreciendo variantes sobre cómo se puede llegar a entender, o esos otros textos, todos ellos desafiantes para el más clásico lector de poesía, y únicamente deseosos de empatizar con ese otro inteligente y versátil lector de poesía a través de títulos como "Retrato del listo", sobre el que no desvelaré nada, "Cibercafé", que nos cuenta la satisfacción de observar un encuentro de amor, "Informe sobre el orden público", donde se nos informa de todo aquello que acontece cada cuarto de hora, y como botón de muestra lo que sigue: «Cada cuarto de hora una metáfora cae en el cubo Cada cuarto de hora bosteza el sistema decimal [...] Cada cuarto de hora el infinito se cambia la raya del pelo», o "Telegrama a la engañifa", desternillante telegrama en el que alguien se enfrenta a la dura decisión de aceptar y confirmar la concesión de un premio.

Como es sobradamente sabido, el poema en prosa es una de las grandes aportaciones que nos dio el siglo XIX de la mano de Aloysius Bertrand con su Gaspard de la nuit, y que posteriormente fijaron y desarrollaron tanto Charles Baudelaire con su Spleen de París, como Arthur Rimbaud con sus Iluminaciones y Una temporada en el Infierno. Y en relación con esta órbita estética y de pensamiento, algo que —en el caso concreto de La casa roja— adquiere una significación especial, porque, aunque con el espíritu de Rimbaud, Mestre ha conseguido con La casa roja lo que Baudelaire realizó respecto de la obra de Aloysius Bertrand, y esto es un desarrollo y una nueva interpretación de lo que damos en llamar desde entonces poesía en prosa. Así pues, no es de extrañar que, a diferencia de sus anteriores libros, en La casa roja se desarrolle una mirada poética que lo empareja, tanto estilística como emocionalmente, con estos autores, todos ellos espíritus controvertidos en su tiempo pero constructores y trazadores de nuevos caminos para la poesía, y esto es algo sustancial, porque la poesía de Juan Carlos Mestre es una obra proyectada al y en el futuro, pues su experiencia poética es su única realidad, y como tal nos lleva sin ocultaciones a mostrarnos sus pálpitos aunque sin ánimo de mímesis. Así, es en La casa roja donde Rimbaud gravita de manera más explícita y profunda, desde sus Iluminaciones —libro cuyo título alude a la técnica de dar color a los grabados impresos y que de seguro en mucho empatizará con Mestre, como artista gráfico que es—, pasando por "Eclipse con Rimbaud" o "Veinte euros de calabaza"; pero ello no debe en absoluto desviar la atención de los anteriormente citados, sobre todo Baudelaire.

El diálogo que mantiene en gran medida La casa roja comunica directamente con el espíritu que iniciase Aloysius Bertrand y que Charles Baudelaire supo reconocer inmediatamente, como él mismo hizo saber a su editor diciéndole «¿Quién de nosotros no soñó, en sus días de ambición, con el milagro de una prosa poética, musical sin ritmo ni rima, lo bastante flexible y lo bastante dura como para adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones del ensueño, a los sobresaltos de la conciencia?»1.

Mestre parece emerger en La casa roja, salvando las diferencias naturales, con la necesidad de aclamar las conciencias de la sociedad y proclamar sus emociones con la libertad que supone buscar qué es la poesía y no tener ningún límite que lo determine, solamente condicionado por otra realidad que él mismo así define: «Yo no escribo lo que quiero, sino lo que puedo, aquello que a pesar de lo previsto me conduce a lo irremediable. De qué pretensión, desde qué sabiduría o ignorancia, de cuál saber procede entonces la necesidad estética del poeta. Cada cual de la suya, única en la república de su intransferible conciencia, cada uno de su extrema soledad, sólo en su vínculo con la pluralidad compleja, la tribu de ciudadanos libres dispuestos a ejercer el derecho a estar en desacuerdo entre sí. Más aún, de aquellos que conscientemente han renunciado a ejercer todo derecho que implique alguna forma de autoridad artística sobre los demás»2.

La poesía encierra sobre sí misma, y a su vez proyecta al exterior, ese secreto germen ancestral que la identifica y la hace representativa de una suerte de diálogo que se prolonga a lo largo de los tiempos, incluso entre quienes no llegaron a conocerse, manteniendo su carga significativa y significante totalmente activa. Esta capacidad de dialogación junto a los interrogantes que planteaba —y continúa planteando— la función del poeta en la moderna sociedad occidental es lo que llevó al filósofo Hans-Georg Gadamer a preguntarse si la figura del poeta aún hoy tenía un cometido que cumplir en nuestra civilización, o si por el contrario lo que estábamos haciendo, nosotros y nuestras sociedades, era evadirnos al continuar considerando al arte en general, y a la poesía en particular, como una «parte integral del ser humano».

Cuando uno se enfrenta a estas jugosas cuestiones, tener la oportunidad de referirse a La casa roja, último poemario de Juan Carlos Mestre editado por Calambur, es toda una revelación y la posibilidad de culminar las reflexiones de Gadamer con la experiencia que proporciona este magnífico libro, ejemplo de cómo la voz de la poesía habita donde aprende a hablar el corazón de los hombres.

1 Charles Baudelaire, El spleen de París. Edición de Manuel Neila. Ediciones Espuela de Plata. Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, 2009.
2 R. Casado, José Mª: Fundación Caja de Granada (10 de diciembre de 1999).

lunes, 7 de diciembre de 2009

Presentación: Javier Lostalé sobre "Las rosas de la carne", de Manuel Francisco Reina

La lectura de Las rosas de la carne nos deja tres huellas que continúan actuando dentro de nosotros una vez cerrado el libro: una huella sensitiva en su doble significado de lo táctil (léase piel, prolongada en atmósfera) y lo emocional; otra reflexiva, que nos induce a interrogarnos sobre el misterio de la existencia, donde cobran cuerpo, todo lo tiene en la poesía de Manuel Francisco Reina, el deseo, el goce, la memoria, el olvido, la pérdida, la búsqueda del amor, tan emparentado con la muerte, la eternidad de algunos instantes, la renuncia, la belleza no sólo relámpago, sino tensión anímica, estado de conciencia, y el engaño, tan presente en este libro, fecundador de la duda y la incertidumbre, noche y herida del corazón. Y una tercera huella, además de la sensitiva y la reflexiva, la del lenguaje, fundado en la mejor tradición literaria: que posee el diamante y la tormenta del barroco; la serenidad ,arquitectura y armonía de lo clásico y la cosmovisión aleixandrina. Un lenguaje en el que la rosa es un símbolo tan encarnado en el ser que se transubstancia en éste, de modo que lo humano transpira en ella y, a la vez, su fulgor, su fragilidad , su núbil perfección y su capacidad para hacer visible lo invisible se convierten en atributos del ser. Rosa terrenal por la que respira lo absoluto. Tres huellas nos deja la lectura de Las rosas de la carne que se compendian en una palabra: celebración. Celebración de la carne, que lo es también del espíritu, pues sólo se puede llegar al alma a través del cuerpo. Celebración de la plenitud (que entraña en la misma taquicardia dolor, alegría, encuentro y separación) y de la maravilla. Celebración nada solipsista, nacida de un impulso genesíaco hacia el otro, de un acoplamiento al latido total de la vida.

El libro está encabezado por un poema en el que existe esa “Celebración de la carne”, y dividido en tres partes que mantienen una unidad de sentido en las que, progresivamente, la rosa , desde su esencia y propiedades, va viviseccionando el comportamiento humano, integrándolo mediante natural correlato en un ámbito superior donde sentimientos, ideas y deseos arden desnudos, y desvaneciendo su figura con tantas radiaciones en el rostro de la vida para así iluminarla mejor. El título de cada una de las secciones se corresponde con lo expresado: “Naturaleza de la rosa”, “Las rosas de la carne (No os engañen las rosas)” y “Exhumaciones”. Doce poemas integran la primera sección, “La naturaleza de la rosa”, en donde ésta brilla exenta, dispuesta a sucesivas encarnaciones, de ahí su equívoca natura: Equívoca natura de las rosas —escribe Manuel Francisco Reina—que ajenas nos confunden los sentidos:/ no son más pétalos que piel o carne;/ no son menos labios que tallo o polen;/ Por eso nos embriagan sin saberlo,/ con punzada carnal de aguda espina,/ que nos lleva a poseerlas sin remedio/ con ese fiero afán de un cuerpo por otro cuerpo. El deseo sustenta sus raíces, /y es la voz del instinto quien nos llama. /Esa es la razón que desenfrena/ el impulso a tomarla en nuestras manos/ y aplastarlas con ansia enfebrecida,/ gozarlas con final de ardor doncello/ y pulsión de locura muy confusa. Rosa exenta concebida por el doble soplo de lo eterno mortal, mitad —dice el poeta— de barro ensangrentado/ mitad de etérea lágrima divina. Rosa que no necesita nombre, pues en su bautismo se marchita, como el primer beso: Los besos temerosos y primeros/ que un día se marchitan y se espinan,/ y escapan para siempre y luego nunca/ recuerdas al besar la nueva herida. Rosa sin nombre, que es ya beso, rosa-peligro al transformarse en boca: El peligro de las rosas es que nunca sabes/si eres tú quien besas su boca/ o su boca a ti te besa Versos que encuentran su verdadero significado según avanzamos en el poema: Cuidado con los incautos/ que se pierden entre rosas./ Nunca sabrán si es que besan/ o son besados (ya olvidamos la rosa) Rosa creadora de conciencia del final desde su propio destino: Vas buscando tu final, rosa, y no lo sabes,/ cada vez que te abres al abismo/ de una hora más de desmesura/ que es florecer sin más contra tu tiempo./ Inconsciente despliegas a la muerte tus pétalos/como una copa de aroma a la podredumbre. Rosa, alma exhalada de una mujer, la madre de Manuel Francisco Reina, que el lector siente como un pulso en uno de los poemas más emocionantes y bellos del libro.

En la segunda parte del poemario, la más extensa, formada por veinte poemas y titulada, como dijimos, “Las rosas de la carne (No os engañen las rosas)”, todo sucede en el cuerpo, donde se libran todas las batallas y se escucha el misterio de la creación, revelado a través de imágenes con la visualidad y la esencialidad de lo mitológico; donde el deseo en suma libertad y sin culpa nunca la calma encuentra en su búsqueda y conquista de un ser. Su trastorno, no transitorio, tiene en la boca su paraíso y abismo, el tacto floreciente anunciado por la mirada; todo sucede en el cuerpo en el que ,no separado del deseo, amanece sin tiempo el amor, con sus espinas de engaño, sus tempestades, que nos destruye o resucita, que dorado también germina en la renuncia, y nos inviste de un poder divino. Amor o muerte, pues la muerte encuentra en él su último sentido. Metafísica del cuerpo, indagación en las verdades últimas son estos poemas de Manuel Francisco Reina. Y ello sin que dejen de abrirse los labios de la piel, ni cese el cuerpo de trasminar. Trasminación o alma, por eso el tacto es purificación. Escribe el poeta: Porque tengo en mis dedos aroma de tu sexo,/ y por mi piel las marcas de quien ha sido ungido/por la boca erudita y las manos muy santas/ de quien se entrega al deseo sin mancha y sin culpa./ Por eso me siento pleno y bendito;/ cumplido en la tierra como la rosa/ que otorga sus pétalos y su vida,/ y con su entrega consigue ser purificado,/dándole sentido hasta a su muerte.

Finalmente, en la tercera parte de Las rosas de la carne, “Exhumaciones”, la memoria y la pérdida, fiel a su título, son el tejido principal de los catorce poemas que la forman. Los ojos del poeta miran lo vivido y se desvelan con sombras reconocibles, con tantos seres amados, con tantos silencios poblados que perdieron su respiración. Manuel Francisco Reina “sin anestesia ,con idéntico frío del forense, pasa el metálico escalpelo por la memoria”, como dice en uno de sus poemas, y traza una biografía incompleta (por lo que no pudo quedar para siempre escrito) caracterizada por el diálogo con el amante a través de unos sonetos con la luz interior del Renacimiento (Tendrás que hacer verdad presunto cielo/ y hacer de tus mentiras las más bellas/ razones de decir que amor nos cura, atravesada por las brasas del olvido y por la conciencia asimismo de que la muerte no podrá con el amor ni con la belleza. Más allá de la muerte lo amado seguirá alentando —cito ahora al poeta— con los labios y voces de los otros. Reflexión y emoción conviven dentro de la misma carnalidad en esta labor de “rescate” realizada por el autor ,en la que no se renuncia a lo absoluto, a la primordial rosa última, y por eso no se agota la posibilidad de resurrección en un cuerpo, siempre uno con el alma: Y entonces tu llegaste como un pájaro incauto./ Entraste en mi casa confiado y sereno/ como nuevo presagio de fortuna y de dicha,/ y me brotaron yemas en las ramas marchitas,/ y en mis manos anidaron de nuevo las tórtolas/ y rosa resurrecta de amor quemando el labio.

Las rosas de la carne, de Manuel Francisco Reina no termina en el territorio limitado del libro, sino que es un horizonte de belleza, amor y goce donde todos en algún momento sentiremos la iluminación de la carne, y despertaremos la rosa todavía sin nombre para que crezca en nuestro jardín más secreto.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Novedad Poesía: Cuadernos (2000-2009), de José María Millares Sall


José María Millares Sall
Cuadernos (2000-2009)
Calambur Poesía, 99. 2009
ISBN: 9788483591918
232 págs. PVP: 18 €


José María Millares Sall (1921-2009) nació en Las Palmas (Islas Canarias). De 1946 datan sus primeras entregas poéticas. En 1947 funda la colección Planas de Poesía, a la que llama a colaborar a sus hermanos Manolo, pintor, y Agustín, poeta. La primera entrega será Liverpool (1949), del propio José María. En 1951 la colección será suspendida por orden gubernativa. Matrimonio con la poeta Pino Betancor. Largo tiempo sin escribir, aunque publica algunos de los libros inéditos. Entrega a la poesía, a la música, a la pintura. A partir de 2000, se inicia un nuevo rumbo en su escritura, marcado por un extremado rigor expresivo y por una honda reflexión existencial. A fines de 2008, Calambur reedita Liverpool, que hallará una sorprendente acogida entre las generaciones más jóvenes. En 2009 se le concede el Premio Canarias de Literatura, en reconocimiento a su original trayectoria poética. Ha publicado, además de los citados y entre otros muchos títulos, Ronda de luces (1950), Ritmos alucinantes (1973), Los espacios soñados (1989), Azotea marina (1995), Pájaros sin playa (1999), Cuartos (2007), Celdas (2007), o Esa luz que nos quema (2009).  

La obra poética de José María Millares Sall se extiende desde los primeros años cuarenta hasta este mismo 2009 en que aún escribía, con entusiasmo inconcebible. Continuado ejercicio que, al principio, hubo de plegarse, en contra de la voluntad del poeta, a la disciplina ambiente de una poesía testimonial y combativa que él siempre entendió de otra manera: vio con absoluta claridad que la libertad del lenguaje, la real gana de la palabra, son mucho más eficaces en esa lucha contra el poder que trata de secuestrarlo para su provecho. De ahí que Liverpool, en el momento de su primera aparición (1949), desconcertara incluso a sus más cercanos compañeros de generación y de lucha política; y que por lo mismo haya tenido gran aceptación entre los poetas y lectores de las más recientes generaciones, cuando fue reeditado hace escasamente un año. De ahí, igualmente, su confesada decisión de escribir, por fin a partir del año 2000, «como quería, o como me daba la gana, sin pensar si lo que hacía era o no del gusto del lector […] escritura anárquica que, a veces sin buscarlo, hace uso de lo esperpéntico, de lo onírico, del surrealismo, si bien mi poesía es básicamente existencial». Celdas es el título que José María Millares Sall quiso para los cientos de cuadernos que se han venido sucediendo en los últimos diez años, y de los que ahora este libro es una muestra abarcadora, en la que el poeta puso su esperanza e ilusión hasta sus últimos días. Cuadernos, titulamos, porque esta escritura última es suma de diversas y sucesivas series de poemas que forman un único discurso poético. El Premio Canarias de Literatura de 2009 corroboró la integridad del hombre y del escritor que hacen de José María Millares Sall, a pesar de su voluntario apartamiento, una presencia insoslayable en la poesía española del último siglo.   

martes, 24 de noviembre de 2009

Reseña: "La casa roja ", de Juan Carlos Mestre

Alejandro Luque

Estado crítico, 24 de noviembre de 2009

Por más vueltas que le doy, ustedes me perdonan, no consigo recordar quién dijo aquello de que la poesía demasiado críptica es como un regalo al que olvidamos quitarle el precio. Independientemente de su autoría, me gusta citar esa frase porque revela una gran verdad. La poesía, el arte en general, están superpoblados de oscuros de profesión empeñados en vendernos a buen precio sus tinieblas sin pies ni cabeza, y a multitudes dispuestas a comprarlas y aplaudirlas sólo porque no las comprenden. No me hagan citar obras, que me sublevo. No me hagan dar nombres, que me comprometen.
¿Por qué, entonces, salté de mi silla con una especie de ¡ole! en los labios cuando supe que Juan Carlos Mestre había ganado el Premio Nacional de Poesía, precisamente por el libro que nos ocupa? Vayamos por partes. Mestre es un poeta críptico; a ratos, inasequible. Pero son muchas las virtudes que le adornan y que le salvan. De hecho, es un caso ejemplar para enseñar a distinguir a un poeta –aunque sea un poeta oscuro– de un timo.
No es sólo su lenguaje, riquísimo, y su buen oído para el verso. No es sólo su inagotable capacidad para crear imágenes asombrosas e inesperadas asociaciones. Tampoco sus acertadas alusiones a fuentes muy diversas, esa heterogénea genealogía que Mestre pone de manifiesto incluso cuando no invoca referentes concretos, porque sabe de dónde viene y parece intuir bastante bien adónde va.
Hay algo más: un sentido del humor inteligente atraviesa el libro sin reñir con la hondura ni la sensibilidad. Y hay también compromiso, conciencia crítica, voluntad de ir más allá de la contemplación de la realidad desde la vetusta torre de marfil, de penetrar en ella, de intervenir para transformarla. El poeta aparece en este libro como una figura que todos sabemos necesaria, pero ignoramos para qué, ni dónde colocarlo: aunque no parece encajar en ninguna parte, al menos nos recuerda que tenemos alma y nos obliga a ejercitarla un poco.
Por Júpiter, camaradas, algo debemos haber hecho mal para que la gente sensible se aburra ya de escucharnos. ¿O es que acaso deberíamos tirar confeti en los recitales?
”, leemos en Lince ibérico. El libro está lleno de estas sutiles ironías, pero también de reflexiones que son mazazos en el entrecejo de la conciencia, verbigracia: “La comprensión del crimen es otra forma más exacta de crimen”. O este otro pasaje: “No importa que ustedes no sepan quién soy, un poema no es una misa cantada. Ya sé que la sinceridad esta reñida con lo verdadero y que la filosofía no tiene clientes. Quedan advertidos, las rosas de la realidad andan con los pies torcidos”. ¡Toma que toma!
Sólo un pero le pongo a
La casa roja, aunque sea con boca chica y casi con apuro: su extensión. No sabemos por dónde habría que cortar, porque el tono general del libro es excelente; tal vez habría que haberlo dividido en dos poemarios. Y tampoco es que creamos a pies juntillas aquello de lo bueno si breve, pero hasta lo excelso puede resultar abrumador. No hay que correr nunca el riesgo, como diría el maestro Quiñones, de acabar comiendo miel con un cazo.

http://criticoestado.blogspot.com/2009/11/donde-colocamos-al-poeta.html

viernes, 20 de noviembre de 2009

Novedad Poesía: Sol de resurrección, de Carlos Alcorta


Carlos Alcorta
Sol de resurrección
Colección Poesía, 104. 2009
ISBN: 9788483591734
96 págs. PVP: 14 €


En Sol de resurrección, Carlos Alcorta —antes más atento a la indagación sobre el propio devenir de la conciencia—, se reconcilia con las cosas y la naturaleza que las envuelve. El lenguaje desvela la parte oculta de lo cotidiano gracias a una mirada más tranquila y profunda, no sujeta a los dictados de la actualidad y de lo accesorio. Si hay un hilo vertebrador en este libro es la constatación de que la realidad es lo suficientemente heterogénea y misteriosa como para atraer nuestro interés por sí misma. Una situación rememorada y asentada en una circunstancia concreta sirve, en la mayoría de los poemas, como pórtico a la construcción de un universo simbólico en donde la subjetividad de una anécdota se diluye en beneficio de un significado general y trascendente.

Carlos Alcorta (Torrelavega, 1959) ha publicado los libros de poesía Lusitania (1988), Condiciones de Vida (1992), Cuestiones Personales (1997), Compás de Espera (2001), Trama (2003), Corriente Subterránea (2003) y Sutura (2007); y las plaquettes Doureios Hippos, (1986), Un Lugar en la Memoria, (1988), Pormenor (2005), A la intemperie (2007) y Ritual de la luz (2008). Codirigió la colección de poesía Scriptvm (1985-1991) y la revista de literatura Ultramar (1997-2007) y las colecciones de cuadernos poéticos El Astillero y Travesías. Actualmente coordina, en el campo de la edición y de la actividad cultural, diversos proyectos literarios.

Novedad Poesía: Entre dos memorias, de Carlos de Oliveira


Carlos de Oliveira
Entre dos memorias
Trad. de Ángel Campos Pámpano
Edición bilingüe.
Colección Poesía, 101. 2009.
ISBN: 9788483591222
144 págs. PVP: 14 €

Carlos de Oliveira (1921-1981), ligado desde sus comienzos al neorrealismo literario portugués, publicó su primer libro de poemas, Turismo, en 1942. Reunió toda su obra de casi treinta y cinco años bajo el título de Trabalho Poético. En palabras de Ángel Campos Pámpano, «el trabajo creativo de Carlos de Oliveira, sin olvidar nunca el carácter social e histórico de la escritura, procura siempre modular con rigor las palabras, depurando al máximo la materia verbal, condensando espléndidamente el verso o el párrafo». Entre dos memorias (Entre duas Memórias), 1971, se traduce por primera vez íntegramente al español. Anteriormente, también Ángel Campos Pámpano había traducido Micropaisaje, en 1987, y la primera sección de Entre dos memorias, «Cristal en Soria» (Espacio/Espaço Escrito, 8, 1992), un homenaje a la Soria de Machado y al Guernica de Pablo Picasso. Su precisa estructura y su exigencia formal hacen de este libro uno de los más significativos de la trayectoria de su autor.


Ángel Campos Pámpano (San Vicente de Alcántara, 1957 - Badajoz, 2008). Poeta, editor y uno de los principales traductores de poesía portuguesa contemporánea (Fernando Pessoa, Eugénio de Andrade, António Ramos Rosa…). En 2006 recibió el Premio de Traducción «Giovanni Pontiero» por su traducción de Nocturno mediodía, de Sophia de Mello, y en 2008 el Premio Eduardo Lourenço por su relevancia en la cooperación entre las comunidades ibéricas. Director de la revista hispano-portuguesa Espacio/Espaço Escrito y uno de los promotores del periódico Hablar/Falar de Poesia. En 2008, Calambur publicó su poesía reunida, La vida de otro modo (Poesía 1983-2008). Revisada completamente y corregida por él mismo en pruebas, esta de Entre dos memorias es la última traducción que dejó.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Reseña: Diccionario de dudas, de José María Cumbreño

El mismo oficio de escribir

ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Diario Hoy

Advierte la solapa de este libro del evidente alejamiento conceptual que puede darse entre el aséptico repertorio retórico de un diccionario y la humanidad palpitante de un libro de versos, pero cuando vemos que entre el sugerente título de Diccionario de dudas se erige la firma de José María Cumbreño, respiramos más tranquilos, porque en seguida vamos a deducir que estamos ante un nuevo planteamiento —que sabiamente mezclará lo teórico con lo práctico— de los que el autor cacereño nos tiene ya acostumbrados. Es Cumbreño un escritor definitivamente literario; ante tamaña perogrullada me veo en la necesidad de explicar que es un autor que (en el buen sentido) supura literatura en cuanto hace; obsesionado con los límites de la expresión, al acecho —como los buenos poetas— de exprimir el sentido de lo que se dice y (sobre todo) cómo se dice, no podemos menos que plantearnos (y espero me perdonen a mí el tópico) esta nueva entrega de nuestro autor como “otra vuelta de tuerca” en su búsqueda por acotar —cuanto menos, explicar— el espacio insondable de lo poético.

Cumbreño es de esos autores que parece que siempre ofrezca lo mismo, pero basta con penetrar en sus nuevos versos para comprobar que el proceso de intensificación se va agigantando. Devenido ya en uno de los más interesantes autores contemporáneos del difícil género del aforismo (del que se burla en una ocasión, curiosamente: “Sentencia breve que, con la excusa de condensar una reflexión profundísima, frecuentemente da gato por liebre”), en esta obra asistimos a una curiosa manera de representación en la que parece que estemos viendo al artista en su taller mientras trenza vida y literatura en un ejercicio único donde es difícil deslindar una y otra, porque desde luego es así como debiera ser, siempre tramadas la una con la otra. Divido en cuatro partes, aunque mejor sería decir, con una amplia parte central compuesta por dos sólidos edificios aforísticos que, acertadamente, se titulan “Mirar y ver” y “Oír y escuchar”, y flanqueados por dos poemas más largos al comienzo y al final, “Diccionario de dudas” y “Música para castrati”, la parte del león se la lleva, como digo ese monumento central en que Cumbreño atinadamente, de forma juguetona aparentemente, pero con peligrosa carga de profundidad en cuanto dice, dilucida entre la vida como materia literaria y la literatura como forma de vida; quizá sea lo de siempre sí, pero con la “fermosa cobertura” de quien posee un innegable manejo de la palabra precisa y el momento justo. Recuerdos y justificaciones, crisis afectos, se dan a mano con estampas amables de la vida conyugal y familiar, con lo que la obra aparece como un todo continuo desde el inicial poema que da título al libro, que revela acertadamente las claves de lo que va a venir a continuación, y el insólito pero subyugante cierre que nunca es tal en la obra de un escritor de fuste: “la verosimilitud del argumento / tiene mucho más que ver / con las contradicciones / que con las evidencias.” La indagación lúcida sobre la propia vida será la que dote a la literatura de su condición de perpetuidad.


domingo, 15 de noviembre de 2009

Noticia: Sobre Victoriano Cremer, en el Diario de Jerez

Recuerdo y glosa de un gran poeta social

por Manuel Ríos Ruiz | Diario de Jerez 06.11.2009

Murió el pasado veintisiete de junio a los ciento tres años de edad. Y en estos días aparecen tres libros que nos avivan el recuerdo imborrable de Victoriano Crémer: "Los signos de la sangre (Poesía 1944-204)", su poesía reunida, editada por Calambur, y "Victoriano Crémer. Cien años de periodismo y literatura", de José Enrique Martínez, y "Victoriano Crémer: el periodista", de Félix Pacho Reyero, ambos editados por la Fundación Instituto Castellano Leonés.

Nacido en Burgos, pronto vivió siempre en León, trabajando en su juventud de vendedor de periódicos, mancebo de botica, tipógrafo, locutor de radio y periodista afiliado a los anarcosindicalistas, ocupando durante la República el cargo de secretario del Ateneo Obrero Leonés. Por su poema "La Tierra", glosando la revuelta de Casas Viejas, obtuvo un premio y seguidamente un expediente militar. Estuvo a punto de ser fusilado varias veces a lo largo de la guerra civil y tras salir finalmente de la cárcel fundó con otros poetas de la comarca la revista "Espadaña", una de las más importantes de la posguerra, que tuvo diversos enfrentamientos con la cesura y se caracterizó por el agrupamiento de las principales figuras de la llamada poesía social.

Conocimos personalmente a Victoriano Crémer en Jerez, en la redacción de "La Voz del Sur", donde ejercíamos de auxiliar de redacción, presentándonoslo el entonces director Valentín Domínguez Isla, leonés por cierto. El poeta había llegado a Jerez para recibir la Flor Natural de los Juegos Florales de la Vendimia. Corría el año mil novecientos cincuenta y cinco y desde entonces daraba nuestra amistad y el intercambio de libros. Nuestro segundo encuentro con Victoria Crémer, tuvo lugar en su casa de León, donde le visitamos junto a Francisco Umbral, allá en mil novecientos setenta. Después coincidimos en actos poéticos de Madrid, Salamanca, Valladolid, León. Oviedo, Pontevedra… Glosar su obra sería prolijo aquí y ahora, pero no podemos dejar de reseñar algunos de sus más de treinta libros de poemas, entre ellos "Caminos de mi sangre", "Nuevos cantos de vida y esperanza", y el último, "Cualquier tiempo pasado", publicado solamente hace tres años. Poemarios que merecieron premios como Boscán, Leopoldo Panero, Ciudad de Barcelona, Castilla y León de las Letras…, a los que hay que añadir numerosas distinciones universitarias y académicas como la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes, que se le otorgó el pasado año.

Victoriano Crémer no dejó nunca de escribir poesía, novela y ensayo, alternado estos géneros con el periodismo diario. Finalicemos su recuerdo y glosa con versos de su poema "Pasión de vida (Aleluya y elegía al vino de Jerez)": "Huele Jerez a vino puro y nuevo,/ como a rosa, la rosa huele sólo./ "¡Paraíso total, único y cierto:/ Mar de ti solo. Alcázar sumergido!".